‘Es mi ángel de la guarda’: entrevista con la sobrina del sacerdote salvadoreño Rutilio Grande que será beatificado
Los Ángeles — El anuncio del Vaticano sobre la inminente beatificación del sacerdote salvadoreño Rutilio Grande no fue ningún secreto para Ana Grande, pero eso no evitó que en la madrugada del 22 de febrero pasado recibiera llamadas relacionadas a la aprobación del martirio que luego llevará a los altares al religioso.
“Me despertaron a las cuatro de la mañana, me llamó una amiga de Washington D.C., aunque ya sabíamos que lo iban a anunciar desde el miércoles”, comentó Grande a Los Angeles Times en Español emocionada porque su tío por el lado paterno pronto será beatificado.
“No solo sentimos gozo, sino un acto de humildad porque ahora llevamos un legado y, por lo tanto, una responsabilidad. No hay palabra que describa todo esto”, agregó.
Grande, de 40 años, no conoció personalmente al difunto sacerdote. Esta académica y activista es hija de José Manuel Grande, primo de Rutilio, y Celia Deras, pareja que llegó a Los Ángeles en la década del ’70 en el marco de la convulsión social que vivía El Salvador que luego desencadenó la guerra.
La canonización de Óscar Arnulfo Romero abrió el camino para Grande y sus dos acompañantes asesinados en 1977
Sus padres, cuenta la profesora de Mount Saint Mary’s College, se casaron en 1978, un año después del asesinato del religioso, ocurrido en la carretera hacia El Paisnal el 12 de marzo de 1977.
“Mi padre desdichadamente tuvo que salir de El Salvador porque era miembro de la Guardia Nacional. Él había escuchado el rumor de que querían asesinar a Rutilio. Mi padre no quería matar a su primo y tampoco quería ver”, comentó. “Salió huyendo solo unas semanas antes de su muerte”.
Rutilio Grande, originario de El Paisnal, tenía 48 años cuando fue emboscado por militares vinculados a los escuadrones de la muerte.
El difunto sacerdote jesuita ingresó al seminario en enero de 1941. En 1967 estableció amistad con el que llegó ser arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, un sacerdote diocesano.
Rutilio se convirtió, en 1972, en párroco de Aguilares, un poblado al norte de la capital salvadoreña, en donde implentó las comunidades eclesiales de base, un movimiento que trabajaba con campesinos pobres, el cual encontró rechazo entre religiosos conservadores y en los grupos de poder.
Ana Grande supo de estos hechos en detalle hasta que ingresó a la universidad. En su infancia fue un tema proscrito, como en muchos hogares de salvadoreños, que llegaron refugiados a principios de los ’80, en donde ocultaron a sus hijos hablar de la guerra y las violaciones a los derechos humanos.
Grande, sin embargo, desde que tiene memoria ha estado vinculada a Rutilio no solo por el apellido. Entre 1985 y 1986, su familia se involucró al “movimiento santuario”, el cual surgió a principio de los ’80 para proporcionar asilo y asistencia a quienes llegaban de El Salvador y otros países centroamericanos.
“Me di cuenta de él porque a mi parroquia la llamaban Casa Rutilio Grande, ahí se recibía a refugiados”, dijo en referencia a la iglesia Blessed Sacrament, ubicada en Hollywood, que se sumó al “movimiento santuario”. “Él es tu tío”, le dijo su tía Orbe, prima del difunto religioso.
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En ese momento no le dio importancia. Con los días, conoció a gente que había convivido con el sacerdote que inspiró al arzobispo Romero. Le contaban anécdotas de su ministerio pastoral y cómo “caminó con el pueblo salvadoreño” y mostró amor por los pobres.
“Muchos decían que yo tenía gestos de mi tío”, aseguró.
Desde entonces, ella es conocida en la comunidad como “la sobrina de Rutilio Grande” y no es algo que a ella le pese. Sin embargo, esta joven ha escrito su propio nombre en el servicio comunitario y, al final, el camino de ella con el de su famoso tío, sin proponérselo, han tenido una convergencia.
Desde el 2013, Grande es profesora de Ética y Teología, en la universidad católica privada Mount St. Mary’s College, en donde se graduó de la Licenciatura en Ciencias Políticas (2001) y ahí mismo obtuvo su Maestría en Humanidades, con énfasis en Estudios Religiosos (2009).
Entre el 2001 y 2005, esta académica trabajó como organizadora comunitaria y en mercadeo. Luego dirigió un proyecto en la Arquidiócesis de Los Ángeles y también coordinó varias campañas políticas.
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En los últimos seis años, paralelo a la enseñanza, ha laborado en organizaciones que trabajan con inmigrantes, tal es el caso de la clínica Monseñor Romero y, desde septiembre pasado, es directora asociada del Centro Bresee, en donde proveen asistencia a niños y jóvenes de escasos recursos.
“Estoy viviendo como lo que hizo él”, manifestó Grande. “No es porque lo quiera imitar, sino porque somos familia, lo llevamos en la sangre el siempre apoyar a los demás”.
Grande se sumergió en la Teología de la Liberación al llegar a la universidad; asimismo, leyó los sermones y textos sobre la vida de Rutilio, al punto que llegó a enamorarse de lo que hizo el religioso en El Salvador.
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Esta joven, nacida en Los Ángeles, visitó El Paisnal por primera vez en 1988, en pleno conflicto armado. Entonces no había cumplido ni los 10 años de edad. Esa fue una reunificación familiar. Ahí conoció a abuelos, primos y tíos.
“Visité la tumba de Rutilio y la de mi papá”, aseguró, detallando que su progenitor murió en El Salvador en 1986.
Para llegar a El Paisnal, cuenta que sus familiares tuvieron que esconderla, porque el ejército recorría la zona. Así pudo llegar a la tumba de Rutilio, ubicada junto al altar de la parroquia.
En ese viaje, también pudo conocer otras anécdotas sobre el difunto sacerdote.
“Mi abuelo me contó que cuando Rutilio llegaba de la escuela (siendo un niño), mi abuela le daba pan con chocolate, porque eso le gustaba. También, cuando jugaba Rutilio decía que él era el padre y mi tía la virgen”, rememoró.
Desde esa visita, casi todos los años va a El Salvador y aprovecha para ir a El Paisnal, poblado ubicado al norte de la capital salvadoreña.
(Rutilio Grande) Es mi ángel de la guarda, es una persona que su espíritu me guía a hacer siempre el bien, a estar conectada a la comunidad salvadoreña. Es alguien que no conocí, pero he admirado su amor y dedicación a los demás
— Ana Grande, profesora de Teología en Mount St. Mary’s College
El 14 de octubre de 2018, cuando Romero fue canonizado, Grande estuvo entre los cientos de fieles que se dieron cita al Vaticano. Ese mismo día, ella estaba cumpliendo 39 años de edad.
“Lo celebré con el papa Francisco, solo que él no sabía que yo estaba ahí”, dijo entre risas.
Su familia ahora está planeando otro viaje para la beatificación de Rutilio, asesinado hace casi 43 años, la cual se espera se realice en El Salvador.
Al igual que en la vida y la muerte, Rutilio y Romero siguen estrechamente vinculados en los procesos de canonización.
El ministerio pastoral de Romero se transformó con la muerte de su amigo, una tragedia que ocurrió a escasas tres semanas de que el ahora santo asumiera como arzobispo de San Salvador. En ese momento, el religioso comenzó a denunciar las violaciones a los derechos humanos en sus homilías.
Los dos sacerdotes fueron asesinados por agentes de cuerpos de seguridad del Estado. Rutilio fue abatido el 12 de marzo de 1977 y Romero el 24 de marzo de 1980.
Ahora, a poco más de 16 meses de que Romero fuera canonizado, Rutilio sigue también ese camino y se convertirá en beato en poco tiempo.
¿Qué significa Rutilio Grande para ti? Se le pregunta.
“Es mi ángel de la guarda, es una persona que su espíritu me guía a hacer siempre el bien, a estar conectada a la comunidad salvadoreña. Es alguien que no conocí, pero he admirado su amor y dedicación a los demás”, respondió Grande.
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El día que fue asesinado Rutilio también murieron sus dos acompañantes, en la zona conocida como Las Tres Cruces, de El Paisnal. Según el decreto del papa Francisco, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, también serán beatificados junto al sacerdote jesuita, para lo cual solo hace falta definir la fecha.
Después de la canonización de Romero, Grande manifiesta que su vida no solo está vinculada a la de Rutilio, sino también a la del exarzobispo, pues su cumpleaños coincide con la fecha en la que el beato se convirtió en San Romero de América.
“A veces me siento también como la sobrina de Romero”, concluyó.
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