Las escuelas católicas de California están buscando exenciones para abrir para el aprendizaje en persona. En el condado de Nevada, una ha vuelto a clase.
Dentro de Mount St. Mary’s Academy, una escuela católica en esta ciudad de la fiebre del oro en las estribaciones de Sierra Nevada, una estatua de tamaño natural de la Virgen María se erige como centinela sobre la mesa de entrada, en la puerta principal. Los estudiantes que regresan para la sesión de otoño se detienen bajo su mirada atenta para un ritual moderno de la vida pandémica: control de temperatura, desinfectante de manos, preguntas sobre su potencial como transmisores del virus.
El jueves por la mañana, la directora Edee Wood llevaba una máscara roja con estampado de cachemira mientras empuñaba un termómetro digital para proteger a los 160 estudiantes de su escuela, una de las pocas en California que están intentando dar clases en persona este otoño. En Mount St. Mary’s, la vida vuelve a la normalidad con uniformes impecables, lápices afilados y jornadas educativas cinco días a la semana.
Si bien el aprendizaje remoto es la regla en casi todas las escuelas públicas en este momento, Mount St. Mary’s abre sus puertas porque está en el condado de Nevada, que no se encuentra en la lista de vigilancia del coronavirus del estado, y también porque sus administradores creen que puede hacerlo de manera segura.
Mientras los padres de California lidian con los planes para una mayor educación en el hogar, Mount St. Mary’s participa en un experimento que, espera, proporcione un modelo para otras escuelas como esta, señaló Lincoln Snyder, superintendente escolar de la diócesis católica de Sacramento, que supervisa 38 campus que inscriben a unos 13.000 estudiantes desde el norte de la capital hasta la frontera de Oregón.
Si bien un puñado de ellos ahora están de regreso en las aulas, Snyder espera reabrirlas todas en las próximas semanas, utilizando planes en los que ha estado trabajando desde que el virus obligó a las escuelas a cerrar, en marzo pasado. Al día de hoy, maneja la cuarta versión de esas pautas. “Obviamente, todos estamos aprendiendo sobre la marcha”, reflexionó. Pero insiste en que los niños deben estar en las aulas, y que las escuelas privadas más pequeñas, como la suya, son lo suficientemente “hábiles” como para hacerlo de manera segura.
Sin embargo, cómo, dónde y qué niños regresan a la escuela en California es una cuestión intrincada, tanto en materia de política como de salud.
En todo el estado, los debates se intensifican sobre los riesgos que enfrentan los pequeños y los docentes, cómo los niños están superando las consecuencias mentales del aislamiento y cómo los padres que trabajan pueden hacer frente al aprendizaje a distancia. Permitir que algunas escuelas reabran también plantea problemas de equidad: la matrícula en Mount St. Mary’s es de aproximadamente $5.000 al año, aunque muchas familias reciben ayuda financiera.
En Grass Valley, un lugar donde, según la lugareña Wendy Ermshar “se ven cosas de Trump en todas partes, y luego también se ven cosas de Black Lives Matter en todas partes”, algunos consideran que el accionar de Mount St. Mary’s es una tontería arrogante, mientras que otros piensan que el establecimiento proporciona una servicio esencial.
Hace semanas, el gobernador Gavin Newsom implementó una regulación compleja sobre cuándo las escuelas pueden reanudar la instrucción en persona en los 38 condados que tienen una alta prevalencia del coronavirus, lo cual llevó a la mayoría de los distritos grandes a anunciar que el año avanzaría con aprendizaje remoto. Pero Newsom también creó un sistema de exenciones, que permite a las escuelas con planes de mitigación de riesgos solicitar permiso a sus departamentos de salud locales para retomar la instrucción en el campus.
Dado que esas exenciones se considerarán en los próximos meses, y algunas probablemente se concedan, escuelas como Mount St. Mary’s proporcionarán lecciones sobre qué funciona y qué no.
Aunque Wood pasó meses preparándose para traer a los estudiantes al interior del antiguo edificio de ladrillo, fundado en 1859 y que conforma la escuela católica más antigua en funcionamiento continuo al oeste del Mississippi, está preocupada. “Todos estamos nerviosos”, reconoció.
Los protocolos de Snyder para Mount St. Mary’s abarcan 28 páginas y cubren todo lo que él, el gobierno estatal o federal podrían imaginar más allá de los conceptos básicos de higiene y sentido común: no se permiten alimentos del exterior, hay que abrir las ventanas cuando ello no afecte a los niños con alergia al polen; quitar todas las alfombras de las aulas.
Wood ha intentado, dijo, imaginar cada paso del día para cada estudiante. Aunque solo los mayores de tercer grado deben usar una cubierta facial en las aulas, según las reglas del estado, Wood ordenó el uso de bufandas tubulares para cada niño, para que los más pequeños puedan subirlas y cubrirse según sea necesario, sin tener que preocuparse por ponerse o quitarse la mascarilla facial, o perderla, comentó. En los pasillos, los adhesivos de huellas azules con ojos de dibujos animados crean vías de un solo sentido para que los pequeños no se crucen con otros.
Atrás quedaron los choques de manos y los abrazos para saludar a los maestros. En lugar de ello, los estudiantes de primer grado harán lo que la maestra Carol Kent describe como un “abrazo de langosta”, en el cual se enfrenta a su estudiante desde los seis pies requeridos, quiebra ligeramente la cintura con los brazos extendidos y mueve los dedos hacia el niño. En segundo grado, “solo vamos a saludar con palabras de cortesía, tal vez un namasté”, el saludo hindú tradicional con las manos juntas, comentó la maestra Carol Keane-Stein.
La maestra de jardín de infantes Megan Hood, que comienza su primer año en la escuela, optará por un protector facial en lugar de un cubrebocas, para que los niños puedan ver que la “t y la h crean el sonido th”, dijo.
“Es un buen momento para pensar de manera creativa”, remarcó por su parte Wood. Sin embargo, ella y sus maestros sostienen que los métodos de la vieja escuela serán una gran parte del futuro. Después de años de avanzar hacia modelos de enseñanza que invitaban a la colaboración y el trabajo en grupo, los niños ahora estarán sentados en sus escritorios todo el día, incluso los “pequeñitos” de Hood, como a veces se llama a los alumnos de jardín de infantes.
“Básicamente será como cuando yo estaba en la escuela”, dijo Kent, la docente de primer grado. “Pero cada media hora vamos a levantarnos y movernos o estirarnos, o bailar al ritmo del rock and roll”.
Los padres, maestros y administradores están de acuerdo en que el tamaño pequeño de Mount St. Mary’s y otras escuelas similares les da una ventaja en la lucha contra el COVID-19. Incluso antes de la pandemia, las clases no superaban los 20 estudiantes, dejando sus grandes aulas, la mayoría con techos de 20 pies y amplias ventanas, con mucho espacio para la separación. Sus pasillos de madera con paredes de color amarillo brillante huelen a yeso fresco y aire de montaña de las secuoyas y arces que la rodean. Afuera, un área de juegos asfaltada tiene un pabellón cubierto con mesas para el almuerzo.
La comunidad más pequeña también posibilitó un mayor consenso. Aunque se ofrecerá aprendizaje en línea, Wood dijo que la mayoría de los padres prefieren que haya lecciones en persona.
Nora Roe es una de ellos. Junto con su hijo Hunter, de seis años, Roe se reunió con Kent el jueves por la mañana para ayudar al niño a elegir su escritorio y tomar una prueba de evaluación de matemáticas. Hunter se sentó distanciado de Kent, que usaba un protector facial, mientras revisaba los problemas en la computadora de un laboratorio donde todas las demás máquinas estaban bloqueadas.
Roe cree que las consecuencias para la salud mental de no asistir a la escuela son más dañinas que el riesgo de enfermedad, y afirmó que Hunter está ansioso por regresar. “Si le dices que la escuela comienza en una hora, estará vestido, esperando para salir al porche delantero”, afirmó.
Amber Waters, que estaba con su hija China, de ocho años, y su hijo Jaeden, de 10, se siente “cautelosa pero emocionada”. Tanto ella como su esposo trabajan a tiempo completo para el Servicio Forestal de EE.UU -él como bombero- y ella cree que el peligro del coronavirus en una escuela es menor que el que enfrentaría su marido en un destacamento. También comentó que el “aspecto familiar” de la escuela pequeña le hace confiar en “que no van a poner en riesgo a nuestros hijos”.
Para una gran cantidad de estudiantes, la oportunidad de estar cerca de otros chicos es un alivio después de lo que muchos aseguraron fue un verano solitario. Ema Chapman, de 13 años, está comenzando su octavo grado. Desde la pandemia ha hecho poco más que montar a caballo, contó.
“Estoy muy emocionada”, remarcó sobre su regreso al campus. “Tengo muchas ganas de volver”.
A pesar de las incógnitas, la inscripción ha aumentado en Mount St. Mary’s. El tercer grado tiene una lista de espera y la mayoría de las otras clases están llenas. Las solicitudes, según Wood y algunos maestros, subieron tan pronto como la gente se enteró de que abriría con regularidad.
Otra madre, Kimberly Penrose, dijo que las peleas con su hijo Bryson, un estudiante de cuarto grado, por completar lecciones en línea, estaban “dañando la relación entre ellos”. Ella lo trasladó de una escuela pública a Mount St. Mary’s porque la instrucción será en persona. “El aprendizaje a distancia no nos funcionó en absoluto”, aseveró.
La apertura de Mount St. Mary también se ve favorecida por el hecho de que sus docentes, como la mayoría de los de las escuelas privadas y parroquiales, no están sindicalizados. En todo Estados Unidos, los gremios han exigido que se controle el virus antes de que los maestros regresen a las aulas, para proteger tanto su propia salud como la de la comunidad. En algunos estados donde se han abierto escuelas, ya hubo brotes en campus públicos.
Al igual que la directora, los maestros de Mount St. Mary’s están preocupados, pero creen que la institución está haciendo todo lo posible para garantizar la seguridad. Según Snyder, si un maestro se siente incómodo de regresar, lo tratarán “como lo haríamos con cualquier otra licencia médica”, pero hasta ahora, ninguno se ha negado a volver a las aulas.
“Nos estamos excediendo”, indicó David Pistone, un docente de nivel medio que solía ser ingeniero en Intel. “Me sorprende que mis manos no se hayan despedazado de tanta lejía”.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
Suscríbase al Kiosco Digital
Encuentre noticias sobre su comunidad, entretenimiento, eventos locales y todo lo que desea saber del mundo del deporte y de sus equipos preferidos.
Ocasionalmente, puede recibir contenido promocional del Los Angeles Times en Español.