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Un intento de suicidio cambia vida a hondureño que en silla de ruedas lleva un mensaje de inspiración

Rigoberto López está escribiendo un libro motivacional en el que desafiará a los lectores a luchar por sus sueños.
El hondureño Rigoberto López está escribiendo un libro motivacional en el que desafiará a los lectores a luchar por sus sueños.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)
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Con sus manos Rigoberto López empuja la silla de ruedas; sin importar las distancias, se desplaza con ligereza hasta llegar a su destino, acompañado de una actitud positiva y un espíritu alegre, visible en una sonrisa fija dibujada en su rostro, que ahora busca compartir en un libro con su testimonio de vida.

“No necesitas pies para correr, si tienes alas para volar”, dice tajante este inmigrante, que debido a la poliomielitis que le dio siendo un bebé nunca pudo sostenerse sobre sus pies, pero eso no le impidió jugar con sus hermanos ni le contuvo su sueño de llegar a Estados Unidos.

López, originario de Honduras, siempre lleva su cabello engominado, viste con pulcritud y calza sus zapatos brillosos. Sin embargo, lo que mejor lo identifica es su amabilidad y optimismo, saluda a medio mundo que encuentra a su paso y transmite una energía que contagia a quien entra en contacto con él.

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“No podemos correr para lograr nuestros sueños, pero tenemos nuestras alas para volar, las cuales son nuestras manos que nos ayudan a movilizarnos”, agregó el oriundo de Copán.

Esa actitud positiva es la que plasma en el libro que comenzó a escribir a finales de 2018. A la fecha lleva unas 120 páginas escritas, es decir 12 capítulos de diferentes facetas de su vida, en las que detalla la odisea que atravesó antes de transformar las situaciones embarazosas en metas superadas.

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Lo que vemos hoy en Rigoberto es resultado de un intento de suicidio. En el 2001, cuando él tenía 20 años, ingirió una porción del herbicida gramoxone, utilizado para controlar la maleza en los cultivos agrícolas.

“Eso me hizo ver la vida de otra manera, eso me creó ese ánimo”, confesó sobre esa experiencia.

“Yo decidí que iba a ser feliz, fue como quitar un velo de mi vida y empecé a hacer planes como cualquier otra persona, empecé a ser autosuficiente”, agregó sobre ese momento, que ahora cuenta porque sus padres llegaron antes de que el veneno hiciera efecto por completo en su cuerpo.

Rigoberto López recorre un vecindario de Los Ángeles para llegar a su vivienda.
Rigoberto López, originario del departamento hondureño de Copán, recorre un vecindario de Los Ángeles para llegar a su vivienda.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

López, de 39 años, entendió que tenía un mundo por delante. Este hondureño es diseñador gráfico, crea sitios web y maneja redes sociales para empresas y organizaciones.

Asimismo, desde el 2010 ha sido voluntario de la Unión de Discapacitados Latinoamericanos (UDLA) y, en los últimos dos años, ha laborado en el centro de llamadas de la Coalición de los Derechos Humanos de los Inmigrantes de Los Ángeles (Chirla).

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Desde el 2009, ha participado de forma consecutiva en el maratón de Los Ángeles y juega básquetbol con los LA Hotwheels, equipo que en el 2019 quedó en segundo lugar a escala nacional, en la División 2 de la NWBA.

“El miedo es uno de los factores más grandes que detienen a las personas”, reflexiona López, algo que considera él ha aprendido a controlar para imponerse a las adversidades.

Este joven se crió en el norte de Honduras, rodeado de cultivos de maíz y frijol. Debido a la poliomielitis, que le dio cuando tenía tan solo ocho meses de nacido, en su infancia se arrastraba para desplazarse. Le hicieron rodilleras de cuero para que no se lastimara, pero eso no evitó que sus pies se encorvaran.

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A pesar de las dificultades, no se limitó a nada. Sin embargo, al cumplir los 18 años le nació un deseo por conocer el mundo exterior, ya que en ese momento su familia vivía en una aislada zona montañosa.

“Lo que me decían mis familiares era la forma de transportarme”, indicó, detallando que hablaba con sus hermanos y les pedía que le contaran lo que hacían el domingo, cuando todos se iban a la aldea más cercana a comprar o jugar futbol, mientras Rigoberto se quedaba solo en la casa.

“Ellos me traían todo del exterior, me encantaba que me contaran sus aventuras, era otra forma de viajar”, aseguró.

Cada domingo, cuando su familia lo dejaba solo se convertía en un día largo y triste. Cuando él veía que sus padres y sus hermanos se desaparecían en la pendiente, para él era el inicio de su agonía.

¿Por qué no puedo ir con ellos?”, se preguntaba en medio del llanto que nadie veía.

“Le gritaba a Dios: ¿Por qué a mí? ¿Por qué no puedo ir al lado de ellos?”, rememora sin poder evitar que sus ojos se humedezcan nuevamente.

López describe ese dolor como algo desgarrador. Al irse su familia golpeaba la puerta o las sillas. Después, encendía el pequeño radio Phillips, en el que escuchaba música romántica y rancheras. Luego se preparaba su desayuno y se entretenía con las gallinas, cerdos y perros que tenían en la casa.

El día se le hacía interminable y en la tarde se sentaba a esperar que sus familiares regresaran. Esa rutina dominical hizo mella en su interior. Al hacer memoria, dice que fueron dos años y medio que López no salió de su casa. Lo que terminó convirtiéndose en depresión.

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En el 2001, en el atardecer de un domingo, la tristeza lo conminó y comenzó a maquinar que quería quitarse la vida. Agarró una copita y le echó gramoxone. Su idea era ingerir todo el contenido, pero solo le dio un sorbo. “Si me tomo la copa, me muero”, afirmó.

Luego de tomárselo, reaccionó en las consecuencias. El corazón le comenzó a palpitar con fuerza, los dientes le rechinaban y el dolor en el estómago se hizo agudo. Para su fortuna, sus padres llegaron unos 45 minutos después. Le dieron leche y tomó mucha agua para tratar de revertir el efecto del herbicida.

Lo ocurrido hizo recapacitar a sus padres. Lo sacaron de la casa y lo llevaron con una hermana, que vivía en una aldea. Y después fue sometido a un tratamiento sicológico que duró 6 meses, en Tegucigalpa.

“Expandió mi mente en todos los sentidos, provocó que yo entendiera que podía hacer cualquier cosa en distinta manera. Eso me lanzó al mundo”, reconoció sobre la ayuda terapeútica.

Desde entonces nadie lo detiene. Aprendió a alimentar su espíritu y lee cada libro que puede sobre motivación. En YouTube mira a conferencistas como Nick Vujicic y Daniel Habif, entre otros. De igual forma, indica que hasta las películas trata que tengan “un mensaje positivo”.

“De ahí en adelante dije: ‘Puedo lograr muchas cosas’”, manifestó.

Así fue como obtuvo su primer trabajo. Al principio, laboró en un negocio de juegos de billar, luego fue supervisor de una maquila y en una zapatería, antes de establecer su propio negocio en donde vendía accesorios para celulares, CD’s, DVD’s y relojes, entre otros artículos.

Esas andanzas, en las que incluye su llegada a Estados Unidos después de cruzar territorio mexicano, son parte del libro que anda en busca de patrocinador, en el que narra anécdotas de cómo superó las adversidades. En abril envió un borrador a una editorial, pero todavía no han firmado contrato.

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A juicio de López, la silla de ruedas son sus pies y las manos son sus alas, por eso considera que si él puede volar, las personas que conozcan su historia podrán romper los esquemas mentales.

“Es motivacional el mensaje del libro, en cada uno de los capítulos he tratado de plasmar la historia de una persona que aunque ha pasado dificultades, las ha superado”, dijo sobre el libro que todavía no tiene un título definido.

“Tu cerebro tu lo entrenas, empieza a inyectarle positivo y vas a ver el cambio”, concluyó López, quien radica en Los Ángeles desde el 2009.

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