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El amor le ganó al coronavirus, pero fue una boda como nunca lo imaginaron, entre desfalcos y cancelaciones

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Cuando Efraín García y Maria Elizabeth Ruíz decidieron casarse, ellos se imaginaron una fiesta con más de 350 invitados, un gran banquete, tarjetas de invitación elegantes y una iglesia llena de testigos aventándoles el arroz a su paso.

Ninguno de estos planes ocurrió gracias a la pandemia del coronavirus, ni siquiera la fecha que ambos escogieron para llegar al altar.

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Sin embargo, el amor le ganó a la enfermedad y finalmente se casaron, pero no sin antes modificar todos sus planes; desde la fecha de la boda, la alteración a las tarjetas de invitación y la cancelación de servicios ya pagados.

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“Nada fue como nos lo imaginamos, pero la vida sigue y nosotros no quisimos deshacer nuestros planes”, dice Maria Elizabeth.

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El 8 de junio del 2019, en un mundo libre de COVID-19, Efraín les pidió a los padres de Elizabeth la mano de su hija de 34 años, durante una reunión familiar.

Mientras la música empezaba a tocar, el joven, también de 34 años, se paró de su asiento fingiendo que iba a cantar, pero en lugar de ellos tomó el micrófono para hincarse y pedirle a Elizabeth que lo aceptara como esposo.

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“Fuimos amigos como cuatro años y teníamos un año de ser novios. pensé que era justo empezar a planear una boda con toda nuestra familia”, dice Efraín.

Ambos acordaron en casarse por la iglesia para el mes de abril. Para ese entonces el DJ, el salón, el banquete, el pastel y los servicios fotografía e iglesia ya estaban pagados. La pareja también había enviado las invitaciones en enero.

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Para el mes de febrero, la pareja empezó a ponerle atención a las noticias nacionales, pero no pensaron que el coronavirus llegaría a California. El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud declaró el coronavirus como una pandemia. Iglesias y todo tipo de negocios empezaron a cerrar sus puertas mientras la pareja empezó a ver todos planes desmoronarse frente a sus ojos.

“Para nosotros fue devastador hablarle a nuestra iglesia y saber que ya no podíamos casarnos para el tiempo planeado”, dice Maria Elizabeth. “Les llamamos a otros servicios, pero hubo quienes ya no nos regresaron el dinero entero. En total perdimos un poco menos de 10 mil dólares”.

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Además, la pareja terminó quedándose con los manteles para las mesas, los platos, vasos, bebidas alcohólicas y sodas. En medio el caos, un hermano de Elizabeth dio positivo con coronavirus en abril.

“No tuvimos otras opciones más que cancelar la boda. Ambas familias tenemos personas mayores de edad o con condiciones crónicas”, dice Efraín.

Tanto Maria Elizabeth como Efraín pensaron que para este septiembre la pandemia ya habría terminado y movieron la fecha de boda. Por ahora las iglesias operan a una mínima capacidad.

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Afortunadamente para ellos, St Vincent De Paul Church, la iglesia donde se casaron el 19 de septiembre les permitió llevar un máximo de 100 invitados en una ceremonia que se hizo al aire libre por primera vez en la historia del lugar.

La pareja mandó a hacer las invitaciones de nuevo, pero en esta ocasión ya no había dedicaciones de amor o citas bíblicas sino instrucciones de cuidados para el COVID19, para que los 100 invitados valientes que gustaran ir a la boda respetaran la distancia, usaran cubrebocas y llevaran gel desinfectante. Los abrazos y besos también estaban dentro de la lista de prohibiciones.

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Al terminar la ceremonia, los invitados que asistieron se fueron cada uno a su hogar. No hubo fiesta, no hubo banquete, ni baile, ni música.

David Nations, padre de St Vincent De Paul Church, sostiene que la pandemia ha traído a la iglesia tanto cosas negativas como positivas.

Por un lado, la pandemia abre la posibilidad a nuevas formas de llevar a cabo una misa o dar el sacramento, pero el otro hay aquellos que extrañan la ceremonia familia y el acercamiento a los propios sacerdotes, dice Nations.

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“Debido al coronavirus, el 75 por ciento de feligreses que tienen ocasiones especiales están moviendo las misas para otras fechas, mientras el resto aun viene para culminar sus compromisos”.

Elizabeth ve hacia atrás y dice sentirse un poco triste, pero satisfecha.

“Pudimos haber ignorado las pautas de salud y hacer fiesta, pero no creo que hubiéramos podido vivir en paz sabiendo que por nuestra culpa alguien podría resultar con coronavirus”, dice Mara Elizabeth, enfatizando que a su padre le acaban de detectar diabetes tipo 2 a sus 81 años.

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Efraín agrega que ya se han visto en las noticias muchos casos donde alguien muere de COVID-19 por asistir a reuniones o fiestas.

“Me siento tranquilo. Respetamos nuestras tradiciones del casamiento por la iglesia, tuvimos una ceremonia al aire libre, y las fiestas, bueno, ya vendrán tiempos mejores”, dice.

La pareja sostiene sarcásticamente que al final tuvieron una boda como nunca antes imaginada.

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