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De adictos y adicciones: Entre la música, mujeres y drogas

La autora de esta columna cuenta como un hombre obtuvo éxito y también como lo persiguieron las tentaciones
La autora de esta columna cuenta cómo un hombre obtuvo éxito y que a raíz de ello lo persiguieron las tentaciones, mujeres, alcohol y drogas.
(Jared Gase/ )
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Ramón nació en la huasteca tamaulipeca. Desde muy pequeño aprendió a tocar la jarana, instrumento musical utilizado en el Son jarocho.

“No recuerdo cuando empecé a tocar, lo que sí recuerdo es que acompañaba a mi padre y a mi abuelo, así pasábamos las tardes en el rancho, guitarreando y componiendo versitos para familiares y amigos”, contó con una sonrisa dibujada en el rostro, mientras sus ojos parecen que vuelven a mirar al pasado.

A los 14 años de edad, Ramón salió de su rancho, para iniciar un viaje sin regreso. Primero se fue a Texas, luego anduvo por Florida, siguiendo la cosecha de naranja. Con los años, le entraron ganas de andar y se fue para Arizona. Después al Valle Imperial, siempre siguiendo el trabajo en el campo y bajo los rayos del sol.

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Así sucedió que un día, mientras estaba guitarreando, se le acercó un paisano que le hizo segunda. “Esa noche cantamos y platicamos hasta que nos amaneció; al poco tiempo, íbamos rumbo a Los Ángeles, esa fue mi perdición”, afirmó.

“Formamos nuestro grupito de jaraneros y vimos tiempos muy buenos, no nos faltaba nada. Teníamos trabajo casi todos los días y el dinero nos hacía cosquillas en las manos”, señaló.

Las anécdotas y aventuras son abundantes, pero junto con el éxito también se convirtieron en parte del repertorio las tentaciones, mujeres, alcohol y drogas.

“A los 30 años de edad yo me sentía Súperman, de la familia ni me acordaba, me gastaba el dinero como si lo fabricara. Me gustaba la cocaína, al principio era para aguantar las tocadas, luego para sobrellevar las borracheras y la vida que llevaba”, aseguró.

En esa época, se juntó con una buena mujer, tuvo una hija y hasta compró su primera casa. “Pero todo eso lo perdí”, relató Ramón, quien nunca pierde el buen humor y aún con los ojos llorosos hace bromas y se ríe; sin embargo, se ve que le duele en el alma todo aquello que desbarató.

A los 48 años, abrumado de deudas, separado de su esposa y con sus adicciones a toda velocidad, Ramón tocó fondo; por su propio pie buscó ayuda y pasó dos años internado en un centro de rehabilitación.

Hoy es de nuevo el alma de las fiestas y un orgulloso miembro de Narcóticos Anónimos; para él solo Dios tiene el poder de restablecernos, pero hay que tener el valor para reconocerlo.

Escríbame, recuerde que su testimonio puede ayudar a otros. Mi email es: cadepbc@gmail.com

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