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El padre de una estudiante de Santa Ana se enfrentaba a la deportación. Su trabajo para liberarlo la ayudó a llegar a Harvard

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Antes de que Cielo Echegoyén fuera aceptada allí el pasado otoño, solo tres estudiantes de la escuela secundaria de Santa Ana habían sido admitidos en la Universidad de Harvard.

Para Cielo, los hitos a lo largo de su arduo viaje desde el condado de Orange hasta Cambridge, Massachusetts, incluyeron innumerables noches hojeando libros en la biblioteca pública hasta la hora de cierre -el departamento de su familia estaba demasiado lleno como para poder estudiar- y tres operaciones para corregir un trastorno llamado ‘tórax en embudo’ que hacía que su esternón presionara contra su corazón y los pulmones.

“Se estaba retrasando en la escuela debido a sus cirugías”, recuerda su madre, Elvia Soriano. “Pero uno o dos meses después estaba al mismo nivel [académico] que antes”.

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“Mi hija ha trabajado día y noche para conseguir este sueño”, añadió.

Al difundirse la noticia de la aceptación de Cielo, esta hija de inmigrantes mexicanos y salvadoreños ha sido considerada como una figura inspiradora en el Distrito Escolar Unificado de Santa Ana, predominantemente latino, donde el 87% de los estudiantes provienen de familias de bajos ingresos.

Sin embargo, al escuchar a Cielo, de 18 años, su lucha palidece en comparación con las penurias de dos hombres retenidos en un centro de detención de inmigrantes. Conoció a los hombres porque su padre también estuvo retenido allí.

“Ellos estaban pasando por algo más difícil que yo”, dijo.

De una manera indirecta, su detención jugaría un papel en su admisión en la clase de Harvard de 2025.

En junio de 2019, su padre, Héctor Echegoyén, que había estado trabajando para un servicio de limpieza local, fue detenido por las autoridades de inmigración en Santa Ana cuando iba a recoger el correo con su hijo, Ethan. Originario de El Salvador, se enfrentaba a una orden de deportación desde 1994, año en que entró en Estados Unidos sin documentos.

“Mi familia se encontraba conmocionada”, dijo Cielo. “Estaba bastante asustada por la posibilidad de que mi padre fuera deportado”.

Durante seis meses, mientras Héctor estaba retenido en el centro de detención, Cielo y sus tres hermanas le visitaban al menos una vez a la semana, conduciendo 82 millas desde Santa Ana y haciendo saber a las autoridades que estaban pendientes de su padre. Cielo también empezó a estudiar las complejidades legales de su situación, y la familia buscó ayuda, contratando a un abogado gratuito del bufete de abogados Gibson Dunn.

Para recaudar fondos para la fianza de Héctor, la familia agotó parte de sus ahorros y luego, en diciembre de 2019, comenzó a hacer ventas de comida en el patio de su edificio de departamentos: tacos, pozole, flan y pastel de queso. Más tarde fueron de puerta en puerta ofreciendo su mercancía.

“Sabía que mientras más rápido reuniéramos esos fondos, más rápido iba a poder regresar mi papá a casa”, dijo Cielo. Finalmente, la familia reunió 30.000 dólares.

En los meses transcurridos desde que su padre fue puesto en libertad bajo fianza en diciembre de 2019, tiene prohibido trabajar; su mujer, Soriano, trabaja para un fabricante de paracaídas. Tiene programada una audiencia en octubre, cuando solicitará que su orden de deportación sea suspendida.

El giro de Cielo hacia el activismo comenzó en junio, cuando inició una pasantía con el Proyecto de Empleo de Verano en Bufetes de Abogados (SELF), un programa que la conectó con un grupo de abogados vinculados al Centro de Derecho Público (PLC), una organización sin fines de lucro de Santa Ana que presta servicios legales gratuitos a residentes de bajos ingresos y a otras organizaciones sin fines de lucro del condado de Orange.

Cielo recibió su formación a través del PLC y luego, debido a la pandemia, empezó a trabajar de forma independiente, ofreciéndose como intérprete para ayudar a los detenidos, entre otras actividades.

Uno de esos detenidos en Adelanto era Pedro Chicas, un joven de 27 años de Usulután, en el oriente de El Salvador, que había caído en manos de las autoridades de inmigración en enero de 2020 debido a un arresto previo por conducir ebrio.

“No sé qué hacer, estoy desesperado”, le confió Chicas el pasado abril de 2020 a su compañero de celda George Nápoles “Napo” Leyva, un inmigrante cubano de 34 años que se había hecho amigo del padre de Cielo. Chicas había perdido el contacto con sus abogados, así que Leyva le puso en contacto con Cielo, quien se ofreció a ayudarle.

La joven localizó a los abogados para que retomaran el caso. También se puso en contacto con la madre de Chicas, que vive en el sur de Los Ángeles, para conseguir su ayuda, y con el juez que llevaba el caso, para hablar del impacto que la ausencia de Chicas estaba teniendo en su familia.

Al menos una vez a la semana, Cielo llamaba al centro de detención para saber cómo estaba Chicas. En varias ocasiones le envió dinero para comprar artículos de primera necesidad: jabón, pasta de dientes y champú.

“Para mí fue como un ángel enviado por Dios”, dijo Chicas. “Nos ayudó mucho, hasta el día de hoy le estoy agradecido”.

Cielo también animó a Leyva a mantener la esperanza mientras intentaba recuperar su libertad. Una noche de agosto, Cielo y su padre fueron a una licorería para comprar una estampilla e imprimir algunas fotografías de las hijas de Leyva, para enviárselas y levantarle el ánimo.

Ahora, cuando piensa en esos días, Cielo no recuerda cómo encontró tiempo para hacer todo.

“Era algo que me importaba. Por lo que pasó con mi padre, saqué tiempo, pero no sé ni cómo”.

Por otra parte, a medida que la pandemia de COVID-19 crecía, los grupos de defensa habían demandado al Servicio de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos, pidiendo la liberación de los detenidos para frenar la propagación de la infección. En respuesta, la agencia comenzó a liberar a los detenidos: Leyva el pasado septiembre, Chicas en noviembre.

El trabajo de defensa de Cielo en nombre de su padre y de los otros hombres acabó siendo el núcleo de su ensayo de solicitud de ingreso en Harvard, que le llevó unos cuatro meses escribir. Al principio le costó poner las palabras en el papel, porque el trauma del arresto y la detención de su padre había creado un bloqueo emocional. Intentó alejar ese recuerdo de su mente centrándose en sus tareas escolares, pero la táctica ya no funcionaba.

“No podía escribir una frase porque me ponía a llorar”, recuerda.

A medida que pasaban los días y se esforzaba por convertir sus sentimientos en frases, empezó a compartir sus pensamientos con su familia por primera vez, lo que le sirvió de catarsis. En octubre, cuando solo le quedaba una semana para presentarse, decidió borrar todo lo que había escrito porque “se sentía demasiado frío”.

“Empecé de nuevo”, dijo.

Empezó con la inquietante frase, en español, que le preguntó a su padre cuando fue a visitarlo poco después de que lo detuvieran en Adelanto. “¿No se puede pedir que le bajen?”, “¿No puedes pedir que bajen el aire acondicionado?”

Es una queja habitual en estos centros, a los que los inmigrantes llaman hieleras.

“Se me quitó el hipo entre lágrimas en una de mis visitas semanales al Centro de Procesamiento de Inmigración y Aduanas (ICE) de Adelanto, uno de los más grandes del país”, continúa su ensayo. “El cuero cabelludo rosado de mi padre dejaba al descubierto la piel en carne viva. Sacudía la cabeza con resignación y decía: ‘Pedimos que bajen el aire pero hace más frío’”.

Una de las primeras personas que escuchó la dramática historia de Cielo fue Gloria Montiel, profesora de la Universidad de Claremont que se graduó en Santa Ana en 2005 y se licenció en Harvard en 2009 y obtuvo un máster dos años después. En octubre pasado, Harvard envió a Montiel un correo electrónico pidiéndole que entrevistara a Cielo.

“La entrevista y el ensayo comienzan a distinguir a los estudiantes, porque ahí se ve el corazón y el alma de lo que representa un estudiante”, dijo Montiel.

Montiel quedó inmediatamente impresionada por la participación de Cielo en su comunidad y por las cualidades de liderazgo y la pasión que demostró al ayudar a su padre y a los demás inmigrantes detenidos. Las notas excelentes no son suficientes para ser admitido en Harvard, señaló Montiel, porque la universidad también “quiere preparar a los estudiantes que van a ser líderes en sus comunidades o a un nivel superior”.

“Independientemente de su tragedia personal, utilizó todo el poder que tiene como chica de 17 años para movilizar al sistema y ayudar a los demás”, continuó Montiel. “Cielo va a ser una fuerza imparable en nuestra comunidad”.

En cuanto a Cielo, aunque había solicitado plaza en otras ocho universidades, Harvard era su principal opción.

“Esta era mi esperanza, era la universidad que quería”, expresó.

Cuando se enteró de que su hija había sido aceptada en Harvard, Héctor Echegoyén se mostró más emocionado que sorprendido.

“Desde que empezó a estudiar siempre nos ha dado regalos, en el sentido de que ha sacado notas muy altas”, dijo el oriundo de San Pedro Nonualco.

Un video que una de las hermanas de Cielo publicó sobre su aceptación en Harvard se ha vuelto viral. Pero aunque muchos de sus compañeros son adictos a las redes sociales, Cielo abrió una cuenta de Instagram recién en diciembre, para agradecer a las personas que la felicitaron por su éxito. Será el segundo miembro de su familia en asistir a la universidad. Una de sus hermanas mayores, Michelle, se graduó en Georgetown en 2013.

“No he visto a mi hija enviando mensajes de texto en su teléfono móvil, ocupando su tiempo en vano”, dijo su padre, “solo estudiando, estudiando, leyendo libros, y todo eso la ha llevado al éxito”.

Saber que su hija estudiará biología, y que espera convertirse en oncóloga algún día, es un bálsamo para Soriano, que quería formarse como enfermera en su natal Oaxaca, en el sur de México, pero tuvo que dejar la escuela después de quinto grado. “Ahora veo que el sueño de mi hija y el mío se realiza en ella”, dijo.

En el distrito escolar de Santa Ana, el superintendente Jerry Almendárez comentó que cree que el logro de Cielo inspirará a otros estudiantes a querer ingresar a una universidad. El distrito de 46.000 alumnos tiene un 92.5% de latinos, y el 45% de los estudiantes son aprendices de inglés. Santa Ana Unified se fundó en 1888; hasta la fecha, nueve estudiantes del distrito han ido a Harvard. Cielo será el décimo.

“Esto es realmente un logro increíble no solo para Cielo, sino para todos los estudiantes que ella representa, para sus maestros que la han apoyado en su viaje, y para la comunidad de Santa Ana”, manifestó Almendárez.

Jeff Bishop, director de Santa Ana High -el 98.9% de cuyos estudiantes son latinos- dijo que el logro de Cielo repercutirá en la comunidad. “Cielo está posicionada para ser esa líder que inspira tanto a las generaciones anteriores como a las venideras”, escribió Bishop en su carta de recomendación a Harvard.

Cielo todavía está desempaquetando los recuerdos del 17 de diciembre, cuando ella y su familia se sentaron frente a una computadora a la espera de noticias sobre su solicitud. En el video de ese momento, grabado por una de sus hermanas, se escuchan gritos y estalla el confeti en la sala de la familia cuando recibió el visto bueno de Nueva Inglaterra.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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