VICTORVILLE — Los pacientes con COVID-19 se desplomaban en sillas en un pasillo externo de la sala de emergencias del Desert Valley Hospital, en Victorville. No había camillas para ellos, ni camas, ni habitaciones.
Los médicos y las enfermeras corrían de un lado a otro de la sala de emergencias para tratarlos, esquivando a los demás y transportando equipos. “Esto no es ideal para nosotros”, reconoció el doctor Leroy Pascal, del área de urgencias. “Pero tenemos que atender a los pacientes donde sea que podamos”.
Las tasas de transmisión del coronavirus han disminuido en California en las últimas semanas, una señal de que el pico generado por la variante Ómicron está disminuyendo.
Pero si bien la pandemia tuvo una serie de altibajos, su mera longevidad se ha convertido en su propia némesis, lo cual hace que los periodos prolongados de alivio sean un bien escurridizo.
En Desert Valley Hospital, los pacientes con COVID-19 todavía ingresan al hospital que ya está muy por encima de su capacidad. La escasez de personal contribuyó a la fatiga a medida que los trabajadores atienden cada vez a más personas que requieren internarse.
No es ningún misterio por qué este hospital en Victor Valley se ve tan afectado: solo alrededor de la mitad de la población en esta área rural desértica del condado de San Bernardino está completamente vacunada, lo que significa que han recibido al menos dos dosis, según datos del condado.
Muchos residentes del área también tienen padecimientos crónicos, como diabetes y presión arterial alta, algo que aumenta el riesgo de desarrollar un caso de COVID-19 grave y morir por complicaciones. La combinación de enfermos y no vacunados está impulsando el alza.
Durante la semana pasada, 163 pacientes estuvieron hacinados en el hospital de 148 camas. Aproximadamente la mitad de ellos dieron positivo al COVID-19. La mayoría no estaba vacunada, según funcionarios del nosocomio. Los 24 lugares de la UCI y los 18 de la sala de emergencia también estaban ocupados casi en su totalidad por ellos.
El doctor Imran Siddiqui, director médico de Desert Valley Hospital, señaló que la dotación de personal es uno de los problemas más apremiantes que enfrenta. Las docenas de médicos, enfermeras y técnicos de laboratorio que se infectaron y se vieron obligados a quedarse en casa ha provocado una escasez de trabajadores sanitarios como la que se vio en todo el estado en el aumento de Ómicron.
Siddiqui detalló que faltaron hasta 80 empleados en un día durante el pico. La fuerza laboral está tan agotada que se niegan a aceptar el pago adicional de cubrir los turnos. Para disminuir algunas de las cargas laborales, intenta ayudar con jornadas de 12 horas y cada dos fines de semana. “El año pasado no teníamos suficientes respiradores. Este año es la dotación de personal”, comentó. “Estoy agotado. Exhausto”.
El estado ha enviado enfermeras itinerantes para ayudar. En una tarde de jueves reciente, Rebekah Seyler, de 31 años, de Arkansas, estaba en la sala de emergencias revisando a una paciente con COVID-19, una mujer diabética de 78 años y no vacunada que tuvo que ser intubada y conectada a un respirador en un intento por salvar su vida.
Seyler estuvo en Luisiana antes de venir al desierto, su primera vez en el Estado Dorado. Llegó a finales de diciembre, poco después de Navidad, cuando la oleada estaba en marcha. “Ha sido intenso aquí”, reconoció. “Hay más pacientes con COVID”.
La región de Victor Valley está salpicada de pequeñas comunidades desérticas y algunas que se han expandido hacia ciudades más grandes, como Victorville, Hesperia, Adelanto y Apple Valley. Juntas, las cuatro localidades tienen una población de más de 340.000 residentes, compuesta en gran parte por familias latinas, negras y blancas de bajos ingresos.
Hace más de un año, esta región fue duramente golpeada por el oleaje de otoño e invierno. Siddiqui destacó que la diferencia entre este pico y aquel es que, entonces, había suficientes trabajadores para hacer frente a la afluencia de enfermos que ingresaban. Muchas personas también optaban por no visitar la sala de emergencias por cuestiones no relacionadas con el COVID; ello les permitía centrarse únicamente en los pacientes infectados.
Pero esa ola de 2020 también fue un momento profundamente difícil para el hospital. Frente a un tsunami de pacientes enfermos, los médicos tuvieron que tratarlos no solo en los pasillos, sino también afuera en automóviles y ambulancias.
Al frente estaba el doctor Peter Fischl, el cirujano jefe del hospital, cuya experiencia médica se remonta a la presidencia de Jimmy Carter. Estuvo en la primera línea de la epidemia del VIH y usó algunas técnicas de ese flagelo anterior para protegerse a sí mismo y a su personal en 2020.
Pero su tiempo en las trincheras lo expuso, y Fischl contrajo el virus, en un momento en que era particularmente grave y no había vacunas disponibles. A su personal le preocupaba que el hombre, de 72 años, perdiera la vida.
Su ausencia también creó problemas laborales. Fischl era el único cirujano a tiempo completo y manejaba la mayoría de esos procedimientos en el hospital. Los administradores tuvieron que depender de especialistas independientes, mientras él se recuperaba.
Los tratamientos con fármacos y anticuerpos aliviaron los síntomas de Fischl, y se recuperó gradualmente. Regresó a sus tareas en enero de 2021.
Desde entonces, está completamente vacunado y no ha dejado de trabajar; asistir a los pacientes ha sido su misión de toda la vida y una forma de honrarlos por ayudarlo a crecer cuando comenzaba su carrera como cirujano. “Es mi ética personal”, dijo. “Entrené con ellos sin que se opusieran al hecho de que yo era un estudiante o un residente”, expresó.
El jueves, poco antes de la 1 p.m., Fischl estaba dentro del quirófano, trabajando con otro paciente. No muy lejos, más personas entraban a la sala de emergencias.
Pascal, el director de urgencias, se dirigió al pasillo para encontrarse con un paciente contagiado del COVID-19, de 80 años, llamado Benjamín García. El anciano tosía y se sentía débil. Sentado a su lado estaba su nieto, Isaac Zapata, de 24 años.
El joven relató que su abuelo es activo y que a menudo trabaja en su Chevy Camaro de 1969, en la entrada de su casa. Pero en las últimas dos semanas disminuyó su energía y, hace dos días, sus síntomas comenzaron a empeorar.
García dio positivo por coronavirus y Zapata temía que lo hubiera contagiado, ya que viven juntos. “Estoy vacunado”, dijo el joven; su abuelo, no. “Él tenía un amigo que se inoculó y se enfermó”, relató. “Nunca más supo de él, así que se asustó de que tal vez eso le pudiera ocurrir”.
Después de revisarlo, Pascal les dijo que continuarían haciéndole pruebas y determinarían si el hombre debía quedarse internado. “Éste es el tipo de casos que estamos recibiendo”, dijo el médico.
Los pacientes seguían esperando en el pasillo, mientras los enfermos seguían llegando.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
Suscríbase al Kiosco Digital
Encuentre noticias sobre su comunidad, entretenimiento, eventos locales y todo lo que desea saber del mundo del deporte y de sus equipos preferidos.
Ocasionalmente, puede recibir contenido promocional del Los Angeles Times en Español.