Anuncio

Cómo Palm Springs echó a las familias negras y latinas para construir una fantasía para blancos adinerados

Two people walking through a vacant lot, with a row of palm trees and mountains in the background.
Joe Abner y su esposa Vera caminan por un terreno baldío que estaba en la sección 14 de Palm Springs. Cuando él tenía 13 años, su familia huyó del barrio y dejó que la casa que había construido su padre fuera arrasada y convertida en ceniza. La ciudad lo llamó “limpieza de barrios marginales”.
(Gina Ferazzi / Los Angeles Times)
Share via

Al principio, Joe Abner volvía a casa de la escuela y se encontraba una casa en llamas. Una casa vacía que era derribada por una excavadora e incendiada por los bomberos de Palm Springs.

Luego ardían dos casas.

“Entonces llegaba un punto en que cuando veías el humo, te asustabas mucho porque no sabías si era tu casa o la de uno de tus vecinos”, cuenta Abner. “Derribaban las casas delante de nuestras narices”.

Abner, que ahora tiene 72 años, tenía 13 cuando su familia huyó de la sección 14 de Palm Springs, dejando que la casa que su padre había construido fuera arrasada y convertida en cenizas. En nombre de la “limpieza de los barrios marginales”, en las décadas de 1950 y 1960 las autoridades expulsaron a familias negras como la de Abner y a latinos del centro de la ciudad, sin avisarles debidamente ni concederles ayuda para su reubicación, quemando sus casas para abrir paso a hoteles y tiendas.

Anuncio

Palm Springs se vendía como un patio de fantasía para ricos y famosos, pero como señala Pearl Devers, antigua residente de la sección 14: “No formábamos parte de esa visión”.

Una investigación estatal de 1968 concluyó que el desalojo fue un “holocausto organizado por la ciudad”.

El arrasamiento de una comunidad multiétnica puede parecer a algunos una reliquia de una época en la que negros, latinos y asiáticos de toda California y del país sufrían una discriminación sistemática en materia de vivienda. Pero las familias desplazadas de Palm Springs afirman que el racismo que impulsó los incendios perdura, y luchan porque la ciudad pague por esos acontecimientos.

Bajo la mística imagen de Palm Springs se esconden capas de historia turbulenta que se apilaron para formar una geografía segregada que sobrevive hoy en día.


Delia Ruiz Taylor, de 71 años, se sentó en los restos de una estructura de la sección 14, y señaló a través de la arena y los arbustos el lugar donde había vivido su familia, donde ella y sus amigos jugaban.

“Solíamos ir al Village Theatre y sentarnos en el balcón”, dice Ruiz Taylor. “A los niños nos encantaba”.

Más tarde supo por qué se sentaban arriba: Los asientos de la primera planta eran reservados sólo para los blancos.

Two people, one with a cane, walking past a cement slab in the dirt of a vacant lot.
Delia Ruiz Taylor y Alvin Taylor visitan la sección 14, donde eran amigos de la infancia. Taylor que toca la batería, abandonó la zona en su juventud y trabajó con numerosos gigantes del rock and roll antes de volver a contactar con Ruiz. Los recuerdos de lo ocurrido en su antiguo barrio aún le persiguen.
(Gina Ferazzi / Los Angeles Times)

“¿Sabes lo doloroso que es oír eso?”, preguntó.

Cada día de paga, el padre de Ruiz traía a casa materiales de construcción de la tienda donde trabajaba para construir su casa de tres recámaras.

La presencia de la familia en la sección 14 se debió a una peculiaridad histórica cuando los ferrocarriles cruzaron la frontera. El gobierno federal dividió la tierra que la Banda de Agua Caliente de los indios Cahuilla había utilizado durante cientos de años en tramos de una milla cuadrada. Las secciones pares fueron para la tribu y las impares para el ferrocarril, que las vendió para atraer a trabajadores y colonos hacia el Oeste.

La Banda de Agua Caliente y sus miembros poseían 6.700 acres en Palm Springs, pero ninguno tan valioso como la sección 14, justo al este del reluciente centro de la ciudad. Durante la primera mitad del siglo XX, el gobierno federal, que tenía las tierras en fideicomiso, prohibió a los miembros de la tribu arrendarlas por más de cinco años. Esto impidió que se desarrollara la zona.

Con el tiempo entraron familias de clase trabajadora -latinos, negros, indígenas, filipinos y blancos- que alquilaron pequeñas parcelas en la sección 14, una de las pocas zonas donde se permitía vivir a los no blancos. Construyeron chozas, casas de madera y bloques de hormigón, iglesias, una cafetería y un campo de prácticas, y trabajaron en Palm Springs como jardineros, albañiles, camareras de hotel y amas de llaves.

En 1959, cuando el gobierno federal empezó a autorizar contratos de arrendamiento más largos, de hasta 99 años, llegaron los promotores inmobiliarios. Los residentes de la sección 14, a los que las restricciones raciales impedían vivir en gran parte de la ciudad, se vieron obligados a dispersarse por desoladas zonas residenciales de las afueras o a realizar largos desplazamientos desde ciudades decididamente menos glamurosas: Indio, Beaumont, West Garnet.

A concrete slab in the dirt below a sunny sky and mountains.
Las losas de concreto de las casas destruidas de los arrendatarios, en su mayoría negros y latinos, aún se encuentran en los terrenos sin urbanizar de lo que fue la sección 14 de Palm Springs. (Gina Ferazzi / Los Angeles Times)
(Gina Ferazzi / Los Angeles Times)

Ruiz y su familia perdieron su casa en los incendios y se trasladaron a Cathedral City, donde los niños le escupían burlas racistas y la familia blanca de al lado se negaba a hablar con ellos.

“Éramos la segunda o tercera familia mexicana allí”, dijo Ruiz. “En uno o dos años ya no había blancos allí”.

El esposo de Ruiz, Alvin Taylor, se sentó en silencio junto a Ruiz mientras ella hablaba; no puede pasar mucho tiempo en la Sección 14 sin llorar, dijo.

Como muchos residentes, Taylor, de 70 años, la recuerda como una comunidad tranquila y unida que conocían como la Reserva, donde los niños entraban y salían corriendo de las casas de los demás o recorrían el desierto en busca de aventuras.

Taylor tenía 8 años cuando su familia huyó de los incendios. Él, sus dos hermanos y su madre se juntaron con otra familia de la sección 14 y fueron de un lugar a otro.

“Nos mudamos al siguiente lugar y al siguiente, cinco, seis o siete veces”, dijo Devers, su hermana. “Huíamos para no quemarnos”.

Su padre, carpintero, promotor musical y líder local de la National Assn. for the Advancement of Colored People (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color), se quedó buscando frenéticamente un terreno o un préstamo para poder trasladar su casa, pero fue en vano.

Unos años más tarde, la fortuna llegó a la puerta del joven Taylor, que tocaba la batería. Mientras trabajaba como ayudante de camarero en el Palm Springs Biltmore, le invitaron a sustituir al baterista de la banda del hotel, que había bebido demasiado.

Little Richard, que actuó con Frank Sinatra y Sammy Davis Jr., dijo que no había oído una batería como la de Taylor desde su infancia en Georgia. Taylor sólo tenía 14 años, pero Little Richard convenció a su madre para que le dejara ir de gira.

Taylor se trasladaría a Los Ángeles y actuaría, grabaría y produciría música con otros iconos como Elton John, George Harrison y Bill Withers.

Decenas de discos de oro y platino después, regresó al desierto y se casó con Ruiz, a quien conocía desde la infancia. Entonces, el dolor de la expulsión de la Reserva volvió a aflorar.

“Nunca olvidaré la cobardía del acto de desplazar a nuestra familia, arreándonos como si fuéramos ganado, teniendo que mudarnos de casa en casa”, dijo Taylor.

Devers, de 72 años, que se casó con otro residente de la sección 14, se trasladó a Sherman Oaks y ascendió de secretaria en ABC a coordinadora de producción antes de marcharse a supervisar la alfombra roja y los medios de comunicación en los Oscar. Después de acompañar a Rosa Parks a una de las ceremonias, pasó a trabajar para el icono de los derechos civiles, y finalmente produjo “La historia de Rosa Parks”, una película de la CBS protagonizada por Angela Bassett.

La casa de Devers está llena de recuerdos del mundo del espectáculo y de los Oscar, incluida una foto de su difunto marido paseando por la alfombra roja.

A woman sitting in a ray of sunlight in an otherwise dark room, her hands in her lap.
Pearl Devers, de 72 años, se casó con otro residente de la sección 14 y triunfó en Hollywood. Pero sufre por su padre y por otras personas que quedaron muy traumatizados por los incendios como para recuperarse.


(Gina Ferazzi / Los Angeles Times)

“Se emborrachó hasta morir”, dice. “Era un gran trabajador, un buen proveedor. Fue muy duro verle hundirse así porque no podía mantener a su familia”.

Otras familias huyeron de Palm Springs antes de verse acorraladas.

“Recuerdo a mi madre diciendo: ‘Tenemos que salir de aquí’”, dijo Patricia Henderson, de 75 años.

Un banco a unas 25 millas al oeste, en Banning, a diferencia de los de Palm Springs, prestaba dinero a los negros, y financió a su familia la construcción de una casa allí. La familia regresaba a la sección 14 los domingos para asistir al servicio religioso en la iglesia New Bethel Church of God in Christ.

Más tarde, la iglesia “tuvo que irse también”.

Vivir en la sección 14 fue “la mejor época de mi vida”, dijo Henderson. “Teníamos un vínculo con la gente que duró hasta que morimos”.

Joe Abner recuerda la sección 14 como un idilio mágico en el que se iba de excursión con los amigos a las montañas de San Jacinto o colocaban un tapón en el lavadero para jugar en el agua.

El padre de Abner construyó gran parte de su casa. Su abuela administraba una pensión y su tío una desmanteladora de autos. La gente se las ingeniaba para salir adelante. Un tal Sr. Wilson vendía panes de jengibre caseros en la parte trasera de su camioneta.

“La gente se ganaba la vida como podía en la sección 14”, dijo Abner.

La casa de la señorita Frances era el lugar ideal para los amantes de los animales: Tenía cabras, monos araña y un orangután llamado Clyde. Si dejabas las llaves en el auto -la gente lo hacía en aquella época-, la mona Minnie las escondía en una rama.

“Una vez, Minnie tenía en brazos a un bebé y su madre entró y se puso a gritar”, recuerda Abner. La mona estaba dando el biberón al bebé. “Mi abuela le dijo que se callara: ‘El mono estaba haciendo lo que tú deberías haber estado haciendo’”.


Ya en la década de 1940, Palm Springs estaba elaborando planes para desarrollar la sección 14.

Cuando se ampliaron los límites de arrendamiento, el Congreso declaró que los terratenientes de Agua Caliente eran incompetentes para manejar sus propios asuntos comerciales. Así que, en colaboración con la Oficina de Asuntos Indígenas, el Tribunal Superior de Indio nombró tutores y curadores, supuestamente para evitar que los miembros de la tribu fueran defraudados. Entre las personas nombradas figuraban el jefe de policía, agentes inmobiliarios, un juez con varios empleos y el alcalde Frank Bogert.

Los tutores facturaban dos veces a los miembros de la tribu, cobraban honorarios exorbitantes del 25% y vendían tierras sin su conocimiento para cubrir sus facturas.

Dieter Crawford, descendiente de residentes de la sección 14 dijo que los conservadores “actuaron en contubernio” con la ciudad, enviando a gente a tocar a las puertas cuando sabían que todo el mundo estaba en la escuela o en el trabajo. Si nadie respondía, llamaban a las excavadoras y a los bomberos.

A black-and-white photo of a home framed by trees and a fence, labeled "625 Beech St. Section 14. 7/16/68  Harris."
La sección 14 de Palm Springs era una comunidad multiétnica de clase trabajadora antes de que la ciudad expulsara a sus residentes para pulir su imagen y ampliar la zona turística del centro.
(City of Palm Springs)
A black-and-white photo of a firefighter's hose spraying a burning home, labeled "500 E. Amado Sec. 14 12/28/67 Harris."
Uno de los muchos incendios de casas en la sección 14 que, según los supervivientes, expulsó hasta 2.000 familias, robándoles el poder político y la riqueza generacional.
(City of Palm Springs)

Los que no huyeron de la Sección 14 vivieron más de una década viendo cómo su barrio se desgarraba poco a poco, según declaró al Desert Sun Michael Hammond, exdirector ejecutivo del Museo Cultural Agua Caliente.

“Tenemos historias orales (...) la gente se levantaba, iba a trabajar, y cuando volvían a casa, ya no había hogar”, dijo Hammond en un vídeo sobre la exposición de 2014 del museo sobre la sección 14, que más tarde viajó al Museo Nacional del Indígena Americano del Smithsonian.

La muestra incluyó un apunte de 1961 de un libro de aniversario del Departamento de Bomberos, que refleja la mentalidad de la ciudad en ese momento:

Varios edificios antiguos de la sección 14 parecían sufrir incendios “espontáneos” en diferentes momentos del año. ... Fueron incendios sin pérdidas, las únicas pérdidas fueron en forma de sueño de los bomberos y parte del suministro de agua de la ciudad”.

El alcalde Bogert declararía más tarde a los medios de comunicación que le preocupaba que la Sección 14 pudiera empañar el atractivo de la ciudad.

“Estaba muerto de miedo de que alguien de la revista Life viniera”, dijo, según un reportaje del Times de 2001, “y viera la pobreza, las casas de cartón, e hiciera un reportaje sobre la gente pobre y las horribles condiciones de Palm Springs a sólo media milla del Desert Inn, nuestra propiedad para la clase alta”.

Tras unas audiencias en el Congreso, el secretario de Interior, Stewart Udall, declaró que el programa de tutela era “intolerablemente costoso para los indios, tanto en términos humanos como económicos”, y en 1969 se desmanteló el programa.

A partir de entonces, los quemados reaparecieron bajo la lustrosa imagen de Palm Springs durante los 50 años siguientes. Luego estallaron en el ajuste de cuentas racial que siguió al asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis en 2020.

A finales del año pasado, un grupo de antiguos residentes de la sección 14 y sus descendientes, incluidos los entrevistados en este reportaje, presentaron una demanda de reparación solicitando más de 2.000 millones de dólares a la ciudad.

Entre otras cosas, el dinero podría destinarse a pagos en efectivo, fondos universitarios, mejoras de infraestructura, un parque conmemorativo de la sección 14 e incluso un Día de la sección 14, dijo la abogada Areva Martin en una reunión comunitaria el domingo; la última sugerencia fue ampliamente aplaudida. Martin distribuyó una encuesta para calibrar la forma que los supervivientes quieren que adopten las reparaciones.

Los demandantes, los Supervivientes de la sección 14 de Palm Springs, afirman que los incendios expulsaron a 2.000 familias de la ciudad, robándoles poder político y su riqueza generacional.

El Ayuntamiento se ha disculpado por su papel en el destierro y busca un consultor de reparaciones. Martin, el abogado de los demandantes, tiene previsto negociar un acuerdo.

La comisión de derechos humanos de la ciudad consideró que una estatua de bronce de Bogert a caballo frente al Ayuntamiento era un doloroso recordatorio de las expulsiones de la sección 14, y en julio el Ayuntamiento ordenó su retirada.

VIDEO | 05:04
Decades after their homes were burned down, survivors of Section 14 demand reparations from Palm Springs

Black and Latino families met at United Methodist Church in Palm Springs on Sunday to discuss upwards of $2 billion in reparations claims against the city of Palm Springs.

Familias negras y latinas se reunieron el domingo en la Iglesia Metodista Unida de Palm Springs para hablar de los más de 2.000 millones de dólares en indemnizaciones que reclaman a la ciudad de Palm Springs.

La demanda enfureció a los partidarios del difunto alcalde. Norm King, exgerente de la ciudad de Palm Springs, dijo que la zona era un barrio marginal y que el departamento de salud del condado de Riverside había pedido la “reducción”, con desalojos llevados a cabo por la Oficina Federal de Asuntos Indígenas, los miembros de las tribus o sus representantes.

“Lamentablemente, el Ayuntamiento de Palm Springs se ha negado a defender la reputación de la ciudad cuando se le ha acusado falsamente de acciones impropias”, dijo King, añadiendo que Bogert fue uno de los pocos que intentó reducir los desalojos, luchando con ahínco, aunque sin éxito, por conseguir viviendas asequibles cuando las familias fueron expulsadas.

Martin dijo que las condiciones de vida en la reserva eran deficientes porque la ciudad se negaba a prestar servicios, y calificó de ridículos los esfuerzos por echar la culpa de las expulsiones a los miembros de la tribu.

“Eran los únicos de la ciudad que permitían a negros y latinos vivir en la reserva”, afirmó Martin. “Abrieron sus puertas a los residentes cuando la ciudad dijo: ‘No pueden construir allí. No pueden vivir con los blancos’ ... Y les estamos agradecidos”.

Hoy en día, la Banda de Agua Caliente considera la transformación de la sección 14 un hito en la soberanía tribal, la restauración del dominio sobre las tierras ancestrales. Un casino tribal, hoteles, un centro de convenciones, condominios y edificios de apartamentos se asientan ahora en terrenos de la sección 14, y el Spa at Séc-he abrió allí este mes.

La tribu ha evitado pronunciarse públicamente sobre las reparaciones, y su presidente y su portavoz no devolvieron los mensajes telefónicos en busca de comentarios. Los miembros de la tribu convivían con residentes negros y latinos en sus tierras de la sección 14 y también fueron expulsados.

Palm Springs es hoy diferente del bastión conservador que Bogert dirigió en su día. Ahora es un orgulloso destino turístico LGBTQ con una fuerte comunidad de homosexuales y una base de votantes demócratas.

Pero sigue siendo una ciudad pequeña en algunos aspectos, y su historia es personal para muchos.

La viuda latina de Bogert vive en la ciudad y se sintió consternada por los intentos de vincularlo con un asunto de racismo. Dieter Crawford era amigo en la escuela de la nieta de Bogert, miembro de Amigos de Bogert.

Crawford, de 40 años, es un defensor de la salud pública que dirige Urban Palm Springs, una plataforma digital de activismo, defensa de asuntos gubernamentales y grupos sin ánimo de lucro que incluye su propio negocio de excursiones. Crawford llevó a un reportero del Times a recorrer los barrios a los que habían huido las familias de la sección 14.

Empezó por Desert Highland, en el extremo norte de la ciudad. El barrio carecía de alumbrado público, aceras y carreteras pavimentadas cuando llegaron los refugiados.

Una bicicleta parece lista para cabalgar hacia la puesta de sol en el Noah Purifoy Outdoor Desert Museum de Joshua Tree, una instalación de 10 acres creada por el difunto artista de Los Ángeles.

Enfrente se construyó la urbanización Gateway Estates. Dieter dijo que Gateway estaba conectada al sistema de alcantarillado y tenía gas; Desert Highland utilizaba queroseno y fosas sépticas. Cuando las familias negras empezaron a comprar casas en Gateway, los blancos se marcharon, se derribó la valla que los separaba y los barrios se fusionaron en Desert Highland Gateway Estates, donde creció Dieter.

Hoy es el centro neurálgico de la comunidad negra, y sigue careciendo de inversiones e infraestructuras. Crawford señaló las casas de cultivo de marihuana y los talleres de automóviles que, según él, contaminan el aire. Hay tiendas de comestibles, pero no hay ningún supermercado, farmacia o banco cercano.

“Puedo comprar cannabis, tabaco y alcohol”, afirmó. “Pero no puedo comprar una verdura”.

Crawford se dirigió a la zona sur de Palm Springs y llegó al Crossley Tract, llamado así por Lawrence Crossley, un trompetista negro de Nueva Orleans y empresario que tenía las manos metidas en el negocio de los pasteles por todo el valle de Coachella. Fue chofer del promotor inmobiliario de Palm Springs, Prescott T. Stevens, diseñó el primer campo de golf de la ciudad y comercializó un té saludable a partir de una receta que le dieron sus amigos de la Banda de Agua Caliente.

Crossley trasladó los barracones de un hospital en tiempos de la guerra a su terreno de 77 acres y los abrió a las familias negras, después empezó a construir viviendas unifamiliares para su comunidad. La primera casa se terminó en 1958, y la ciudad anexó la zona al año siguiente. Crossley, que también gestionaba un distrito de agua, se hizo millonario.

En 2018, los propietarios de viviendas en la zona protestaron porque una hilera de árboles de 60 pies en su frontera occidental bloqueaba sus vistas del campo de golf propiedad de la ciudad y las montañas de San Jacinto, principales atractivos en el sector inmobiliario de Palm Springs. Los residentes afirmaron que los ondulantes “árboles racistas” se plantaron para ocultar a los negros.

“A la ciudad no le gustaba ver a niños afroamericanos jugando justo enfrente del campo de golf”, explica Crawford.

Al final, el ayuntamiento se disculpó y retiró los árboles.


En la actualidad, el racismo en Palm Springs y sus alrededores no es tan patente, pero está ahí, afirman los antiguos residentes de la sección 14.

Hace poco, el dueño de un lavadero de coches, que entendió mal lo que decía la mujer de Taylor, le dijo que no le daría dinero.

“Pensó que yo era una vagabunda negra”, dijo Taylor.

Cuando un supervisor de obras blanco ordenó a Crawford que abandonara una vía pública en Cathedral City, éste se enfadó pero no se sorprendió.

“Esto es con lo que tengo que lidiar a diario como hombre afroamericano en Palm Springs”, dijo Crawford. “Prejuicios en estado puro”.

De vuelta en Desert Highland Gateway Estates, la posibilidad de trabajar a distancia y la escasez de viviendas en California han hecho que el valor de las propiedades alcance las seis cifras. Según Crawford, los inversionistas se están apoderando de las viviendas, excluyendo a los jóvenes compradores negros y latinos y cambiando la fisonomía del barrio.

Pero hay un lado positivo: Algunos residentes están cosechando por fin parte de la riqueza generacional que perdieron durante los incendios.

“Imagínense lo grandes que podríamos ser ahora”, dijo Crawford, “si hubiéramos podido conservar las casas en el centro de Palm Springs”.

En cuanto a los antiguos residentes de la sección 14, el dinero podrá reparar el daño -oficialmente-, pero no puede borrar el trauma.

Abner aún no puede deshacerse de las terribles imágenes de los incendios.

“Un perro cruzó la calle corriendo y se metió debajo de una casa, el perro estaba ardiendo y la casa también se quemó”, cuenta.

“Lo recuerdo como si hubiera ocurrido hoy”.

Anuncio