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Kristin Otto, la última walkiria

Efe/Sergio Lainz/Archivo
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La primera en algunas cosas, la última en otras. Pero, en definitiva, solo una mujer que se lanzaba al agua y nadaba más rápido que las demás.

Las llamaban ‘las walkirias’. Eran las invencibles nadadoras de la República Democrática Alemana (RDA). Kornelia Ender, Ulrike Richter, Barbara Krause, Rica Reinisch... La mejor, y la que echó el cierre a ese batallón irrepetible, fue Kristin Otto.

Su corto cabello rubio, los 185 cm de estatura que se intuyen incluso debajo del agua, la mandíbula cuadrada. Todo en su aspecto era imponente. Salvo su sonrisa. Siempre a medias, a menudo forzada, pocas veces radiante.

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Un bañador de licra y un sencillo modelo de gafas. Cualquier aficionado dispone hoy de un material más sofisticado. Pero su equipación de lujo eran sus propios brazos. Largos, fuertes, capaces de mover sus 70 kilos de un extremo a otro de la calle sin que temblase la corchera.

Guayaquil (Ecuador) fue su pila bautismal. En los Mundiales de 1982, con solo 16 años, se proclamó triple campeona universal. A los 18 comenzó a batir récords del mundo. Víctima de su tiempo, el boicot del bloque soviético impidió a Otto alcanzar la gloria en Los Ángeles’84.

El calendario la llevó de piscina en piscina hasta los Juegos de Seúl’88. Se inscribió en seis pruebas y ganó las seis. Una gesta única para una mujer. Solo otro nadador, un tal Mark Spitz, había logrado un pleno superior, 7 de 7 en Múnich’72.

Unos meses después empezaron a aparecer listas. Nadadoras supuestamente dopadas entre las que figuraba Otto. “Porquerías”, contestó ella.

El 9 de noviembre de 1989, hace ahora 30 años, los germanoorientales tiraron abajo el Muro de Berlín. A la semana siguiente, el día 18, la última walkiria, para entonces ya estudiante de Periodismo en Leipzig, anunció su retirada.

“He llegado al límite de mis posibilidades”, dijo.

Hubo más listas. Y estuvo en todas. Se declaró “una cobaya” utilizada sin permiso para que los dirigentes hiciesen “sus experimentos”. Y volvió a las piscinas, pero como comentarista de televisión.

Los siguientes mundiales de natación, los de Perth 1991, acogieron con expectación al equipo de la Alemania unificada. Un oro en 4x200 fue la única victoria de sus mujeres. En Madrid’86 las ‘walkirias’ habían ganado trece oros. Cuatro de ellos para Otto.

Abrumada por las acusaciones, no quiso honores ni homenajes. Lo que tuvo que decir lo dijo en el agua. Siempre celebró sus triunfos sin aspavientos. Un tímido saludo con la mano, una sonrisa sin brillo. Gestos que remiten a una carrera con luces y sombras y con un punto final amargo, al amparo de un Muro que dejó de existir hace tres décadas.

Natalia Arriaga

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