Los Cincinnati Bengals y sus fanáticos sedientos están a una victoria del Super Bowl de finalmente tomar un sorbo del santo grial de la NFL. Una mirada a la ciudad frenética.
CINCINNATI — Se sentó en el bar de su propiedad, el que está justo al final de la calle del estadio Paul Brown, que abrió hace casi 11 años, pero que nunca ha tenido un nombre tan perfecto como ahora: The Holy Grail o El Santo Grail.
Jim Moehring describió primero la victoria que le hizo llorar, luego la que propició que su cantina recibiera una pelota de juego y, por último, el triunfo que apestaba a humo de puro dulce.
Tres semanas. Tres victorias. Un tema.
“Aquí estamos hablando de los Bengals en febrero”, dijo. “No había pasado esto en 30 años. Bueno, en aquella ocasión, el Super Bowl fue en enero. Así que nunca hemos conversado del tema. Nunca”.
Sí, los Bengals de Cincinnati han sobrevivido a todo, desde su historia de carencias, pasando por sus inflexibles escépticos, en una carrera hacia el título que solo los aficionados piensan que podía ocurrir, ya que los analizan con el corazón.
Si durante 33 años este equipo ha burlado y puesto a prueba a sus fieles, ahora, esta franquicia, localmente famosa por separar a los fanáticos, está logrando lo que parecía imposible: Unir las almas de esta ciudad.
“Enfrentaron todos los baches del camino – no, no baches –, grandes obstáculos”, expresó Moehring de 54 años. “Todo el cuestionamiento de la propiedad y el interrogante de las ganas y de todo lo demás ... todo el mundo está unido ahora”.
Esto es lo que viene para enfrentarse a los Rams de Los Ángeles en el Super Bowl LVI en el SoFi Stadium, una región unificada por un equipo que ha eliminado a las principales cabezas de serie de la AFC en semanas consecutivas y se ha tragado por completo la noción de que es una especie de desvalido.
En Los Ángeles, persisten las dudas sobre el lugar que ocupan los Rams y los Chargers en el panorama deportivo. Aquí, en una ciudad adicta a los Bengals, no existen esas incertidumbres.
Cincinnati no ha llegado tan lejos desde la temporada de 1988 – el 22 de enero de 1989, para ser exactos – y solo dos veces en total, perdiendo en ambas ocasiones. La histórica franquicia de beisbol de la ciudad ha ganado cinco títulos de la Serie Mundial, es cierto, pero ninguno desde 1990.
De repente, en el lapso de tres fines de semana de enero, esta ciudad es el lugar más feliz del mundo.
“Los Bengals no son los únicos que van al Super Bowl”, mencionó el restaurador local Jeff Ruby. “La ciudad de Cincinnati y todo el norte de Kentucky también irán. Es como si fueran la misma localidad. Fue nuestro equipo cuando perdía. Será nuestra alineación cuando ganen”.
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Es lo suficientemente popular por aquí como para que hace poco, mientras recibía su vacuna contra el COVID-19, la persona que le administró la dosis le preguntara: “Oye, ¿no eres tú ‘Bengal Jim’?”.
Jim Foster se ganó ese apodo mientras crecía porque casi siempre vestía con la ropa de los Bengals de Cincinnati, un niño cuya imaginación fue captada primero por los coloridos uniformes del equipo.
Ahora, con 51 años, Foster no se ha perdido de ningún partido en su hogar en casi 30 años. Él y nueve amigos – se llaman a sí mismos ‘Los Bengal Roadies’ – han asistido a todos los juegos de esta temporada, tanto en casa como afuera.
Tiene un podcast que ha contado con Cris Collinsworth y Anthony Muñoz entre sus invitados, una habitación en su casa que él llama un “museo” de souvenirs de los Bengals de Cincinnati y un autobús pintado con rayas de tigre.
Tres de sus cuatro hijos tienen nombres inspirados en su equipo: Corey Anderson, por Ken; Cameron Curtis, por Isaac; y Aaron Riley, por Ken.
Cincinnati nominó a Foster para la campaña “Fan of the Year” de la NFL, un tributo a su inquebrantable optimismo, una creencia que se mantuvo intacta incluso durante los desoladores años de David Shula/Bruce Coslet a principios de la década de 1990.
Foster podría ser el rostro mismo de los deportes de Cincinnati: redondo y lleno, con gafas de montura oscura metidas bajo un sombrero de cubo de los Bengals. Es la cara sonriente de estos días, él redefine la alegría en un lugar en el que cada diciembre escenifica una SantaCon.
“Me encantan los Reds”, dice. “Pero no hay nada que una a esta ciudad como los Bengals. Hay mucha más pasión en torno a este equipo. Nada aquí se compara cuando les va bien a ellos”.
Si el fandom de Foster tiene una firma, la ha escrito en el estacionamiento del estadio del equipo para cada partido en casa desde 1993. “Before the Roar” es una fiesta de bienvenida que, antes de que los Bengals jugaran en Las Vegas en el fin de semana de la wild-card, atrajo a 2.000 personas.
En Nashville, para la ronda de división “Before the Roar” se ha desplazado durante los playoffs y viajará al Super Bowl LVI, se estima que acudieron 5.000 aficionados.
Además de propagar el evangelio naranja y negro, ‘Bengal Jim’ y sus fiestas recaudan anualmente dinero para fines benéficos. Gracias al éxito de Cincinnati esta temporada, dijo que podrían alcanzar los $60.000, cuatro veces más que la cifra anterior.
“Esta ciudad necesita desesperadamente un ganador”, señaló Foster. “Pues ya tienen uno”.
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Joe Burrow se mantendrá en pie en el SoFi Stadium. No es una predicción, sino un hecho. Medirá siete metros de altura.
La imagen gigante e inflable llegó en noviembre, hecha a la medida en China, y – al igual que el joven quarterback estrella de los Bengals – rápidamente se convirtió en una sensación. Incluso tiene su propia cuenta de Twitter: @BigBurrow9.
“Se ha convertido en un faro”, mencionó Craig Johnson, uno de los compañeros de Foster. “Solíamos recibir al menos 20 preguntas a la semana de los novatos para saber dónde se encuentra la puerta trasera. Ahora, la respuesta es: ‘Está debajo de la Gran Madriguera’”.
¿La madriguera como faro? También funciona en la vida real. Su llegada como el número uno de la selección general en 2020 fue el movimiento central en un impulso reforzado por años consecutivos de importantes gastos en agentes libres.
Tiene una habilidad, una confianza y un carisma en torno a los cuales esta franquicia – y esta ciudad – se ha unido. En un tiempo sorprendentemente breve, Burrow se ha convertido en parte del núcleo de Cincinnati.
Si entras en The Precinct, uno de los restaurantes de Ruby, puedes pedir el Steak Burrow, una tira de New York de 14 onzas ennegrecida con cajún, como un guiño a la época del quarterback en Louisiana State.
El plato se termina con una langosta y un chorrito de salsa criolla. Para entender hasta qué punto la gente de aquí devora todo lo de Burrow, date cuenta de que un hombre pidió hace poco su postre del mismo estilo, el personal de Ruby’s sirviendo una pieza de tarta de queso cubierta de crustáceos.
Burrow se unió a los Bengals de Cincinnati hace casi dos años, pero no llegó de verdad hasta esta racha de playoffs, mezclando su sustancia en el campo con un estilo fuera de él, que ha brillado a través de las redes sociales.
Desde sus gafas Cartier C Décor de color rosa hasta su cadena “JB9” – la que GQ describió como “helada” – Burrow se ha convertido en un personaje tan viral antes y después de los partidos como en el tiempo que transcurre entre ellos.
A sus 69 años, Dave Lapham ha visto todo esto con asombro. Fue liniero ofensivo en el equipo de Cincinnati que llegó al Super Bowl XVI en 1982 y ahora, como parte del equipo de radio, ha superado los 45 años con la franquicia.
“En aquel entonces también cautivamos a la ciudad y al área triestatal, pero eso fue antes de las redes sociales”, dijo Lapham. “Ahora, es como si alguien hubiera echado gasolina al fuego”.
Sin embargo, a pesar de todo lo que Burrow ha hecho, posee una garra que es tan de Cincinnati como todas esas estatuas de cerdos voladores que hay en la ciudad.
Esa cualidad nunca estuvo más a la vista que durante la victoria de los Bengals por 19-16 sobre los Titans de Tennessee hace dos semanas. En ese partido, Burrow fue derribado nueve veces y, sin embargo, su equipo nunca estuvo en desventaja.
“Hay una cosa parecida en la ciudad sobre eso, sobre ser derribado, pero no eliminado”, dijo Dan Wright, el chef/dueño del restaurante Pontiac en el barrio Over The Rhine de Cincinnati. “Su pavoneo hace que la gente de por aquí se dé cuenta de ese mismo tipo de confianza en sí misma”.
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A la vuelta de la esquina del estadio Paul Brown se encuentra otra versión de Burrow: un maniquí vestido con su uniforme número 9.
El falso Joe saluda a todos los que entran en Koch Sporting Goods, una tradición de Cincinnati, ya que en el cartel de la fachada se puede leer “desde 1888”, cuando este local abrió sus puertas como proveedor de cortinas de teatro.
En la parte trasera de la tienda está sentado Eric Koch, de 39 años, que representa la quinta generación de la familia. Está desempaquetando cajas de camisetas del Super Bowl LVI, intentando seguir el ritmo de la creciente demanda. Koch dijo que las ventas de enero aumentaron un 300% respecto a las de hace un año. Calculó que el aumento de febrero de 2021 podría ser del 600%.
“Eso solo habla del orgullo cívico que los ciudadanos de Cincinnati están teniendo en este momento”, dijo Koch. “Se sienten bien. Están apoyando con el corazón. Están al mismo nivel que Los Ángeles, al menos durante dos semanas”.
El hecho de estar sentado con las piernas cruzadas en el suelo, en una zona acordonada por percheros de ropa, es una imagen adecuada. No hay espacio en la zona de descarga habitual de la tienda debido a las 1.000 gorras del Super Bowl LVI que acaban de llegar.
Esta instantánea es reveladora. Y hay otras:
- La gente haciendo fila frente a Cincy Shirts, en el cercano Hyde Park, el lunes por la mañana, a pesar de que se les dijo que la tienda no volvería a abrir hasta el martes.
- La ciudad de Hillsboro, a 55 millas al este de Cincinnati, cambiando temporalmente su nombre a Hillsburrow.
“Cincinnati es una gran ciudad deportiva”, dice Anderson, que fue el mariscal de campo de los Bengals en su primera aparición en el Super Bowl. “Aquí hay mucho orgullo por nuestros equipos deportivos. Esa es una de las cosas en las que nos apoyamos los viejos”.
Hay orgullo en estos Bengals, sin duda, la conexión es tan estrecha como los cordones de un balón de futbol americano Wilson. Después de cada victoria en la postemporada, el equipo ha repartido balones de juego a los negocios locales.
El entrenador Zac Taylor explicó que quería que la ciudad compartiera el éxito del equipo, señalando que sus jugadores – sobre todo los más jóvenes – “podrían no entender la importancia” de lo que los Bengals han logrado.
Por supuesto, ésta es una nueva tradición, y Cincinnati todavía está reaprendiendo a celebrar. Por eso, cuando Taylor, de 38 años, se detuvo en la taberna Mt. Lookout para entregarle un balón de juego, le pidieron una tarjeta y luego le negaron brevemente la entrada porque no tenía su licencia de conducir.
El Santo Grial recibió su balón de juego tras la victoria de Tennessee. Mostrándolo en el bar, Moehring está más que dispuesto a compartirlo con sus clientes, ya que la idea de dar es lo que hizo que la cosa llegara aquí.
Hace unos días, un policía de la ciudad se detuvo después de un entrenamiento cercano del S.W.A.T. y preguntó si podía ver el balón.
“Aquí está este tipo duro y rudo – un comandante, un teniente – de repente acunando este balón como si fuera su bebé de seis meses”, dijo Moehring, sonriendo. “La respuesta ha sido increíble”.
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Se suponía que nada de esto iba a suceder, lo que hace que la escena en toda la ciudad sea más encantadora.
Los Bengals ganaron seis partidos combinados en las dos últimas temporadas e, incluso con Burrow a bordo y todas las flechas apuntando hacia arriba, se pensaba que el equipo todavía estaba a un año de distancia, por lo menos.
Ahora, esas flechas apuntan hacia arriba, hacia las grises y lúgubres nubes del invierno y más allá.
“Han sido los desvalidos y eso es lo que es esta ciudad”, expresó Moehring. “Es una localidad de trabajadores que suele ser la desvalida. Creo que estamos empezando a sentir que Estados Unidos ama a los desprotegidos”.
Tal vez, pero no tanto como lo hace Cincinnati, esta ciudad reseca que está a una sola victoria de recuperar el Santo Grial del futbol americano.
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