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Inmigrante hondureño a su cruce por México: ‘Lo difícil es el tren y los garroteros’

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El viaje no ha sido fácil para Michael Lítrico. Es la primera vez que el hondureño de 25 años sale de su país.

Trabajaba como mesero en los hoteles de la Isla de Roatán, el destino turístico de Honduras, pero salió porque considera que los sueldos son muy bajos y que los turistas extranjeros, temerosos de la violencia, ya no confían en la gente local.

De paso en Bojay, en el estado de Hidalgo, relata que ha tomado la ruta del centro del país, porque hay menos riesgo de secuestro, aunque eso no implica estar libre de peligro.

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En su paso de 28 días por México, ya sintió de cerca la muerte.

Cuando abordó “La Bestia” en Palenque, Chiapas, un elemento de seguridad del tren, a quienes los migrantes llaman “garroteros”, le apuntó con un arma en el pecho. Michael tuvo que saltar del transporte a alta velocidad para no morir asesinado.

“Cuando me pusieron la pistola era de noche. Yo estaba en el monte escondido, esperando que pasara ‘La Bestia’. Luego me subo, ya estaba casi acomodado para seguir el destino, cuando aparece el garrotero bien bravo, ‘¡oye, te bajas del tren!’, apuntándome con la pistola. ‘O te bajas o te pego un tiro’.

“Salir de tu país por la economía y la violencia, y te la vienes a encontrar en el camino. Nos sentimos desamparados ¿a qué autoridad nos dirigimos? “, se pregunta.

En Apizaco, uno de sus compañeros se resistió a bajar del tren, y un garrotero le disparó a las rodillas, ocasionando que cayera a las vías del tren. Por eso Michael prefiere lanzarse en caso de verse amenazado.

“Dejé dos hijos para darles una mejor vida. No quiero dejarlos sin padre todavía. Si no nos retuvieran tanto en este camino ya hubiéramos llegado a nuestra meta. Acá lo difícil es el tren y los garroteros, más atrás, la migra”, cuenta.

En su paso de dos meses por México, Madeleine, una hondureña garífuna de 24 años, originaria de San Pedro Sula, ha huido en dos ocasiones de agentes de Migración. Iba en un grupo con otros garífunas, los persiguieron, pero no los alcanzaron.

En la Casa del Samaritano de Bojay hay 25 migrantes, todos hondureños. Madeleine es la única mujer, quien accede a contar su historia, pero pide que no se tomen fotografías.

Madeleine, quien hace algunos años trabajaba como cocinera en Honduras, para después ser ama de casa, dejó a su hijo de cuatro años y a su esposo para encontrar mejores oportunidades en Estados Unidos.

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