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Trump está desafiando el significado de ser estadounidense, y los ciudadanos naturalizados se sienten desconcertados

Mayra Salinas-Menjivar
Mayra Salinas-Menjivar se naturalizó como ciudadana estadounidense después de huir de El Salvador cuando era niña. Ahora es abogada en Las Vegas.
(Melissa Gomez / Los Angeles Times)
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El día que Donald Trump asumió la presidencia, Sonora Jha pasaba junto a un grupo de hombres blancos en un lugar de trabajo en el centro de Seattle cuando uno de ellos le dijo: “¡Vete a casa!”.

Jha, conmocionada, no sabía si enfrentar a los hombres o dejarlo pasar: Esta era su casa. Tras inmigrar de la India, Jha se naturalizó como ciudadana en 2016. Un igual, o eso pensaba ella.

Cuando los partidarios del presidente Trump corearon una nueva versión de esa amenaza contra la representante estadounidense Ilhan Omar, pidiendo que Trump la “enviara de regreso” a Somalia, el parecido de la situación se le hizo muy familiar.

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Francisco Erwin Galicia estuvo recluido en un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos en Pearsall, Texas, durante más de tres semanas.

“Nos da miedo”, dijo Jha, de 51 años. “Para los inmigrantes que son ciudadanos naturalizados, hay un sentimiento de temor cuando algo así sucede en el país que consideran su hogar”.

Más que cualquier otro presidente en la historia reciente, Trump ha avivado la animosidad racial y el concepto de lo que significa ser ciudadano estadounidense, al transformar las políticas de inmigración de la nación y acusar a los opositores de no pertenecer a Estados Unidos.

El primer mandatario alcanzó prominencia política al cuestionar la ciudadanía por derecho de nacimiento de Barack Obama, afirmando falsamente que el primer presidente negro de la nación había nacido en África. Durante el mandato de Trump, su administración ha librado una amplia batalla para limitar implícitamente la inmigración legal e ilegal procedente de países predominantemente negros, morenos y musulmanes. Mientras tanto se le ha escuchado al presidente decir que “deberíamos tener más gente de lugares como Noruega”.

Ahora, mientras Trump busca la reelección, ha tocado a su base abrumadoramente blanca, diciéndoles a varias congresistas prominentes de color que le han criticado, que abandone el país, a pesar de que tres nacieron en EE.UU y la cuarta es ciudadana naturalizada.

Si el presidente quería meter una cuña en el país, ha funcionado: Ha dado energía a sus partidarios y molestado a muchos de los 20 millones de ciudadanos naturalizados de la nación, que sienten que sus identidades e igualdad como estadounidenses han sido atacadas.

“Trump nos hace sentir que no somos ciudadanos de primera clase”, dijo Martin Rosenow, de 66 años, un asistente legal del condado de Broward en Florida que emigró de Colombia en 1979 y se naturalizó en 1996.

La administración Trump revirtió de nuevo el curso en el controvertido tema de poner una pregunta sobre ciudadanía en el censo de 2020, ya que los abogados del Departamento de Justicia le dijeron a una corte federal el miércoles que habían sido “instruidos” para tratar de encontrar una manera de añadirla, a pesar de las declaraciones de la administración el martes de que estaban renunciando al esfuerzo.

La burla de “devuélvela” -que implica que Omar debe ser despojada de su ciudadanía y deportada- enfureció particularmente a Mariella Farfán, de 48 años, una analista financiera que vive en Miramar, Florida.

“Me siento insultada”, dijo Farfán, quien emigró de Perú a los 18 años en 1989 y se hizo ciudadana estadounidense en 2005. “Está tratando de cambiar lo que significa ser ciudadano de EE.UU”.

Maria-Teresa Liebermann
María Teresa Liebermann vino a Estados Unidos de México cuando era niña. Ella todavía se emociona cuando piensa en el momento en que tomó el juramento de ciudadanía a los 17.
(Melissa Gomez / Los Angeles Times)

La multitud que gritaba “envíala de vuelta” en un mitin de Carolina del Norte se inspiró en un tweet de Trump donde le decía a Omar, una demócrata de Minnesota que llegó a Estados Unidos como refugiada de Somalia, y a las representantes nacidas en Estados Unidos Alexandria Ocasio-Cortez de Nueva York, Rashida Tlaib de Michigan y Ayanna Pressley de Massachusetts que “regresaran” a los países de los que supuestamente procedían. El insulto fue instantáneamente familiar para muchos estadounidenses.

“Soy chino-americana. Crecí escuchando esto en el patio de recreo:’Ching chong, vuelve al lugar de dónde vienes’”, dijo Mae Ngai, profesora de historia y experta en ciudadanía de la Universidad de Columbia, nacida en el Bronx. “Discúlpeme por estar tan frustrada, pero no hay mucho que analizar aquí. Esto es simple racismo”.

Trump ha “desatado algo que siempre ha estado apenas por debajo de la superficie: el racismo contra la gente de color”, dijo Ngai.

Estados Unidos ha permitido la naturalización desde 1790, aunque la exclusión racial dominó durante mucho tiempo las políticas de inmigración de la nación. La ciudadanía se limitaba a “una persona blanca libre”, antes de ser ampliada para incluir a los mexicoamericanos bajo el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848 y a los ex esclavos bajo la 14ª Enmienda en 1868.

La nación continuó restringiendo racialmente la ciudadanía con leyes como la Ley de Exclusión China de 1882; los límites a la inmigración de países fuera de Europa Occidental y del Norte no se levantaron completamente hasta mediados del siglo XX.

Me siento insultada. Está tratando de cambiar lo que significa ser ciudadano estadounidense.

— Mariella Farfán, analista financiera que se hizo ciudadana en 2005

Hoy en día, la ciudadanía requiere cinco años de residencia permanente legal, la capacidad de hablar inglés, “buen carácter moral”, aprobar un examen de educación cívica y un juramento de “apoyar y defender la Constitución”. Cada año alrededor de 700.000 personas de todo el mundo se naturalizan. Una vez concedida, la ciudadanía sólo puede ser revocada si el gobierno descubre que fue obtenida fraudulentamente.

Los ciudadanos naturalizados y los nacidos en el territorio del país son iguales ante la ley, gracias a la 14ª Enmienda, con una sola excepción: la capacidad de llegar a ser presidente, que la Constitución limita a “un ciudadano nato”.

Esa es exactamente la excepción que Trump explotó para alcanzar prominencia como fuerza política entre los conservadores. Primero cuestionó la ciudadanía de nacimiento por ’tierra’ (un principio legal conocido como jus soli) del presidente Obama, quien nació en Hawái; más tarde cuestionó la elegibilidad de su oponente principal en 2016, el senador Ted Cruz de Texas, quien nació en Canadá pero recibió la ciudadanía natural por sangre (conocida como jus sanguinis) a través de su madre estadounidense.

Desde que llegó a la presidencia, Trump se ha opuesto a la amnistía y a un camino hacia la ciudadanía para los aproximadamente 10.5 millones de personas que se cree que viven en Estados Unidos ilegalmente, y ha amenazado con deportarlos.

También ha luchado para limitar el tipo de entrada que podría preceder a la ciudadanía al intentar construir un muro fronterizo, prohibir los viajes desde varios países con mayoría musulmana, tomar medidas enérgicas contra las solicitudes de asilo y presionar para poner fin a las admisiones de refugiados.

El año pasado, Trump también amenazó con intentar acabar con la ciudadanía por derecho de nacimiento para los bebés nacidos en suelo estadounidense, aunque su propuesta de orden ejecutiva tenía pocas esperanzas de sobrevivir en contra de la Enmienda 14.

“Somos el único país del mundo donde una persona entra y tiene un bebé, y el bebé es esencialmente ciudadano de los Estados Unidos... con todos los beneficios”, dijo Trump a Axios, incorrectamente. (Unos 30 países tienen políticas de ciudadanía por derecho de nacimiento). “Es ridículo, esto es ridículo. Y tiene que terminar”.

La administración Trump creó un grupo de trabajo el año pasado para investigar el fraude de la naturalización, lo que ha llevado a un aumento en los raros casos de desnaturalización de la nación.

Con todas las políticas de Trump tomadas en conjunto, “lo que la administración está haciendo ahora no es exactamente sutil, pero es una manera de usar el concepto de ciudadanía y naturalización para la exclusión racial”, dijo Hiroshi Motomura, profesor de derecho en UCLA y ciudadano naturalizado nacido en Japón. “Todo eso es regresar a una época en la que las reglas de inmigración y ciudadanía eran más discriminatorias”.

La oposición de los ciudadanos naturalizados puede no ser una gran barrera para que Trump sea reelegido. Los votantes nacidos en el país superan en número a los naturalizados en más de 10 a 1.

California tiene la mayor proporción de ciudadanos naturalizados del país, con 5.3 millones, lo que representa el 13.5% de la población del estado, según los cálculos más recientes del Censo de 2017. Nueva York, Nueva Jersey, Florida y Hawái son los otros estados donde los ciudadanos naturalizados constituyen una proporción de dos dígitos de la población.

De los 15 estados que han añadido la mayor proporción per cápita de ciudadanos naturalizados desde 2015, sólo Florida y Texas votaron en favor de Trump en 2016, según datos de naturalización federal.

Los estadounidenses blancos naturalizados tenían menos probabilidades de votar que los blancos nativos, pero lo opuesto era cierto para los estadounidenses de color: los ciudadanos naturalizados que son negros, asiáticos y latinos tenían más probabilidades de votar que sus contrapartes nacidos en el país, según los datos de la Oficina del Censo de EE. UU de 2016 y 2018.

Mayra Salinas-Menjivar, una abogada de Las Vegas que se naturalizó después de huir de El Salvador cuando era niña, dijo que tenía sentido que los latinos naturalizados fueran más propensos a votar que los nacidos en Estados Unidos.

“No sabes lo que tienes hasta que no lo tienes”, dijo Salinas-Menjivar.

Roberto Rodríguez-Tejera, de 66 años, un ciudadano naturalizado nacido en Cuba que conduce un programa de radio en español en Actualidad 1040-AM de Miami, dijo que las provocaciones de Trump han hecho que sus oyentes se sientan “heridos”. Pero Rodríguez-Tejera aseguró que eso lo ha hecho más fuerte en la defensa de su condición de estadounidense.

“¿Regresar a Cuba? ¿Volver a Venezuela? ¿Volver a Haití? Este es nuestro país, y vamos a luchar por él, y vamos a debatir por lo que Estados Unidos de América representa”.

María Teresa Liebermann, de 34 años, subdirectora de Battle Born Progress en Las Vegas, una empresa de relaciones públicas para progresistas, vino a Estados Unidos con su familia mexicana cuando era niña. Todavía llora cuando piensa en el momento en que prestó juramento de ciudadanía a los 17 años.

“Fue uno de los momentos más emotivos de mi vida, porque no me di cuenta de cómo...” Liebermann se detuvo, mientras su voz se quebraba por el llanto. Hasta que prestó juramento, no había comprendido plenamente el peso de lo que significaría convertirse en ciudadana y lo que representaría para el resto de su vida.

Recuerda cómo juró defender la Constitución y a Estados Unidos “contra todos los enemigos, extranjeros y nacionales”.

“Viendo a Trump como presidente, ahora me pongo a pensar”, dijo Liebermann, “¿es ese el ‘enemigo’ del que habla este juramento?”.

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