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Columna: El alto costo de los audífonos muestra (una vez más) la locura de los precios en la medicina

Hearing aid
(EyeEm vía Getty Images)

La fabricación de un audífono puede costar tan solo 100 dólares. El precio de lista suele ser de miles de dólares (y no está cubierto por la mayoría de los seguros).

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Larry Hicks fue diagnosticado con una pérdida auditiva significativa hace unos seis meses. Con cierta vergüenza, culpa por ello a la música que solía escuchar en el auto, a todo volumen.

El residente de Burbank ahora debe comprarse audífonos y está sorprendido por el costo, que puede llegar a los $6.000 por par. Medicare y la mayoría de los planes privados no los cubren. ”Siento que están abusando”, comentó Hicks, de 51 años. “Se aprovechan de los discapacitados y los ancianos”.

Es difícil no coincidir con su idea. Los dispositivos médicos son un excelente ejemplo de un puñado relativo de fabricantes que explotan un mercado cautivo con precios de lista excesivamente altos.

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Ya sea que se trate de audífonos, bombas de insulina, marcapasos u otras tecnologías clave para la vida, los pacientes casi siempre se ven obligados a pagar mucho más que el costo de desarrollar y fabricar los dispositivos.

“La industria de tecnología médica es en gran medida un oligopolio, y algunas de las empresas tienen efectivamente una posición de monopolio”, resaltó Roberta N. Clarke, profesora adjunta de política social y gestión en la Universidad de Brandeis, especializada en marketing de atención médica.

La competencia limitada, continuó, “permite a las compañías de dispositivos médicos cobrar precios más altos debido a la menor amenaza de que un competidor ingrese al mercado a un precio más bajo. Este efecto se ve agravado por las estrechas relaciones que las empresas establecen con los médicos”, observó Clarke.

Hay tantas cuestiones que están mal en el sistema de salud de EE.UU, valorado en 4 billones de dólares, que es difícil saber por dónde empezar a solucionarlas. Quizá esa sea una de las razones por las que los legisladores son tan reacios a intentarlo.

El otro día escribí sobre comenzar con la transparencia de precios. Propuse que los hospitales y los médicos emularan la sencilla presentación de costos de Amazon antes de que los clientes realicen una compra.

Los dispositivos médicos de alto precio representan otra área lista para la reforma: un paso más hacia la creación de un sistema que no anteponga implacablemente las ganancias a los pacientes.

Tenemos el mercado de dispositivos médicos más grande del mundo, lo cual no debería sorprender a la luz de la población, la riqueza y la destreza tecnológica de Estados Unidos.

Un informe reciente de Grand View Research estima que el año pasado se vendieron en este país dispositivos médicos por valor de 177 mil millones de dólares. Se proyecta que las ventas de este año alcanzarán los $186.500 millones.

Para el año 2028, pronostica el informe, las ventas de dispositivos médicos en Estados Unidos alcanzarán los 262.400 millones de dólares, un aumento de aproximadamente el 48% con respecto al total del año pasado. “La creciente prevalencia de enfermedades crónicas y el incremento de la población geriátrica en el país son los impulsores clave del mercado”, concluyeron los investigadores de Grand View.

Los defensores del statu quo de la asistencia sanitaria se apresurarán a jugar la carta de la innovación. Argumentarán que el alto costo de los dispositivos médicos alienta a las empresas a seguir buscando avances tecnológicos, que a su vez pueden ayudar a salvar vidas.

Hay algo en esto. Prestemos atención a los miles de millones invertidos en el desarrollo de vacunas contra el COVID-19, en un tiempo récord. Ninguna compañía farmacéutica o laboratorio de investigación se involucró en ello sin la expectativa de un pago masivo en el futuro.

Pero, como ocurre con todas las cuestiones relativas a los costes sanitarios, la cuestión clave es cuánto beneficio es suficiente.

Nadie se queja de que los fabricantes de dispositivos y las compañías farmacéuticas obtengan una ganancia razonable o recuperen gastos multimillonarios por su investigación y desarrollo (I+D). Eso es justo.

El problema con el statu quo es que los precios no parecen bajar nunca. Incluso después de que los costos de I+D y marketing se hayan amortizado muchas veces, inclusive después de que se hayan realizado economías de escala, los precios de lista siguen aumentando.

Todos los demás bienes de consumo de vanguardia (televisores, computadoras portátiles, teléfonos celulares) se vuelven más baratos con el tiempo, lo cual refleja cuán competitivos son sus mercados.

La mayoría de los dispositivos médicos y los medicamentos recetados se vuelven más caros a medida que pasa el tiempo. En gran parte, esto se debe a que estos mercados tienen costosas barreras de entrada (I+D, patentes, etc.). Los productos también requieren una estricta aprobación regulatoria.

La Generación Z ha abrazado los “deportes cerebrales”, pero como la pandemia marcó a la mayoría de los ortografistas y atletas matemáticos, los contendientes del Braille Challenge encontraron la manera.

Menos competencia casi siempre significa precios más altos, pero en este caso, llamémoslo así: aprovecharse de las personas enfermas.

“Sacar ventaja de los enfermos está mal”, reconoció Matthew Grennan, profesor asistente de gestión sanitaria en la Universidad de Pensilvania. “Pero no estoy seguro de dónde está la línea”.

Con eso, quiere decir que puede ser difícil desde una perspectiva económica rechazar rotundamente los altos precios de los avances médicos. “Los dispositivos médicos son una extraña clase de productos donde el costo de fabricación es relativamente bajo pero el valor que crean es alto”, destacó Grennan.

La creación de “valor” es un gran problema en la industria de salud. El argumento es básicamente que tratar una enfermedad o controlar una condición crónica aporta tanto valor a la sociedad, que se puede cobrar tanto como se quiera.

Cuando la compañía farmacéutica Gilead Sciences presentó su medicamento contra la hepatitis C, Harvoni, en 2014, con un precio de lista superior a los $1.000 por pastilla, defendió ese movimiento mercenario alegando: “El precio de Harvoni refleja el valor del medicamento”.

No cuánto cuesta desarrollarlo, no cuánto cuesta hacerlo. El “valor” para los pacientes y la sociedad. ¿Y qué valor se le da a la vida humana?

Según Grennan, los economistas aprecian ese argumento. El “valor” es una propuesta económica legítima y vale.

Una alta ejecutiva de Nike y su hijo revendedor de calzado se enfrentan a la ira de los fanáticos de las zapatos deportivos, que creen que el juego de las zapatillas está amañado en su contra.

Como persona obligada a pagar miles de dólares anualmente para manejar una enfermedad crónica, digo que el “valor” es solo una excusa para que las empresas se emitan cheques en blanco.

En algún momento, el valor para la sociedad de un medicamento o dispositivo debe aceptarse como la nueva normalidad, y tener un precio acorde.

Volvamos a los audífonos, que, como se señaló anteriormente, cuestan habitualmente miles de dólares, que asumen directamente la mayoría de las personas con problemas de audición porque las aseguradoras por lo general no los cubren.

Lo mejor que puedo decir es que casi todos los componentes clave de los audífonos provienen de Asia, y muchos también se fabrican allí.

Es difícil saber cuánto cuesta fabricar un audífono. Hay referencias en el New York Times y otros sitios, a un precio de fabricación tan bajo como $100.

Grennan lo llamó una estimación realista. Producir un audífono más elegante puede costar $200 o $300, añadió.

Un informe de 2015 del Consejo de Asesores de Ciencia y Tecnología del ex presidente Obama colocó el precio de lista típico de un solo audífono en $2.400, un margen de beneficio del 1.100% si el dispositivo costaba $200 de base.

El informe señaló que “la innovación no redujo los costos”, y que casi la mitad de todas las personas de 60 años o más tienen pérdida auditiva.

Mercado cautivo. Precios en constante aumento. Grandes márgenes de ganancia. Eso no es valor; es inmoral.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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