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Mientras las llamas letales la rodeaban, una madre llamó a sus hijas para despedirse

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Así es como muero.

Ella está de pie en la entrada de una casa color arena, a cuyos dueños desconoce; el aire está lleno de humo.

El cielo tiene una tonalidad naranja furiosa. El viento lanza brasas contra su cuerpo y hacia su rubio cabello ondulado.

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Acaba de ver el derretimiento de una ambulancia. Los transformadores estallan a su alrededor. Las casas se derrumban y los árboles se inclinan. Los autos que huyen atascaron los caminos; las llamas danzan a ambos lados del asfalto.

Tamara Ferguson es una mujer de 42 años que no se rinde. Se graduó de la preparatoria con un hijo de cuatro meses, un promedio de calificaciones de 4.0 y un año de crédito universitario.

Asistió a la escuela de enfermería durante un embarazo, y con cuatro hijos. Ella acompaña a las mujeres con pánico en partos difíciles. Ella es resistente, obstinada, de voluntad fuerte.

Pero el oficial de bomberos que acaba de acercarse a su grupo (dos colegas enfermeras, un pediatra, dos técnicos de emergencias médicas, dos paramédicos, dos bomberos voluntarios) resume la situación con una verdad insoportable: están atrapados dentro de un anillo de fuego.

Entonces Tamara, de pie con su bata —las rosadas y negras que visten todas las enfermeras de la unidad de bebés—, se pregunta si debería quedarse quieta cuando las llamas lleguen o si sería mejor entrar a la ambulancia, que tiene tanques de oxígeno pero podría explotar.

¿Cuál es la mejor manera de ser atacada por el fuego?

Podría estar lejos ya de Paradise (California) a estas alturas. Su turno en el Feather River Hospital había comenzado ese jueves a las 6:45 a.m. Alrededor de una hora y media más tarde, dejaron ir a los empleados.

Pero en lugar de meterse en su vehículo SUV negro y dirigirse por Pentz Road, Tamara se quedó en el lugar. Cerca de 70 pacientes necesitaban ser evacuados. Pasaron 45 minutos antes de que ella subiera a una ambulancia para marcharse.

Condujeron una milla antes de que la ambulancia delante de ellos se incendiara. Fue entonces cuando se detuvieron en la casa de Chloe Court, donde irrumpieron en el garaje para refugiarse, mientras el infierno que los rodeaba se volvía terriblemente claro.

Ahora en el garaje hay una madre que acaba de tener una cesárea, una anciana atada a una pizarra y otra mujer en una camilla. Dentro de la ambulancia hay un hombre con un respirador, que no puede ser movido.

Tamara los controla, habla con suavidad y les asegura que saldrán bien de allí.

Luego saca su teléfono rosa y comienza a hacer las llamadas finales a sus hijas, que son lo suficientemente grandes como para entender.

Hay mucho que decir cuando la muerte está cerca. Pero cuando solo se tiene un momento, únicamente se dice la verdad.

Estoy atrapada en el fuego. Me rodea por todos lados. Te quiero. Cuida a Brayden y Allyson y Brooklyn. Asegúrate de que sepan cuánto los amaba.

La primera llamada es a Clarissa, su hija mayor, de 24 años. La segunda es a Savannah, cuyo cumpleaños número 22 será en unos días.

Cada una de sus chicas responde de la misma manera: No, no, no; tú vas a lograr salir de allí. Estás bien, estás bien. Estarás bien.

No, no entiendes. No lo voy a lograr. Fui la mejor madre que pude ser. Lo siento por los errores que cometí. Lo siento mucho.

No puede dar más detalles sobre la disculpas. Tiene que cortar.

Tamara tiene un vínculo cercano con sus hijos, es el tipo de mamá que prepara almuerzos escolares, organiza fiestas de cumpleaños temáticas y se junta con las amigas de sus hijas para sesiones de pedicuría. Siempre quiso hacer lo mejor.

Si el incendio le permitiera más tiempo, lo explicaría así: lamenta no haber planeado su vida mejor, que tal vez no estaba tan preparada como podría cuando quedó embarazada, a los 17 años.

Perdón por los dos años de la escuela de enfermería, cuando se perdió muchas cosas porque estaba enfocada en los libros o haciendo de todo un poco en los eventos de sus hijos, mientras repasaba las tarjetas de estudio escondidas en su mochila.

Lamenta los largos turnos de noche en el hospital que vinieron más tarde, las vacaciones en las cuales tuvo que trabajar y las promesas que no pudo cumplir.

La relación enfermiza en la que se involucró, las peleas con adolescentes obstinados, las veces en las que los había decepcionado y no se sentía en su mejor momento; lo lamentaba todo.

Y, sobre todo, lamenta que ya no pueda ser su madre.

Pero es posible vencer la desesperación si brilla la luz correcta. Para Tamara, ello ocurrió en la forma de un oficial de bomberos que regresó.

David Hawks, un jefe de división del Departamento de Silvicultura y Protección contra Incendios de California, comienza a dar órdenes con calma: encuentren algo para llenar con agua.

La manguera por el techo. Asegúrense de que el perímetro de la cerca blanca esté mojado. Tomen esa escoba, quiten la maleza.

No hay nada más que hacer que elegir una tarea. El humor se aliviana, incluso cuando la ceniza caliente llueve desde arriba. Tamara recoge y tira montones de agujas de pino.

También bromea que el dueño de la casa tendrá, al menos, el patio limpio. El grupo se toma una autofoto; la llaman su última foto juntos.

La casa de al lado está en llamas. Hawks dice que todos deben regresar al hospital, y así lo hacen. Pero en Feather River, un árbol gigante se incendia.

Lo mismo ocurre con parte del edificio. Se trasladan al helipuerto del hospital, una losa de concreto en un área ya quemada.

Los autos del Sheriff comienzan a aparecer. El fuego se está retirando. Vamos a formar una larga línea de vehículos, dice alguien, y a salir de aquí. Tamara se mete en la parte trasera de un vehículo, junto con una mujer de 95 años. Ambas se toman de las manos.

Es aproximadamente la 1:30 p.m. y el fuego se mueve hacia el este. Tamara mira por la ventana trasera mientras conducen; ve las llamas estallar a través de la carretera.

El grupo finalmente llega al hospital de Oroville. Clarissa llama. ¿De verdad vienes a casa?

Las otras hijas de Tamara se apresuran al lugar. Savannah y Allyson, de 13 años. Luego, Brayden, de 14, y Brooklyn, de seis, la agarran; sus cuerpos tiemblan. Todos lloran y no se sueltan.

No te disculpes por nada, le dicen. Eres increíble. Has criado a cinco hijos sola. Tú eres todo para nosotros.

Tamara los mantiene apretados; el comienzo de una segunda oportunidad se calienta en sus brazos.

Así es como vivo.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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