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Nick Cave convierte el dolor en arte y en pasión

El cantante australiano Nick Cave ha visitado frecuentemente nuestra ciudad, pero la presente ocasión tuvo un matiz especial debida a razones personales y emocionales.

El cantante australiano Nick Cave ha visitado frecuentemente nuestra ciudad, pero la presente ocasión tuvo un matiz especial debida a razones personales y emocionales.

(Francine Orr / Los Angeles Times)

A fines del año pasado, el cantante australiano Nick Cave era una figura legendaria de la música alternativa, con una carrera de 34 años al mando de The Bad Seeds (que es esencialmente un proyecto solista) y un paso previo por el influyente combo postpunk The Birthday Party. Ya para entonces, tenía una bien cimentada reputación como exponente de una vertiente gótica que se distinguía no por ser inaccesible, pero sí por sus tonos sombríos.

Pero es evidente que nada lo preparó para lo sucedido en ese momento con Arthur, su hijo de 15 años que perdió la vida al caer de una montaña, y que falleció justamente cuando el padre se encontraba grabando su más reciente álbum, “Skeleton Tree”, que quedó entonces marcado de manera inevitable por esa desgracia, aunque lo hizo de manera indirecta y con un estilo musical inusualmente apacible para un artista que, a pesar de contar con varias piezas tranquilas, había lanzado también un buen número de composiciones mucho más rudas y rockeras.

No cabe duda de que esto tuvo que ver con un proceso de catarsis en el estudio que se está trasladando ahora a los escenarios, porque la actual gira de Cave incluye siete temas de la citada placa en su repertorio, como sucedió también la noche del jueves pasado durante su memorable presentación en el Greek Theatre de Los Ángeles, donde esas mismas canciones adquirieron protagonismo desde el inicio.

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De ese modo, los trámites se iniciaron con “Anthrocene”, que es nueva y tranquila (Cave la interpretó literalmente sentado), aunque llegó marcada por discretos arreglos electrónicos. Inmediatamente después se escuchó “Jesus Alone”, que se inicia con la contundente línea “caíste del cielo y te estrellaste en un campo”.

La emotividad se incrementó considerablemente más adelante con la presentación de composiciones que se sienten más directamente relacionadas con la desgracia o con momentos sumamente tristes, entre ellas “Girl in Amber” y, por supuesto, “I Need You”, que es la creación más vulnerable y desgarradora de este creativo autor.

Pero el show estuvo lejos, muy lejos de ser una velada de sufrimiento y de lentitud, porque lo que la distinguió en realidad fueron sus números momentos de poderío musical, insinuados desde el tercer corte, “High Bossoms Blues”, que empezó como un blues (¿qué más?) de medio tiempo con curiosas alusiones a Hannah, pero que se convirtió en un alarido.

Ya para la parte media, Cave y su excepcional banda, en la que permanece su amigo y colega inseparable Warren Ellis -quien se encarga de varios instrumentos-, habían adoptado una orientación plenamente rocanrolera, con un vocalista que saltaba por los aires en el mejor plan de Iggy Pop mientras alternaba su vocación de ‘crooner’ con gritos propios de un Henry Rollins, y unos músicos que pasaban de los arreglos más tranquilos o de las entonaciones cabareteras a descargas sonoras que coqueteaban con el punk.

Fue entonces que llegaron punzadas como “From Her to Eternity”, “Jubilee Street” (que pasó de la suavidad a la explosividad) y, tras el remanso de las baladas de desconcierto nombradas, “Red Right Hand” y la inevitable “The Mercy Seat”, correspondiente al apartado de historias sobre asesinos y criminales que tanto ha distinguido a este artista.

Tras un severo descenso de revoluciones que le sirvió para presentar dos temas adicionales de reciente factura y de mansos cauces, Cave retomó un poco la velocidad con “Skeleton Tree”, otra pieza reciente; pero el ánimo regresó realmente al inicio del ‘bis’ con “The Weeping Song”, una pieza con referencias irlandesas, una fuerte presencia del violín y un coro de lo más pegajoso.

A continuación, durante la interpretación de la contundente “Stagger Lee”, el australiano invitó primero a una chica de la platea al escenario, luego a dos, y cuanto menos lo esperábamos, llenó el lugar de personas que bailaban y hasta lo abrazaban, creando con ello un auténtico ambiente de fiesta.

Si eso no era suficiente, para finalizar una velada que los presentes no olvidarán fácilmente, decidió recurrir a “Push the Sky Away”, una canción que, a pesar de ser muy suave, posee un incuestionable mensaje de esperanza. Está claro que, para él, el show debe continuar; y eso es algo que sólo podemos agradecer.

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