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Antonio Pelayo rinde homenaje a los vendedores callejeros de L.A. con una muestra de técnica novedosa

El artista Antonio Pelayo en medio de su nueva muestra en Launch Gallery.
El artista Antonio Pelayo en medio de su nueva muestra en Launch Gallery.
(Marco Arredondo)
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La exhibición que se inauguró el sábado pasado y que se extenderá hasta el 26 de marzo en Launch Gallery (170 S. La Brea Ave., Los Ángeles, CA 90036) no lo encuentra solo, porque se trata de una muestra colectiva en la que, además de sus trabajos, se incluyen los de cuatro artistas, aparentemente diferenciados por sus orígenes étnicos pero hermanados tanto por el hecho de residir ahora en nuestra ciudad como por su pertenencia a la escuela del arte figurativo.

Pese a la tendencia colectiva, se trata de una exposición especialmente relevante para Antonio Pelayo, debido a que las seis piezas de su autoría muestran por primera vez de manera pública la evolución de una técnica diseñada por él mismo y nunca antes vista, en la que combina el trabajo de lápiz que ha desempeñado profesionalmente desde el 2005 como creador independiente con el quehacer que ha empleado desde 1994 en el Estudio de Disney, donde forma parte del Departamento de Tinta y Pintura (una suerte de institución venerable que está a punto de cumplir un siglo de existencia y que se dedica a diseñar cuadros de arte fino que reproducen con impresionante detalle escenas de las películas producidas por la casa del ratón).

“Experimenté con esto hace unos cinco años, en una sola pieza, simplemente para ver cómo se veía; desde entonces, he estado estudiando la combinación, y esta es la primera vez que muestro los resultados en una galería”, nos explicó el mexicoamericano nacido en Glendale, California, durante una reciente entrevista.

El creador en su taller.
El creador en su taller.
(DZapa Media)
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Más allá del aspecto técnico, que es siempre de interés para los especialistas en el tema, la muestra actual de Pelayo (en la que dibuja sobre la base de fotos tomadas por él mismo u otros) resulta relevante por su contenido, porque explora de manera novedosa el fenómeno de los vendedores callejeros de Los Ángeles, como los que venden frutas amparados por coloridas sombrillas.

“El mensaje detrás de este nuevo cuerpo de piezas es acerca de ‘accomplishments’ [logros] y ‘goals’ [metas]”, nos dijo el dibujante; e inmediatamente después, reconoció sin que lo que se lo pidiéramos sus limitaciones en nuestro idioma, lo que lo llevó a recurrir ocasionalmente al inglés a lo largo de la conversación. “Mi español no está tan bien, y eso que crecí en México; cuando regresé a los 16, dejé de practicarlo”.

Parte de su vida

En todo caso, la muestra responde de algún modo a las experiencias que tuvo cuando vivía en el país vecino, porque, en esa época, él mismo fue un trabajador callejero. “Empecé a trabajar ‘luego luego’; hice de todo, hasta que conocí a un señor que hacía huaraches [sandalias] y decidí ponerme a arreglar zapatos”, recordó. “Otro señor del mismo lugar me empezó a enseñar y a llevarme a diferentes pueblitos, donde nos poníamos en una esquina para atender a la gente”.

Pelayo, que se especializaba en zapatos de mujeres, desarrolló el oficio hasta que regresó al Sur de California, y a los 19 años, entró a trabajar a Disney. “Vi que en el edificio de la compañía hacían exhibiciones, y eso me inspiró para aprender a dibujar de una manera que me permitiera ser aceptado en esas muestras, lo que sucedió después de unos años y marcó el inicio de mi carrera artística”, precisó.

La creatividad hispana se despliega también en el LA Art Show

Pese a sus evidentes méritos, el creador mexicoamericano es completamente autodidacta, y eso prueba de algún modo que no es indispensable contar con un título para poder lograr lo que ha logrado. “Muchas personas piensan que para ser un artista con ‘success’ [éxito] tienes que ir a la escuela, y eso no es verdad; yo soy ejemplo de eso”, comentó. “Ni siquiera terminé la ‘high school’ [escuela secundaria], y ni siquiera me preocupé después por obtener mi diploma. En Disney, me hicieron pruebas para determinar que estaba preparado para el trabajo, claro”.

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Además de lo que hace como artista tanto en Disney como por cuenta propia, nuestro entrevistado se ha convertido en uno de los promotores más populares de todo el estado de California debido a los masivos encuentros culturales que presenta de manera frecuente bajo el rótulo de su compañía Antonio Pelayo Productions.

“La razón por la que empecé a hacer eventos fue justamente mi arte; cuando empecé a exhibir mi trabajo, la gente comenzó a decirme que debía curar mis propias exhibiciones”, explicó. “Durante un año y medio o dos, lo hice en galerías pequeñas o bares, hasta que, en el 2010, decidí crear El Velorio, con la idea de combinar música, comida y arte, porque no tenía ninguna experiencia en organizar esta clase de eventos”.

Una de las obras presentes en la exhibición.
(Cortesía de Antonio Pelayo)

Multitudes y colaboraciones

Eso quiere decir, por supuesto, que El Velorio sirvió también como vitrina privilegiada para la obra personal de Pelayo, aunque se trató siempre de una actividad que daba cabida a muchos más pintores y que, en los últimos años, ha prescindido casi de las creaciones de su organizador principal. “Lo dejé de hacer porque, como productor, no se ve muy bien hacer algo así”, reconoció el artista.

A Pelayo le fue tan bien con El Velorio que, en el 2025, decidió crear La Bulla, un evento similar en el sentido de que presenta también en cada una de sus celebraciones un concierto, una exhibición de arte y dos shows de moda y de autos o bicicletas, pero que agrega al conjunto entero una vistosa sesión de lucha libre.

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De hecho, La Bulla ha tenido un despliegue increíble, pese a que, evidentemente, al igual que El Velorio, se vio afectada por la pandemia, porque ninguna de las dos actividades se pudo llevar a cabo a lo largo del 2020.

Sin embargo, la edición de La Bulla que estaba ya anunciada con bombos y platillos para el próximo 12 de marzo se acaba de posponer de manera intempestiva debido a que el auditorio en que se iba a hacer, ubicado en la ciudad de Long Beach, cambió de dueños. Antes de esto, La Bulla y El Velorio se desarrollaron de manera constante en Plaza De La Raza, un popular recinto del Centro de Los Ángeles que suspendió por completo sus actos presenciales desde el inicio de la pandemia.

“Mucha gente piensa que soy un millonario porque ven 5 mil personas en estos eventos, pero cada de uno de ellos cuesta mucho en producirse, y lo que queda es para organizaciones como la misma Plaza De La Raza, que enseña arte a los niños”, detalló Pelayo. “Se hacen básicamente para ‘charity’ [a beneficio]; no dejan mucho dinero en ‘profit’ [lucro]”.

Son mujeres que convirtieron historias de ataque sexual en instalaciones artísticas.

Manteniendo la fe

Como lo señalamos más arriba, Pelayo pasó casi toda su infancia y su adolescencia (desde 1979 hasta 1989) entre Estados Unidos y México, una circunstancia completamente ajena a su voluntad que lo ha afectado de diferentes maneras.

“En 1978, mi mamá y mi papá empezaron a estudiar con los Testigos de Jehová; cuando empezó el momento de hacer cambios en nuestras costumbres -porque en esa religión no se celebran los cumpleaños ni la Navidad-, a mi papá no le gustó la idea, pero a mi mama sí”, retomó el artista.

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“Mi papa la amenazó con enviarnos a todos a El Palmar -el rancho de Jalisco en el que había nacido-, donde son 100 por ciento católicos, si ella no dejaba las prácticas, y como ella no aceptó, nos mandó para allá”, prosiguió. “Yo pensaba que estábamos yendo solo de vacaciones”.

En lugar de arrepentirse, su madre reforzó las creencias que ya tenía, poniéndose con ello en una situación de riesgo que afectó también a sus hijos. “No fue nada fácil crecer en ese ambiente; en México, los Testigos de Jehová son incluso asesinados”, precisó nuestro interlocutor.

Él mismo recuerda que sus compañeros en la escuela lo miraban como si no fuera un humano, porque, por ejemplo, ni él ni sus hermanas practicaban el habitual saludo a la bandera; además, no los dejaban tocar las puertas cuando predicaban. “Nos tiraban huevos y agua caliente y nos soltaban los perros”, describió Pelayo, quien siguió siendo Testigo hasta los 19 años, cuando embarazó a la madre de su hijo, quien no pertenecía a la comunidad; el hecho le valió ser expulsado. “En la actualidad, me considero todavía espiritual, pero no soy parte de una congregación”.

Una imagen del pasado, en el rancho El Palmar.
Una imagen del pasado, en el rancho El Palmar.
(Archivo personal de Antonio Pelayo)

Aprendiendo del dolor

El regreso definitivo de El Palmar a Glendale tras una década de estadía no fue realmente planeado. “Mi mamá y mis hermanas iban a venir de vacaciones por un año y yo me iba a quedar en el rancho, porque teníamos varios animales que cuidar; pero la noche anterior al viaje, todos empezaron a llorar, y mi mamá dijo: ‘También te vienes’”, recordó el dibujante.

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“Tomamos un autobús hasta Tijuana y, al regresar, decidimos quedarnos; mi papá, que había estado todos esos años en L.A., no estuvo de acuerdo, pero no nos forzó a regresar”, agregó. “Me enrolé en la ‘high school’ y mi inglés estaba todo fregado; no tenía siquiera amigos. Fue una pesadilla”.

Lo interesante de todo esto es que Pelayo -que nunca tuvo conexión con su padre, fallecido en el 2012- ha sido capaz de ver el lado positivo de estas duras experiencias. “Una de las cosas que ha pasado es que me he hecho una persona muy fuerte”, enfatizó. “En los 12 años que he estado haciendo eventos, ha habido mucho rechazo y muchos obstáculos, y si fuera una persona débil, los hubiera dejado de hacer poco después de empezar”.

Adicionalmente, no deja de reconocer que los momentos malos fueron finalmente la base de su despertar artístico. “Cuando eres Testigo, no dejan que te asocies cuando alguien que no lo es, y como no tenía amigos, me encerraba en mi cuarto y me ponía a dibujar”, recordó. “Además, me escapaba de la casa y me metía en la iglesia para ver las pinturas en la pared; después, cuando regresaba, dibujaba escenas religiosas o de guerra”.

“Lo que hago ahora es tratar de contar esa historia que viví; si ves mis piezas, la parte de lápiz presenta escenas tomadas de fotos en las que aparezco yo o la familia”, comentó. “Es como una documentación de todo lo que nos ha pasado”.

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