Mientras el clima sigue dándonos golpes implacables, la cartelera de la semana se ve encabezada por el regreso de un boxeador de la ficción que mantiene su eficacia en el cuadrilátero. Alrededor suyo, se produce el retorno de una franquicia completamente distinta y se perfilan los lanzamientos de producciones independientes con temáticas diversas.
CREED III
Director: Michael B. Jordan
Reparto: Michael B. Jordan, Jonathan Majors, Tessa Thompson
Género: Drama deportivo
En cierto momento de “Creed III”, el protagonista, Adonis, llega hasta el conocido letrero de Hollywood en medio de su sesión de entrenamiento más importante, y una vez allí, levanta los brazos en señal de victoria. No podría haber una imagen más hollywoodense en una película que, desde la mitad, se entrega por completo a las prácticas habituales del cine comercial de alto vuelo, y que en términos generales, es bastante predecible. Sin embargo, durante la mayor parte de su metraje, la tercera entrega individual del hijo del mítico Apollo y la novena película vinculada a la saga de “Rocky” funciona como un intenso drama psicológico cargado de suspenso que no dejará de sorprender a los espectadores que no sean necesariamente adeptos al boxeo o a los dramas deportivos.
Eso dice mucho del nivel constante de calidad manifestado por unos ‘spin-offs’ que se iniciaron en 2018 y que han logrado mantener unidad y cohesión tanto en el plano narrativo como en el visual pese a que cada entrega ha sido dirigida y escrita por diferentes personas. En este caso, además, existía un desafío original, porque esta es la primera producción ‘derivada’ que no cuenta con Balboa y, por lo tanto, con Sylvester Stallone, quien había estado presente en todos los filmes de la franquicia desde que se convirtió en protagonista de la misma, en 1976.
“Creed III” no brinda explicación alguna sobre el hecho, y ni siquiera menciona a Rocky, lo que resulta definitivamente cuestionable, incluso en términos de continuidad; pero lo cierto es que la participación del peleador italoamericano se hubiera sentido fuera de lugar en una cinta que, además de estar dirigida por su estrella, Michael B. Jordan -quien debuta aquí como realizador-, posee un enfoque profundamente afroamericano desde el inicio mismo, cuando presenta el reencuentro entre Adonis y Damian Anderson (Jonathan Majors), un viejo amigo del protagonista que se encuentra marcado por un pasado complicado y que tiene todas las intenciones del mundo para retomar una carrera pugilística que se vio completamente truncada debido a unas actividades delictivas que involucraron también al hijo de Apollo.
Confirman el cambio de mando, pero no si estará el legendario actor que le dio vida al personaje de ‘Rocky’
Pese a la amistad que existe todavía entre los dos personajes, la tensión que se establece de manera temprana, y que responde a hechos que se irán revelando poco a poco, está perfectamente delineada en el guion de los guionistas Keenan Coogler y Zach Baylin y se manifiesta de manera inspirada en las actuaciones de Jordan y Majors, quienes tienen un desempeño sobresaliente. El segundo, a quien vimos ya en un papel decisivo en la reciente “Ant-Man and the Wasp: Quantumania”, vuelve a demostrar sus dotes para imprimirle sensibilidad a personajes que podrían resultar particularmente hostiles en el papel.
La parte emotiva y propositiva se encuentra también dignamente plasmada en la dinámica que se establece entre Adonis y su hija Amara, presentada como una bebé que nació sin capacidades auditivas en el filme anterior e interpretada ahora por una niña realmente sorda, Mila Davis-Kent, lo que le brinda a Jordan la posibilidad de incluir varias escenas que involucran al lenguaje de señas. Por otro lado, pese a que esta es su ópera prima, el mismo realizador y actor dirige con destreza y convicción, y logra incluso darle un giro interesante a la inevitable escena de la pelea decisiva con un tratamiento visual que la vuelve inesperadamente íntima.
Como lo hemos dejado en claro, esta es una película esencialmente afroamericana; pero, curiosamente, es también la entrega de la franquicia que le da más cabida a la comunidad latina, a través sobre todo del personaje de Félix Chávez, un eficiente boxeador mexicoamericano que tiene varias conversaciones en español con su madre y entrenadora Laura (Selenis Leiva), y que es encarnado de manera solvente por el deportista profesional José Benavidez Jr., originario de Panorama City, California. Aparece igualmente por ahí, en plan de ‘cameo’, el popular Saúl ‘Canelo’ Álvarez, aunque debo admitir que no logré reconocerlo, lo que me lleva a imaginar que su inclusión es sumamente breve.
CHILDREN OF THE CORN
Director: Kurt Wimmer
Reparto: Elena Kampouris, Kate Moyer, Callan Mulvey
Género: Terror
Más allá de los méritos literarios que puedan tener sus populares obras escritas, Stephen King ha alcanzado su mayor nivel de fama mundial debido a las adaptaciones fílmicas que se realizan constantemente sobre la base de estos textos, y cuyo nivel de calidad ha variado considerablemente. En ese sentido, “Children of the Corn” parece ser una de las fuentes de inspiración menos afortunadas.
Y no solo porque se trata de un cuento -y no de una novela- que ha tratado de ser expandido en más de una ocasión para cumplir con la duración de un largometraje, sino porque es uno de los títulos más difíciles de adaptar en la bibliografía de King, a diferencia de muchos de los otros, que parecen estar incluso contados con un lenguaje de tipo cinematográfico. Pese a ello, “Children of the Corn” ha sido trasladado en 11 ocasiones a la pantalla grande y a la chica, lo que no deja de resultar sorprendente y demuestra de paso la popularidad de una historia que involucra a un peculiar culto religioso creado por los niños de una comunidad rural alrededor de una entidad maléfica radicada en los campos de maíz.
Al igual que la mayoría de las adaptaciones que se han hecho, la que estará disponible desde este viernes en salas selectas a lo largo de 18 días y llegará a la modalidad de Video On Demand el 21 de marzo abandona por completo el argumento original de la pareja perdida en el pueblo y se convierte en una “historia de origen” que nos permite apreciar lo que pasó durante el periodo previo a la toma de poder infantil en el mismo lugar. La idea no es mala, y puede interesar ciertamente a los fans de la franquicia (porque la franquicia tiene fans, ¿verdad?); además, le ofrece al director y guionista Kurt Wimmer la posibilidad de crear a una imponente villana -Eden- que es interpretada por Kate Moyer, una actriz que tenía solo 12 años cuando esto se rodó, y que resulta ciertamente atemorizante como la líder del iracundo grupo de menores.
El problema es que esta es una de las pocas virtudes de una cinta que, más allá de la eficacia que puedan tener algunos de los actores para asumir sus funciones (la heroína adolescente Boleyn, quien es interpretada por Elena Kampouris, no lo hace tampoco mal), posee un desarrollo de personajes insuficiente y acartonado, lo que, sumado a unas limitaciones de presupuesto que se hacen absolutamente evidentes en los momentos que requieren de efectos especiales convincentes, termina por darnos un producto de serie B que puede despertar curiosidad entre los incondicionales del género, pero que no cambiará de modo alguno la percepción de que estos pequeños estarán aparentemente condenados hasta el final de los tiempos. Y ya saben a qué nos referimos.
PACIFICTION
Director: Albert Serra
Reparto: Benoît Magimel, Marc Susini, Alexandre Melo
Género: Drama
Hay películas que, sin seguir los lineamientos típicos del cine comercial y ser por ello difíciles de asimilar para una audiencia convencional, merecen verse por sus cualidades artísticas, el interés de las temáticas que manejan y la originalidad de sus propuestas. Esto es lo que sucede con “Pacifiction”, una impresionante coproducción entre Francia, España, Portugal y Alemania que se estrena este viernes en el Laemmle Royal de L.A. y que debería despertar entusiasmo en cualquier cinéfilo que se respete.
Aquí, De Roller (Benoît Magimel) es el Alto Comisionado de la República de Francia en Tahití, una colonia gala caracterizada por su belleza tropical y su interés turístico. Al inicio de la historia, el elegante y discreto Magimel se encuentra aparentemente de visita en el paraíso tropical, aunque la comodidad con la que se mueve en este ambiente, el modo en que pretende controlar todo y las reuniones que sostiene con personas de diferentes sectores de la sociedad hablan de una seguridad en sí mismo que será puesta a prueba durante el desarrollo de unos acontecimientos que podrían implicar el indeseado regreso de las pruebas nucleares efectuadas por su país en estos territorios.
“Pacifiction” está decididamente inspirada en hechos reales, y alude en más de una ocasión a la relación conflictiva entre los nativos del lugar y los colonizadores, lo que puede recordar de algún modo lo que sucede en Hawái; pero el guion del catalán Albert Serra (también director) está lejos de ser didáctico e instructivo, ya que prefiere convertirse en un estudio de personajes con intenciones misteriosas y conductas ambiguas que pueden resultar desconcertantes, pero que colaboran en la construcción de un universo completamente creíble y, si se le da la oportunidad debida, absolutamente fascinante. Y no todo es conversación, por supuesto; las maravillas de Tahití se revelan frecuentemente, alcanzando la cima en una secuencia portentosa que nos traslada al rudo mar polinesio para ser testigos del desafío intencional de las inmensas olas por parte de las embarcaciones locales.
PALM TREES AND POWER LINES
Directora: Jamie Dack
Reparto: Lily McInerny, Jonathan Tucker, Gretchen Mol
Género: Drama
El abuso de menores de edad es difícil de tratar en el cine, porque el carácter esencialmente visual de esta disciplina puede prestarse a la exhibición explícita de momentos indeseados, mientras que el distanciamiento completo es capaz de producir una contención narrativa que no le mueva un pelo a nadie. Por ese lado, “Palm Trees and Power Lines”, que se estrena este viernes en salas selectas y en Video On Demand, transita a lo largo de una delgada línea que se convierte justamente en su herramienta más poderosa, porque hace que el espectador se sienta absolutamente incómodo sin convertirse por ello en un producto de explotación.
Ciertamente, la ópera prima de Jamie Dack no incluye a personajes infantiles, porque su protagonista, Lea, es una adolescente de 17 años que fue interpretada por Lily McInerny, una actriz de 24 años, y que inicia súbitamente un romance con un hombre que le dobla la edad, Tom, interpretado por Jonathan Tucker, quien tiene actualmente 40 años. Sin embargo, en la pantalla, y con el respaldo de sus propias fisonomías, los actores lucen de edades sumamente distanciadas, haciendo con ello que las escenas en las que ambos despiertan toda clase de suspicacias al ser observados en espacios públicos resulten absolutamente creíbles, por no mencionar las que se dan luego en la intimidad.
Lo que se plantea aquí, por supuesto, no es una defensa de una relación de esta clase, sino una mirada inquietante a lo que sucede con una muchacha que se aburre soberanamente en medio de un verano sin figuras de autoridad ni actividades provechosas y cuyo entorno social no resulta precisamente estimulante, lo que la lleva a rendirse poco a poco ante el hábil y perverso juego de seducción de un tipo que llega vestido de cordero, pero que va revelando poco a pocos sus verdaderas intenciones.
Dack no cae nunca en ambigüedades en lo que se refiere a la causa que promueve, pero logra darle a sus personajes la complejidad necesaria como para que estos no se conviertan en simples arquetipos, lo que es también delicado en un relato de esta clase; y tanto McInerny como Tucker están impecables en unos roles que resultan decididamente arriesgados.
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