Es difícil imaginar que, a lo largo de los últimos nueve años, el público general haya estado alimentando con fervor las ganas de tener una segunda parte de “Inside Out” (2015), debido sobre todo al tiempo que ha transcurrido desde que la ganadora del Oscar a la Mejor Película Animada se viera en las salas.
Pero antes de calificarla como “innecesaria” (uno de los términos favoritos de los críticos que se apresuran a lanzar condenas), hay que recordar que “Inside Out 2”, la secuela que se encuentra ya en cines, tiene como antecedente directo no solo a una de las mejores cintas de animación de todos los tiempos, sino a una de las obras cinematográficas más llamativas de los últimos años, simple y llanamente.
Eso no ameritaba necesariamente la continuación, por supuesto; pero cuando nos enteramos de que, a pesar del cambio de director (salió Pete Docter, entró Kelsey Mann), la que es ya una saga mantuvo al frente a la guionista Meg LeFauve, responsable de muchas de las maravillas presentes en el título del pasado, las esperanzas de tener en la pantalla algo que valiera realmente la pena se vieron incrementadas.
Y es por eso que extraña tanto que el punto más débil de “Inside Out 2” sea justamente la historia que presenta. Más allá de que el nivel de expectativas generado ante proyectos semejantes afecta cualquier tipo de apreciación, lo que tenemos ahora ante nuestros ojos se siente de algún modo como una oportunidad desperdiciada en el sentido de que no es lo suficientemente arriesgado ni novedoso, sobre todo para una producción que ha demorado tanto en llegar.
No estamos diciendo que esto sea un desastre, ni mucho menos. En unión con el escritor Dave Holstein, LeFauve ha desarrollado un relato definitivamente encantador que puede ser disfrutado de igual modo por los niños y los adultos y que suscitará sin duda conversaciones interesantes entre los espectadores que hayan atravesado situaciones semejantes. Lo que no sabemos es si sintonizará completamente con las jovencitas representadas por sus personajes humanos.
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Aquí, Riley, la jugadora de hockey oriunda de Minnesota que tenía 12 años al final de la primera película, acaba de cumplir los 13, lo que significa que se encuentra a las puertas de la pubertad, con todos los cambios emocionales y de conducta que ello implica.
A diferencia de “Inside Out”, que incluía varias escenas que partían de la infancia, “Inside Out 2” opta por centrarse en un periodo extremadamente conciso, lo que podría tener sentido en términos de precisión, pero termina siendo también una decisión limitante en lo que respecta a la exhibición de los numerosos cambios que se producen en esta etapa. Sobre todo en lo que respecta a la atracción por otros seres humanos, que se soslaya por completo para mantener estrictamente los trámites en el ámbito familiar.
Como sucedía en la cinta original, los personajes que interpretan a las emociones son mucho más interesantes que las personas en sí, lo que, en el caso de “Inside Out”, no afectaba directamente al personaje de Riley en vista de que este se encontraba todavía en una edad muy temprana.
Sin embargo, la Riley de esta entrega es ya un ser humano cercano a la adultez que no debería moverse únicamente por impulsos más o menos primarios, incluso cuando el guion parece insinuar que estamos ante una chica blanca y estadounidense que se encuentra lejos de haber alcanzado su mayor etapa de claridad mental (como sucede durante la escena en la que ella misma escucha por casualidad una conversación entre adolescentes mayores donde se la califica como “inmadura”).
Al agregar a varios personajes que representan emociones y recurrir a situaciones enrevesadas, LeFauve hace también que empecemos a cuestionar con mayor intensidad las afirmaciones un tanto caprichosas sobre la conducta humana que ha hecho desde el título anterior.
Estas siguen siendo mucho más elaboradas que las que se suelen dar en trabajos similares, claro, y eso es desde ya un mérito; pero era razonable esperar que, casi una década después de la primera aventura, la guionista diera un paso realmente significativo hacia adelante, aunque sea justo celebrar la incorporación narrativa y gráfica de un Sistema de Creencias que se relaciona sin duda alguna con los valores humanos -y que, por fortuna, es laico-.
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Tiene todo el sentido del mundo, eso sí, que se haya sumado a otras emociones, y que dentro de ellas exista una -llamada Ansiedad- que se convierte eventualmente en la antagonista. Sin ser necesariamente una villana, Ansiedad (interpretada vocalmente de manera notable por Maya Hawke) adquiere de pronto tendencias dictatoriales (hace incluso un Golpe de Estado) destinadas en teoría a la realización personal de su “protegida”, pero marcadas en la práctica por un individualismo feroz y una falta de consideración cada vez más alarmante hacia los demás.
En el ambiente político que vivimos, el hecho de que Ansiedad sea de color naranja no pasa completamente desapercibido, aunque estamos seguros de que cualquier involucrado en el filme negará que se trate de un comentario sobre la actual coyuntura política.
No hay que olvidar tampoco que, en la cinta inaugural, y en medio de su inagotable optimismo, Joy (llamada Alegría en Hispanoamérica) trataba de imponer también su propia visión del mundo (o, al menos, del modo en que debía vivir Riley) por encima de la aparente tolerancia que mostraba ante las otras emociones.
Sea como sea, es fácil predecir que cada una de las emociones terminará sumándose de manera armónica al puesto de control mental que existe desde el principio de la serie, lo que tiene sentido dentro de la lógica del conjunto pero resulta a la vez simplista, sobre todo porque las cosas en cualquier cerebro (se tengan 13 o 31 años) funcionan de manera extraordinariamente complicada.
En el plano más visible, “Inside Out 2” tiene a su favor un aspecto particularmente logrado: su puesta en escena. Más allá de las mejoras que pueda haber tenido la animación por computadora en todos estos años, Mann -que intervino también en la creación de la historia- encuentra maneras creativas de reforzar la expresividad de los personajes con el empleo de recursos provenientes de la comedia física que superan a los de su antecesora, logrando a veces resultados visuales impresionantes en los que debemos incluir también la combinación que hace con técnicas de dibujo antiguas, justificada por la aparición de personajes procedentes de los programas televisivos que veía Riley durante su infancia.
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Esto es digno de admirar en el caso de una cineasta que debuta aquí en la dirección de largometrajes, pero que lleva más de una década con Pixar y que, bajo la tutela de la misma compañía, ha colaborado en diferentes instancias de los historias que sirvieron de base para “Monsters University” (2013), “The Good Dinosaur” (2015) y “Onward” (2020), además de encargarse de la realización del cortometraje “Party Central” (2014), que llegó a exhibirse igualmente en los cines.
Escribe artículos de entretenimiento en Los Angeles Times en Español y lo hizo anteriormente en todas las ediciones impresas de HOY Los Ángeles. Previamente, trabajó como colaborador con el diario La Opinión. Inició su carrera periodística como redactor y luego editor del suplemento de entretenimiento “Visto & Bueno”, publicado por el diario El Comercio de Lima, donde hacía también críticas de cine.