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Estos fueron los desafíos presentes en la ambiciosa adaptación de ‘Pedro Páramo’

El director Rodrigo Prieto y el actor Manuel García Rulfo en el set de "Pedro Páramo".
(Juan Rosas/Netflix)
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Parece que le gusta complicarse la vida. Eso es al menos lo que indicaría el hecho de que, para hacer su debut en la dirección cinematográfica, Rodrigo Prieto haya decidido ponerse al frente de una nueva versión fílmica de una de las novelas más celebradas de la literatura latinoamericana.

Estamos hablando de “Pedro Páramo” (1955), el emblemático libro de Juan Rulfo que sentó las bases del realismo mágico y que solo había sido llevado anteriormente a la pantalla grande en 1967, mediante una película en blanco y negro que no tuvo muchas criticas favorables, pese a contar con la participación del legendario director de fotografía Guillermo Figueroa.

Por supuesto, Prieto es también un director de fotografía, y no uno cualquiera. Sus cuatro nominaciones al Oscar por “Brokeback Mountain” (2005), “Silence” (2016), “The Irishman” (2019) y “Killers of the Flower Moon” (2023) lo demuestran claramente, y aseguraban de antemano la majestuosidad de una puesta en escena que se puede todavía disfrutar a través de Netflix -la plataforma que exhibe de manera exclusiva la nueva cinta-, pero que merece definitivamente apreciarse en la pantalla grande, algo que se puede lograr todavía si se asiste al Bay Theater de Pacific Palisades donde se exhibe en estos días.

El flamante director habló con nosotros desde su casa en Los Ángeles, y el resultado fue la apasionante conversación que puedes ver de forma completa en el video que te ofrecemos tras este párrafo, y que aparece necesariamente condensada y editada en el texto que figura a continuación.

Rodrigo, ¿por qué decidiste iniciarte en la dirección con un reto tan ambicioso?

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Lo cierto es que es una oportunidad que surgió sin que yo la buscara específicamente. Cuando estaba en Oklahoma preparando “Killers of the Flower Moon”, recibí una llamada de Stacy Perskie, uno de los productores, en la que me decía que Netflix había comprado los derechos de la novela y que estaban buscando un director. No lo pensé mucho, porque me ha gustado ese libro desde la primera vez que lo leí, cuando estaba en la preparatoria.

Además, siempre me ha interesado la dirección, porque ya de niño, hacía películas en Super 8 con mi hermano Antonio y mis amigos. En esa época, no distinguía entre lo que era dirigir y fotografiar; para mí, era una labor completa. Fue después que empecé a entender las diferencias. Entonces, incluso como fotógrafo, me considero un ‘storyteller’, porque lo que hago es apoyar a la historia, más que fabricar imágenes espectaculares.

Para mí, la fotografía no fue un escalón para llegar a ser director, ya que se trata de una herramienta que disfruto muchísimo. Claro que ahora tengo la oportunidad de utilizar todas las otras herramientas y jugar con más amigos y amigas, porque, como fotógrafo, tengo al ‘crew’ de eléctricos; pero ahora, tengo a los actores, a Gustavo Santaolalla en la música, a Mateo Gil en el guión, a Soledad Salfate en la edición, a Ana Terrazas en el vestuario y a Eugenio Caballero en el diseño de producción.

Como dices, la película fue escrita por Mateo Gil, quien ha sido coautor de muchos de los guiones del gran Alejandro Amenábar. Él es español, y no me cabe duda de que tener a un español a cargo de la adaptación de una obra tan mexicana como esta puede generar descontento en algunos.

Es interesante, porque, efectivamente, los sucesos de “Pedro Páramo” son una repercusión directa de La Conquista. El personaje principal, como lo ha dicho el mismo Rulfo, es heredero de encomenderos, es decir, de españoles que eran hijos de conquistadores o de conquistadores a los que se les otorgó la tierra mexicana para explotarla, teniendo a los indígenas prácticamente como esclavos.

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Sin embargo, Mateo estaba obsesionado con la novela desde hace mucho. Él mismo dice que su tierra, las Islas Canarias, fue conquistada también de alguna forma por España. Además, nosotros, como mexicanos, somos una síntesis del pueblo indígena y el pueblo español.

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Por cierto, Juan Rulfo también era un descendiente más o menos directo de españoles. Y él mismo dijo que no se enorgullecía del hecho de que sus antepasados fueron también encomenderos y de que un bisabuelo suyo hubiera peleado en contra de la independencia mexicana. Creo que es interesante que rompamos esos tabús sobre quién puede o quién no puede contar la Historia.

Esta adaptación es muy fiel a la novela. Hay gente que piensa que esa es la ruta equivocada cuando se trata de una obra clásica, pero en este caso, me parece que funciona estupendamente.

Mateo me comentó que le decían lo mismo, pero que él se propuso, casi como un reto, mantener la fidelidad más cercana que fuera posible. Es decir, ¿para qué cambiar los diálogos si son buenos como están? Él ya había escrito la adaptación cuando yo entré al proyecto, pero alteramos cosas para poner los fragmentos que a mí me importaban y quitar otros.

Me pareció un reto muy interesante mantener la esencia rulfiana y concentrarme en la interpretación que quería darle, en lo que había de mí en sus personajes y en lo que podía descubrir en ellos.

Una escena de la cinta.
(Carlos Somonte/Netflix)

Claro; cuando lees la novela, sientes el poder de los diálogos, pero no tienes la posibilidad de apreciar las expresiones de los personajes, el modo en que reaccionan ante cada cosa, y esto le da un sentido adicional al asunto entero. Para ello, tenías que involucrarte íntimamente con los mismos personajes y con los actores que los interpretan.

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Lo que no tiene la novela es toda esta dimensión de lo que están experimentando los personajes. Fue un trabajo exhaustivo; primero, de casting, con el fin de encontrar a los actores que mejor representaran a los personajes tal y como yo los imaginaba. Ese proceso de casting, incluso con los actores que no se quedaron, fue un ensayo para mí.

Con Ilse Salas, por ejemplo, había que encontrar cuál era la esencia de Susana, el personaje que ella interpreta; descubrir si es una locura verdadera o si es una rebeldía ante el patriarcado, ante el abuso de los hombres y de su padre.

Al igual que muchos clásicos del realismo mágico, “Pedro Páramo” presenta un mundo extremadamente machista, pero no para defenderlo, sino para reflejar lo que sucedía en los tiempos en que se desarrollaban sus relatos.

No queríamos cambiar lo que contaba Rulfo para darle una visión moderna, pero sí nos interesaba revisar esas circunstancias para entender por qué estamos como estamos. Hay cosas que estamos viviendo en nuestro presente que trazan indudables paralelos con lo que sucede en esta historia.

Me parece algo muy actual poder ver ahora a este hombre que toma el poder y todo lo que puede hacer con este, entendiendo además que es un poder que le fue otorgado por otros de manera voluntaria. Nosotros también estamos aceptando darle el poder a ciertas personas, sin medir las consecuencias de nuestros actos.

“Pedro Páramo” ha sido debatida en términos de si corresponde exactamente al realismo mágico o no, porque algunos creen que Juan Preciado está teniendo alucinaciones. Estas discusiones de género son pertinentes en relación a una adaptación como la tuya, que tiene tanto elementos del terror que yo no sentía en la novela como detalles propios del cine de gangsters que me remiten indudablemente a Scorsese, con quien has trabajado en muchas ocasiones.

Creo que la parte del miedo a los fantasmas es algo que traigo desde niño. Un maestro mío del CCC [Centro de Capacitación Cinematográfica] comentó que esta versión de “Pedro Páramo” se parece a mi ejercicio final del primer año, que también era la historia de un padre y de un hijo en la que el padre acababa matando al hijo, y donde había una parte de pesadilla a la mitad. Esto del terror, efectivamente, no está en la novela, sino que sale de mí, como expresión de mis propios miedos.

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También es cierto que tengo una influencia de Scorsese con respecto a los hombres que tienen este poder sobre la vida y la muerte, como sucede en “The Irishman”, donde matar es algo natural para el personaje que interpreta Robert De Niro, y que al final de la historia es un tipo derrotado y solitario.

En sus películas, Scorsese explora siempre a estos personajes que a veces no queremos ni ver, pero los explora como seres humanos. Y eso inspira claramente el modo en que abordé a Pedro Páramo, no como un maldito -aunque hace cosas verdaderamente horrorosas y dice cosas terribles-, sino como una persona que le tiene miedo a la oscuridad y a quedarse encerrado con sus propios fantasmas. No se trata de humanizar al villano, sino de darse cuenta de que, bajo ciertas circunstancias, todos podríamos ser Pedro Páramo.

Uno de los momentos más bucólicos del filme.
(Juan Rosas/Netflix)

Es fascinante ver el modo en que representaste el mítico pueblo de Comala, tanto en su etapa de esplendor como en su decadencia. ¿Cómo fue la aproximación a esto? ¿Dónde se filmaron esas escenas y qué tanto de lo que se ve es real o fue creado con la ayuda de efectos digitales?

Uno de los principales retos era retratar las diferentes épocas y mantener el tono surrealista cuando era necesario, porque Comala pasa de ser un lugar lleno de verde y de humedad a un paraje seco y destruido. Hicimos lo más que pudimos de manera real. Por ejemplo, encontramos calles en el pueblo de Armadillo [de los Infante], en San Luis Potosí, que estaban bastante derruidas. Lo de la plaza lo filmamos en Bledos, ubicado en la misma ciudad.

Armamos una especie de rompecabezas de distintos pueblos para crear Comala, pero también tuvimos que intervenirlos. En algunos casos, pusimos fachadas falsas y árboles frondosos, porque en San Luis Potosí no hay mucha vegetación. Pero las escenas más verdes, como las del río con los adolescentes, fueron hechas en la Huasteca Potosina.

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En otras ocasiones, tuvimos que poner pantallas azules y ‘set extensions’. Pero la parte más fantasmal, con los cuerpos que flotan, son de gente real a la que pusimos sobre un tornamesa gigante, y a la que se le hicieron luego correcciones digitales.

El cineasta al lado de Tenoch Huerta.
(Juan Rosas/Netflix)

Nada de esto funcionaria si los textos no estuvieran tan bien enunciados y tan bien interpretados, y en eso tienen mucho que ver mucho los protagonistas, interpretados por Tenoch Huerta en el papel de Juan Preciado y Manuel García Rulfo en el de Pedro Páramo. Tenoch ha estado atravesando una situación complicada, pero es grato tenerlo de nuevo, demostrando lo grande que es como actor. Y Manuel está increíble.

La estructura de la novela es muy extraña, porque si bien Juan Preciado es un personaje esencial, desaparece a mitad de la historia, y solo lo tenemos después como narrador. No es muy cinematográfico eso. Además, Rulfo no nos dice casi nada sobre su pasado. Junto a Tenoch, había que ir encontrando lo que había en este hombre; y con Ana Terrazas, decidimos que el vestuario también dijera mucho sobre el personaje.

En cuanto a Manuel, me parecía muy bueno que él perteneciera a la estirpe de los Rulfo, no por el nombre, sino porque es de Jalisco y es heredero de la misma sangre que el autor. Manuel creció en un rancho, y sabe cómo suena la gente de allí, cómo suenan los patrones. Tiene una forma de hablar que suena bien, automáticamente. Suena de Jalisco y suena de Rulfo.

Por otro lado, siento que tiene una conexión emocional consigo mismo que es poco usual en los hombres, especialmente con alguien tan bien parecido y tan alto como él. En la novela y en la película anterior, sabíamos de la maldad de Pedro Páramo, pero no conocíamos su vulnerabilidad. Manuel le da ese toque de ser humano. Sigue siendo un cabrón, un asesino, un explotador y un abusador, pero también es una persona vulnerable, con miedos, con amores y con esperanzas.

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