“Es preocupante ver personas que dicen ‘prefiero un hijo muerto que marica’”: Brigitte Baptiste, transgénero
REDACCION/BBC MUNDO —
Conserva los anteojos puestos durante toda la entrevista porque no ve bien, pero se los quita al final, para la foto.
Brigitte Luis Guillermo Baptiste es la directora del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt de Colombia, una corporación sin ánimo de lucro, vinculada al Ministerio de Ambiente y dedicada la investigación científica en biodiversidad.
El nombre femenino lo adoptó de su admirada Brigitte Bardot, pero conservó los masculinos que le pusieron sus padres. De todos modos, aún para referirse a su pasado, antes de revelar su identidad trans, utiliza el género femenino.
La combinación de lo femenino y lo masculino de su nombre está presente también en el contraste entre su aspecto de mujer y su voz de hombre, que nunca modificó y que ha dicho que la ayuda a veces a imponerse en una sociedad que todavía es muy machista, aunque en los últimos años ha tenido representantes LGTB en altos cargos, como ella, como Gina Parody, ex ministra de Educación, o Claudia López, destacada senadora y ahora candidata a la presidencia.
Brigitte tiene 53 años, y en 1998 reveló su identidad sexual al mundo. Hoy está casada con Adriana Vásquez, con quien tiene dos hijas: Candelaria y Juana Pasión.
¿Por qué conservaste el nombre de hombre?
Sobre todo por cariño con mis papás. Mi relación con ellos ha sido maravillosa siempre. Ellos asumieron mi transición con mucho afecto y mucha solidaridad. Ellos me regalaron ese nombre cuando yo nací. Me siguen llamando Luisgui, mi nombre de pequeñita. Sigo siendo la misma persona, hay una continuidad indisoluble. Y los nombres son eso: nombres.
¿Te da igual que te llamen de cualquier manera?
Realmente me siento mucho más Brigitte. Y casi todo el mundo me llama Brigitte. Es mi identidad formal y legal, además.
Hablemos de tu identidad de género y la posibilidad de llegar a donde llegaste profesionalmente especialmente en Colombia, donde parece que hubiera a veces más conservadurismo y más resistencia que en otros lados. ¿Lo sentiste así? ¿Por qué? ¿Crees que es igual para todo el mundo o tu caso es excepcional?
Yo me considero una excepción afortunada, que viene con un precio también: cuando yo salí del closet, o me revelé al mundo con mi identidad como Brigitte, ya tenía consolidada una carrera profesional, ya tenía ganados muchos espacios y tenía una red de amigos y colaboradores muy entrañable, que siempre fue la que me protegió y me ayudó a seguir haciendo lo que ya venía haciendo en el ámbito de la gestión de biodiversidad.
Eso no le sucede a la gran mayoría de personas de la comunidad, sobre todo trans, que por el hecho de ser transgénero tenemos que transitar públicamente (el proceso); es una afirmación de nuestra identidad y es visible. En muchos miembros de la comunidad LGB (lesbianas, gays, bisexuales), pues no tienen por qué hacerlo, en la medida en que está dentro de su decisión decirlo o no. Pero realmente ahí hay una diferencia sustancial.
En Colombia es muy difícil. Yo he tratado de apoyar personas trans en el Instituto Humboldt y a veces funciona, a veces no, como con cualquier persona.
Si son personas jóvenes han sido discriminadas fuertemente, han tenido dificultades en su capacitación. Entonces es un proceso que yo sé que a decenas, sino a centenares de personas, les cuesta muchísimo.
¿Por qué será que en Colombia, un país tan conservador, hayan llegado a puestos claves mujeres trans como vos, o mujeres homosexuales como la exministra de Salud Gina Parody o la senadora Claudia López, ahora candidata a la presidencia?
El país no puede darse el lujo de sacrificar la capacidad de personas formadas y seguramente muy innovadoras, dado su posicionamiento en medio de la adversidad. Algunos programas políticos, resalto el del exalcalde (de Bogotá, Gustavo Petro), abrieron espacio e hicieron inversiones, eso fue importante. Las acciones de las Cortes también (la Corte Constitucional colombiana ha proferido sentencias favorables a temas de equidad de género y no discriminación por identidad sexual).
A partir de 1991 hay un movimiento más de apertura y progresismo en Colombia, con la nueva Constitución que llega ese año. ¿Te ayudó esa ola de progresismo en tu decisión personal de revelar tu identidad?
Yo creo que indirectamente sí, porque la Constitución del 91, al establecer tantos espacios y tantas libertades, genera una atmósfera de más discusión, de más tolerancia. Pero yo nunca fui muy activista.
¿Y por qué no?
Porque me daba miedo la exposición; en ese momento estaba casada con una mujer (su anterior esposa) que no sabía de Brigitte, mi familia ni se lo imaginaba.
Solo lo sabían unas pocas amigas en las que confié y que siempre fueron mi soporte y hicieron posible que yo existiese. En este momento ya participo (en manifestaciones públicas).
¿Hay un cambio en Colombia hoy, un alejamiento de esos principios progresistas del 91? Si es así, ¿cuánto te preocupa?
Indudablemente. Hay ahora como una toma de conciencia al contrario, que he escuchado expresar a muchas personas sottovoce, pero que uno sabe que está alimentando un movimiento de resistencia, en el cual pareciera que el mantra es “hemos ido demasiado lejos, les hemos dado demasiados derechos a los raros, a los distintos y eso está destruyendo la sociedad”.
La derecha extrema lo plantea como una amenaza a la familia tradicional, pero esa resistencia estaba siempre en el Opus Dei, en movimientos muy clásicos de defensa de la familia, no sé de qué familia porque nunca he entendido de dónde sacan ellos la idea de que la familia es papá, mamá, dos niños y perro. Pero bueno, eso es también una construcción cultural.
Y ese temor al exceso de derechos es al que achacan la complejidad de las relaciones sociales y las dificultades para tomar decisiones en contextos de mucha gente. Y por supuesto eso afecta a la democracia. Dicen: “Hay demasiada democracia”.
Obviamente Donald Trump lo que va a hacer es legitimar una oleada de retrocesos no solo al respeto de las personas LGBTI, sino al respeto por la identidad étnica, por cualquier construcción identitaria distinta a la que él encarna y a su objetivo de asimilar el carácter y la capacidad de gobierno con el modelo de mercado bruto.
¿En términos personales te preocupa?
Mucho, sí. Por ejemplo las manifestaciones públicas que hubo a raíz del plebiscito (de 2016, sobre el acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC), que hicieron que muchas personas votaran no, y estaban fundamentadas en la resistencia a la familia homosexual, a la adopción por parejas del mismo sexo o en general a toda variación de la norma que ellos se han inventado.
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Es preocupante ver personas en la calle que creen que es legítimo decir “prefiero un hijo muerto que marica”, que fue lo que vimos. Cuando uno ve eso y entiende que hay una persona que ya cree que puede hacerlo públicamente en la calle y que no solo no le da pena (vergüenza), sino que no cree que sea un delito, comienza un empoderamiento en contra que estoy segura que va a ir creciendo.
¿Qué puede hacer la sociedad o personas como tú para tratar de contener eso?
Demostrar que somos miembros responsables de la sociedad, ante todo, trabajar desde nuestras particulares posiciones y compromisos en construir democracia, en respetar el estado de derecho, en enriquecer el estado de derecho.
Y hablar, construir un diálogo con las vertientes más abiertas. Yo tengo muy buenas relaciones con la mayoría de instituciones religiosas de Colombia (estudió en la Universidad Javeriana, de la orden Jesuita), con la mayoría de los partidos y muchísima gente que piensa distinto a mí, porque es lo que predico.
Entonces, creo que es el ejercicio de la democracia y el diálogo el que nos tiene que mantener construyendo colectivamente.
Leí que te gustaría ser un cyborg (organismo cibernético, en este caso un ser humano con capacidades aumentadas por la tecnología)…
Sí, y creo que la humanidad va hacia allá. Creo que es como una exploración inherente a la condición humana.
Mis ojos se están apagando cada vez más, de manera que cualquier clase de prótesis que mejore mi capacidad visual, además de mis gafas o mis lentes de contacto, le daría la bienvenida. O muchos dispositivos que mejorarían el desempeño de muchos órganos.
Pero esos serían los clásicos, los obvios. El conjunto de dispositivos que incrementan conexión con los equipos digitales, con los computadores, con los celulares... tan pronto exista esa posibilidad me conecto.
Mi teléfono es definitivamente parte de mi cuerpo en este momento. Todos morimos sin teléfono, y estamos hablando de un dispositivo externo con el que aún no hay una interface muy sensible.
Estoy muy atenta a las investigaciones en neurología, en membranas y en comunicaciones químicas para tratar, sobre todo, en mi ámbito cotidiano de construir expresiones comunicativas distintas: de arte, aplicadas al trabajo nuestro de educación ambiental o de liberación de datos hacia la sociedad.
Llama la atención que alguien que trabaja en algo vinculado a la conservación, haya hecho sobre su propia persona -y le interese seguir haciendo- modificaciones…
Pues de hecho yo no lucho mucho porque la naturaleza se quede como está.
¿Cuál es el equilibrio que hay que construir, si es que es posible construir alguno, entre preservar las cosas estáticamente e intervenir en ellas para modificarlas?
No lo hay. Es un límite muy complicado de establecer, porque todo cambia a distintos ritmos. Sobre todo, la vida es dinámica.
Entonces, lo que yo promuevo es la comprensión de los ritmos de cambio y los modos de cambio. Incluso en el Instituto (Humboldt) estamos todo el tiempo insistiendo en la necesidad de monitorear el cambio, de entender esas señales que da la vida hoy.
Pero en la Colombia de hoy, ¿hay alguna cosa que te parezca que es preocupante de ciertos avances sobre los ecosistemas?
Sí, yo creo que se han pasado umbrales de la capacidad de recuperación, de la resiliencia.
Muchos ecosistemas están completamente destruidos, están excesivamente contaminados: el río Magdalena, el Cauca, el San Jorge tienen tal cantidad de mercurio en sus aguas que es imposible que la vida persista en esos ríos.
Ahí claramente hay un umbral sobrepasado.
¿Te toca pelear con ambientalistas?
Sí, tengo una discusión activa con grupos y con colegas que son más radicales.
¿Y cuál es tu gran argumento cuando discutes con ellos?
En general, que casi todo el trabajo del ambientalismo depende de la tecnología, las comunicaciones dependen de nuestras capacidades de usar bien los recursos.
Salvo los movimientos más locales y más místicos, como las ecoaldeas o ciertos grupos que en Colombia como en todos los países hay, que son muy consecuentes en términos de vivir de acuerdo con las capacidades de su entorno sin causar ningún daño, en general creo que el ambientalismo urbano es muy inconsecuente.
Está bastante desorientado, tiene buenas intenciones, pero no hace conciencia de la complejidad de este mundo de 7-8.000 millones de habitantes, que vive en ciudades de 12-14 millones.
Uno no oye de parte de ese ambientalismo propuestas de una sociedad alternativa, sino más bien todas son regresivas, son propuestas hasta cierto punto ingenuas.
Y por supuesto concentran su activismo en cuestionar el poder que hay detrás de las decisiones que sí creo que es una labor fundamental, porque necesitamos que la sociedad tome decisiones libres e informadas respecto a eso y no construidas por las corporaciones, por gobiernos corruptos o por el oportunismo y el pensamiento de corto plazo.
Quiero volver, para cerrar, a algo personal: en alguna entrevista dijiste que a los 45 años celebraste tres veces tu fiesta de 15, ¿a los 60 qué vas a hacer?
Cuatro (ríe).
Vamos a ver en qué estado estoy.
Lo que sucede es que con el tiempo uno también se da cuenta de que se apacigua y que muchas cosas ya, aunque sean divertidas y simbólicamente importantes, pasan a un segundo plano.
¿Entonces vestido blanco de quinceañera no?
No, ya fue, ya lo hice tres veces.
Para los 60, los cuatro quinces serán más exponenciales que otra cosa (ríe otra vez).
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