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La desinformación sobre el coronavirus abunda, pero corregirla puede ser contraproducente

Coronavirus information on a smartphone
Un teléfono celular muestra información del Distrito Escolar Unificado Alhambra sobre el coronavirus, que pelea contra los rumores y la información errónea acerca del brote. Los intentos de corregir noticias falsas pueden ser contraproducentes, advierten los investigadores.
(Frederic J. Brown / AFP via Getty Images)

Con tanta información falsa circulando sobre el brote de coronavirus, los funcionarios de salud están tratando de aclarar las cosas. Esto es por lo que puede resultar contraproducente

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La trama tenía todos los elementos de un film de suspenso de gran presupuesto: poner una tecnología de terapia genética no probada en manos de científicos sin escrúpulos, y convertirlos en soldados de una codiciosa compañía farmacéutica. Luego, darles la protección de un gobierno sigiloso y autoritario, que no se detendrá ante nada en su afán de dominación mundial. Por supuesto, el resultado es un nuevo virus mortal en el mundo.

En Twitter, la semana pasada, más de 2.5 millones de seguidores del blog financiero ZeroHedge vieron cómo esa trama se convertía en el origen del nuevo coronavirus, de China, que se extiende por todo el mundo.

El rumor circuló brevemente en varias plataformas de redes sociales antes de que Twitter cerrara la cuenta de ZeroHedge por violar sus reglas contra la “actividad engañosa que desoriente a otros”. Pero para entonces, esta ya se había publicado, compartido o comentado más de 9.000 veces, según Digital Forensic Research Lab.

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Eliminar las falsedades sobre el coronavirus exigirá mucho más que bloquear una cuenta de Twitter. De hecho, por la manera en cómo estamos conectados para procesar información sobre amenazas nuevas y misteriosas, podría ser casi imposible, sostienen los expertos.

“La desinformación es una consecuencia preocupante de cualquier epidemia emergente”, afirmó el politólogo del Dartmouth College Brendan Nyhan, quien estudia las teorías de la conspiración y a quienes creen en ellas. “Pero la suposición de que los hechos y la ciencia por sí solos serán decisivos para contrarrestar la desinformación es incorrecta, porque a menudo no es así”.

Investigadores de variadas disciplinas examinaron por qué las personas creen en cosas que han sido desacreditadas o refutadas. Sus esfuerzos dieron como resultado una conjetura preocupante: la mayoría de nosotros estamos preparados para dar crédito a las mentiras que vemos o escuchamos. Y, cuando lo hemos hecho, nos resistimos a actualizar nuestras creencias, incluso cuando nos muestran alternativas que sí son ciertas.

Peor aún, los intentos de desacreditar la información falsa pueden terminar reforzándola. Ello presenta un serio desafío para los funcionarios de salud pública, que trabajan para persuadir a la alarmada opinión pública y mantener la calma.

El nuevo coronavirus de China se propaga tan fácilmente como la gripe española de 1918 y probablemente se originó en los murciélagos antes de infectar a los humanos.

Algunas de las falsedades sobre el coronavirus parecen motivadas por el interés comercial. Otras parecen impulsadas por las sospechas de raza y la xenofobia. Otros especularon que el coronavirus es una arma biológica desarrollada por China para matar a los musulmanes uigures, o por Estados Unidos para destruir la economía china.

El problema con las teorías de conspiración es que, a menudo, parecen tener un soplo de verdad. Eso las hace lo suficientemente plausibles como para que algunos crean en ellas.

Ciertos rumores conectan el virus con creencias infundadas pero largamente enraizadas, como aquellos que relacionan las vacunas con el autismo y los alimentos genéticamente modificados con los riesgos para la salud. En las redes sociales dedicadas a esas creencias, circulan diariamente especulaciones sobre el coronavirus, advirtió Joshua Introne, un científico informático de la Universidad de Syracuse que estudia la evolución de las teorías de conspiración en línea. “Nos gustan las cosas que respaldan lo que creemos”, comentó Introne. Aceptar esas historias tiende a profundizar nuestras convicciones y a incitarnos a compartirlas con otros de mentalidad similar, agregó.

En muchos sentidos, la información errónea tiene una ventaja incorporada por sobre la verdad.

Una persona no tiene que creer en todos los aspectos de una teoría conspirativa para fomentarla. Si sólo uno de los componentes de la historia concuerda con sus creencias -sospechar de China, por ejemplo-, o una convicción de que las compañías farmacéuticas harían cualquier cosa por dinero, eso podría ser suficiente para que la comparta, y tal vez hasta sugerir algún argumento adicional.

Cuantos más tropos se puedan entrelazar en una teoría conspirativa, más posibilidades tendrá de ganar seguidores. El “multiverso” resultante de creyentes hace que sea difícil de destruir, consideró Introne. “Simplemente hay demasiado allí”, señaló.

Los funcionarios de salud tienen un instinto natural para contrarrestar esta información errónea con hechos. Pero la investigación muestra que eso puede ser contraproducente.

Corregir la información errónea puede funcionar por un momento, pero el paso del tiempo influye en nuestros recuerdos. A veces, todo lo que evocamos de la corrección es que hay información falsa por ahí, por lo cual somos escépticos cuando se nos presentan hechos que son ciertos.

A veces, el esfuerzo por corregir la información errónea implica repetir la mentira. Esa repetición parece establecerla en nuestra memoria con más firmeza que la verdad, lo cual nos hace recordarla mejor y creerla más. Los psicólogos llaman a esto el “efecto de verdad ilusoria”.

Consideremos por ejemplo el intento de las autoridades sanitarias de Brasil de clarificar la información sobre el virus del zika, que arrasó en ese país en 2015. La mayoría de los infectados manifestaban una enfermedad leve, pero las mujeres embarazadas que contraían el virus estaban en mayor riesgo de sufrir abortos espontáneos o dar a luz a bebés con microcefalia y otros defectos congénitos.

A mother holds her daughter, who was born with microcephaly
Una mujer sostiene a su bebé de dos meses, que nació con microcefalia durante el brote de zika en Brasil.
(Katie Falkenberg / Los Angeles Times)

Como los mosquitos transmiten el virus, se instó al público a usar repelente de insectos y tomar otras medidas de protección. Las autoridades compartían información científicamente precisa sobre el virus. Sin embargo, sus esfuerzos hicieron que la gente dudara de que los hechos tenían una base científica sólida, y las creencias falsas seguían circulando dos años después del comienzo del brote.

Según un estudio publicado el mes pasado en la revista Science Advances, cerca de dos tercios de los brasileños creían en una afirmación infundada de que el zika se propagaba por mosquitos genéticamente modificados. Más de la mitad atribuía incorrectamente la mayor prevalencia de microcefalia en recién nacidos a los venenos contra las larvas, y más de la mitad creía que la vacuna DTaP contribuyó al aumento de bebés nacidos con microcefalia.

Cuando un participante era inducido a dudar de la veracidad de algunas de sus creencias, se volvía más escéptico ante cualquier información nueva sobre el virus, advirtieron los investigadores.

Cuando se advierte a las personas que hay noticias falsas, “pueden aplicarlo de manera indiscriminada”, afirmó Nyhan, quien trabajó en el estudio. “La gente puede dudar de todo tipo de información legítima”.

Este efecto fue generalizado, y resultaba evidente entre los encuestados si estaban inclinados o no a creer en teorías de conspiración.

Los investigadores también saben que no hay nada como el encanto de algo nuevo. La verdad no cambia, pero cada día surgen nuevas falsedades.

Si los datos del Economic Policy Institute muestran una imagen nefasta del efecto del comercio de China en los trabajadores estadounidenses, sus conclusiones están abiertas a cierta disputa por otros economistas

Después de que Twitter prohibió a ZeroHedge, el tráfico en el sitio parece haberse disparado, explicó Emerson Brooking, un miembro residente del Digital Forensic Research Lab. Eso, manifestó, es una reacción a corto plazo común frente a un sensacional acto de conspiración.

La proliferación de noticias falsas y engañosas sobre el coronavirus “contribuyó a disminuir la confianza de las personas sobre todo lo que leen acerca de la crisis”, incluida la información verdadera y de fuentes confiables, remarcó Brooking.

Nyhan está trabajando en estrategias de comunicación para abordar este problema. En experimentos, junto con colega descubrió que, en lugar de sólo corregir la información falsa, es mucho más efectivo reemplazarla.

“Una explicación causal de un evento inexplicable es significativamente más efectiva que una negación”, informó en el Journal of Experimental Political Science.

Puede que no sea una historia tan convincente, pero si es simple y directa, puede llenar un vacío dejado por la información errónea, explicó Nyhan. Además, es posible que funcione mejor si proviene de un intermediario confiable, como un barbero, un pastor o un médico. Y cuando se presenta la información a corregir, hay que lograr advertir que es falsa o engañosa.

Dado que el coronavirus sigue teniendo su mayor impacto en Asia, la disposición de los estadounidenses de creer mentiras sobre el virus no alcanzó proporciones de crisis. Pero si comienza la transmisión viral dentro del país, según los expertos, la marea de información errónea aumentará, y nuestra confianza en lo que sabemos que es verdad -y en lo que se nos dice que es correcto- será puesta a prueba.

“Hemos perdido nuestros filtros y no tenemos nada con que reemplazarlos”, dijo Introne. “Debemos resolver esto”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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