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Paramédicos en España: ‘Apenas dormimos. Tenemos miedo y soledad’

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Las manos de Juan González ya muestran grietas por la resequedad. Se lava las manos hasta 20 veces al día. Es la clave para matar el virus, dice este jefe de entrenamiento del equipo de paramédicos. Desearía que hubiera algo que matara las escenas de lo vivido.

“Se quedaron allí. Nos llevamos a los ancianos sanos y el resto quedó ahí”, recuerda González sobre el día en que llegó a la residencia geriátrica de Grado, al norte de España, donde 80 ancianos estaban infectados.

A ese pasaje, una de sus peores que recuerda desde que se decretó el Estado de Alarma por el Covid-19, se suma la noticia de que dos conductores de ambulancia y compañeros suyos fueron hallados positivos, apenas unas horas antes de hablar con Los Angeles Times.

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¿Cómo se contagiaron? ¿Qué hicieron mal? Las preguntas asaltan a González, aunque sabía que tenía que pasar. Desde que España emitió el estado de alerta, más de 12.000 trabajadores de la salud han contraído el Covid-19, una cifra que coloca a España como el país europeo con el porcentaje más elevado de contagios entre el personal de salud.

Las empresas de ambulancia reportan cerca de 1.000 bajas por COVID-19, según datos de La Federación Nacional de Empresarios de Ambulancia, que integra el 98% de las 350 empresas de transporte sanitario que hay en el país con un total de 12 mil ambulancias.

“Sí, hay falta de equipo y fallas en el sistema, pero ahora mismo el reto mayor que enfrentamos es conservar la salud mental. Yo apenas duermo un par de horas. Despierto en pánico, sobresaltado. Repaso los protocolos de seguridad que vi en los compañeros. Es una guerra sin bombas, estamos en primera línea de batalla y en ocasiones lo que te ‘protege’ es un arma de doble filo. Si con el guante tocas una superficie contaminada, el guante es el ‘enemigo’”, afirma González, encargado de entrenar el personal para 150 ambulancias.

Para los casi 29.000 técnicos de emergencias sanitarias que operan en España no hay respiro.

El centro de llamadas de emergencia 112, que funciona las 24 horas del día e identifica inmediatamente la ubicación de la persona, está bombardeado con peticiones de auxilio por casos de coronavirus.

Las llamadas al 112 se han triplicado en ese país. La semana pasada, el 112 de Cataluña recibió 11.457 llamadas (el importe normal es de 4.500 al día).

Y lo mismo está ocurriendo en el resto de Europa. En Milán, Italia, por ejemplo, el 16 de febrero el centro 112 de esa ciudad, recibió 5.086 llamadas, a pesar de que entonces no había ningún caso de COVID-19. Al día siguiente se confirmó el primer caso y para el 22 de febrero, el centro ya había recibido 10.657 llamadas, según la European Emergency Number Association (EENA).

En Luxemburgo, la línea directa de COVID-19 fue llamada 2.300 veces sólo el 17 de marzo, y en Rumania, la línea 112 que dispone de servicios de interpretación hasta en 80 idiomas, había registrado 4.950 llamadas en menos de 24 horas.

“Todos los centros están sobrecargados en estos momentos. Tenemos muchas llamadas de ancianos, personas de hasta 103 años”, dice Eva Salas, responsable del centro coordinador de Transinsa, en la región de Asturias, al norte de España.

En menos de un mes, esa empresa de ambulancias ha realizado más de mil traslados por coronavirus y 2.000 pruebas a domicilios. Toda persona positiva y sospechosa de coronavirus tienen que ser trasladada en ambulancia desde sus hogares hasta los centros médicos.

“Intentamos tener el menor número de bajas posibles. La situación genera miedo y mucho estrés entre los compañeros, pero hay que mantener la calma”, señaló Carlos Paniceres, director de Transinsa.

A lo lejos, el teléfono suena, son llamadas de ayuda por COVID-19. Manuel López y su compañero Carlos Valdés se preparan para responder.

Ambos bromean mientras se ponen los trajes de seguridad. La tarea es tediosa. Pese al buen ánimo de esa tarde de lunes, hay una sensación de miedo perenne. Hace apenas unas horas les acaban de notificar que dos de sus excompañeros de ambulancia resultaron positivos.

López toma el volante. El sonido de la sirena, casi tan fuerte como el olor a desinfectante, quiebra el silencio sepulcral que domina desde hace días las calles de España donde 47.1 millones de españoles viven en confinamiento. Nadie se atreve a salir y quien lo hace puede enfrentar multas hasta por más de 200 euros.

Una mujer de origen venezolano los recibe. Al ver al paramédico cubierto de pies a cabeza con el traje blanco de seguridad se apresura a decir que cree que es alergia o gripe, “no creo que sea coronavirus”, dice asustada.

Una tos seca, que no puede contener y los problemas que tiene para respirar, cortan las palabras de la mujer.

“Tú no te preocupes, hay días que me visto así”, dice Valdés bromeando con la paciente. Trata de reducir el miedo y la tensión.

¿Te cuesta respirar?, pregunta mientras le pone un cubre bocas.

“Bastante, me duele el pecho”, intenta responder la paciente, pero otra vez, la tos apenas la deja hablar.

Valdés no baja la guardia. Le pide a la paciente que se ajuste su máscara, sabe que esa misma tos puede ser el camino a su propio contagio.

La tensión es constante. Los hospitales están saturados y las tareas de dejar a un enfermo se dificultan. A lo largo de un día, Valdés y López realizan hasta cuatro traslados. Una labor cansada tomando en cuenta que limpiar la ambulancia puede tomar hasta 45 minutos.

El país se está perfilando rápidamente como el próximo epicentro del contagio en Europa. La pandemia ha matado ya a seis profesionales de personal sanitario (cinco médicos y una enfermera). En Italia, son ya 60 los sanitarios fallecidos a causa del Covid-19 y cerca de 8.000 contagiados.

Algunas empresas de ambulancias cuentan con apenas un par de equipos de protección individual, que tienen que usar durante toda la semana. En varias empresas de zonas como en Zamora y Córdoba los empleados denuncian que reciben dos gafas y cuatro trajes protectores por cada ocho trabajadores, lo que significa que deben desinfectar estos equipos para seguir utilizándolos. Situación que genera estrés y miedo entre los paramédicos.

“Tenemos el doble de bajas, o bien porque tienen el virus, o porque se han autoaislado. Enfrentamos una carga de trabajo nunca vista”, informa Carlos Magdaleno, presidente de la Federación Nacional de Empresarios de Ambulancia (ANEA).

Pero el miedo es sólo una parte, también duele la soledad. González la vive en carne propia. Hace casi tres semanas que no ve a sus tres hijos, dice con voz quebrada.

Su caso no es el único, sumado a las casi mil bajas, cientos de trabajadores de ambulancia que aún siguen en la línea de fuego, han decidido autoaislarse por temor a infectar a sus familias, añade el presidente de ANEA.

La necesidad de ayuda mental por miedo y soledad es de tal volumen que, desde hoy, el Ministerio de Sanidad y el Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos (COP) de España han puesto en marcha un teléfono de atención psicológica para prestar apoyo a las personas con dificultades derivadas del COVID-19. Este servicio telefónico está orientado al manejo del estrés y situaciones de malestar originados por esta pandemia.

“Físicamente estamos agotados, pero más mentalmente. Cuando la jornada termina te derrumbas”, confiesa González.

Como psicóloga de emergencias, Raquel Villa, lo ve todos los días. Forma parte del equipo de ayuda emocional y visita a los técnicos de emergencia para ofrecer técnicas de “ventilación emocional”, un sistema de asistencia emocional que se debe administrar en las 72 hora siguientes a un incidente traumático.

La propia Villa ha tenido que alejarse de su hija de 12 años por temor a contagiarla y sólo cuando le toca visitar en la ambulancia la zona donde vive su hija, le pide a la niña que se asome a la ventana y le tire un beso.

“El estrés postraumático va a ser el mal pandémico de la sociedad después de que esto termine”, considera Villa.

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