Muere la reina Isabel II de Gran Bretaña a los 96 años
LONDRES — La reina Isabel II, la monarca con el reinado más largo de Gran Bretaña y un símbolo de estabilidad durante la mayor parte de un siglo turbulento que vio el declive del Imperio Británico y los escándalos de su propia familia, falleció el jueves después de 70 años en el trono. Tenía 96 años.
El Palacio de Buckingham anunció que falleció en el Castillo de Balmoral, su residencia de verano en Escocia, donde miembros de la familia real habían acudido rápidamente después de que su salud empeoró.
Un vínculo con la generación casi desaparecida que peleó en la Segunda Guerra Mundial, era la única reina que la mayoría de los británicos han conocido en su vida.
Su hijo de 73 años, el príncipe Carlos, automáticamente se convierte en monarca y será conocido como el rey Carlos III, anunció su oficina. Otros monarcas británicos han elegido nuevos nombres al acceder al trono. La segunda esposa de Carlos, Camila, será conocida como reina consorte.
Después de 10 días de luto oficial, se llevará a cabo un funeral.
La BBC transmitió el himno nacional británico “God Save the Queen”, con un retrato de la monarca con su atuendo real completo cuando fue anunciada su muerte, y se colocó la bandera a media asta en el Palacio de Buckingham para marcar el fin de la segunda era isabelina.
El impacto de la pérdida de Isabel será enorme e imprevisible para el país y para la monarquía, una institución que ella ayudó a estabilizar y modernizar a lo largo de décadas de enormes cambios sociales y escándalos familiares, pero cuya relevancia en el siglo XXI se ha puesto a menudo en duda.
El afecto permanente del público por la reina ha ayudado a mantener el apoyo a la monarquía durante los escándalos. Pero Carlos no es ni de lejos tan popular.
En un comunicado, Carlos señaló que la muerte de su madre era “un momento de la más grande tristeza para mí y para todos los miembros de mi familia”, y agregó: “Sé que su pérdida será profundamente sentida en el país, los reinos y la Mancomunidad de Naciones, y por innumerables personas en todo el mundo”.
El cambio de guardia se produce en un momento tenso para Gran Bretaña, que tiene una flamante primera ministra y se enfrenta a una crisis energética, una inflación de dos dígitos, la guerra en Ucrania y las consecuencias del Brexit.
La primera ministra Liz Truss, que fue designada por la reina apenas 48 horas antes de su fallecimiento, dijo que el país está “devastado” y llamó a Isabel “la roca sobre la cual se construyó la Gran Bretaña moderna”.
Los súbditos británicos que se encontraban fuera del Palacio de Buckingham lloraron cuando los funcionarios llevaron un aviso que confirmaba la muerte de la reina a las puertas de hierro forjado de la casa de la reina en Londres. Pronto se reunieron cientos de personas bajo la lluvia, y los dolientes depositaron decenas de ramos de flores de colores en las puertas.
“Como joven, este es un momento muy importante”, dijo Romy McCarthy, de 20 años. “Marca el fin de una era, especialmente como mujer. Teníamos una mujer que estaba en el poder como alguien a quien admirar”.
Líderes mundiales extendieron sus condolencias y rindieron homenaje a la reina.
En Canadá, donde la monarca británica es la jefa de Estado, el primer ministro Justin Trudeau reconoció su “sabiduría, compasión y calidez”. En India, que alguna vez fue la “joya de la corona” del Imperio Británico, el primer ministro Narendra Modi tuiteó: “Ella personificó, la dignidad y la decencia en la vida pública. Su pérdida causa dolor”.
El presidente estadounidense Joe Biden la llamó una “estadista de una dignidad sin igual y una constancia que profundizó la firme alianza entre Gran Bretaña y Estados Unidos”.
Desde el 6 de febrero de 1952, Isabel reinó sobre una Gran Bretaña, que se reconstruyó tras una guerra destructiva y financieramente agotadora y perdió su imperio; se unió a la Unión Europea y luego la abandonó; y realizó la dolorosa transición al siglo XXI.
Ante ella desfilaron 15 primeros ministros, de Winston Churchill a Truss, convirtiéndose en una institución y un ícono, un punto fijo y una presencia reconfortante incluso para aquellos que ignoraban o detestaban a la monarquía.
Se volvió menos visible en sus últimos años, cuando la edad y la fragilidad redujeron considerablemente sus apariciones públicas. Pero se mantuvo firmemente en control de la monarquía y como una parte esencial de la vida nacional de Gran Bretaña, celebró su Jubileo de Platino, por sus 70 años en el trono, con días de fiestas y desfiles en junio de 2022.
Ese mismo mes se convirtió en la segunda monarca con el reinado más largo de la historia, detrás de Luis XIV, rey de Francia en el siglo XVII, quien ascendió al trono a los 4 años. El martes, Isabel presidió una ceremonia en el Castillo de Balmoral para aceptar la renuncia del primer ministro Johnson y designar a Liz Truss como su sucesora.
Cuando tenía 21 años, casi cinco años antes de su coronación, Isabel le prometió a los pueblos de Gran Bretaña y de la Mancomunidad de Naciones que “toda mi vida, ya sea larga o corta, estaré dedicada a su servicio”.
Fue una promesa que cumplió durante más de siete décadas.
A pesar de las complejas y a menudo frágiles relaciones de Gran Bretaña con sus antiguas colonias, Isabel gozaba de respeto general y se mantuvo como jefa de Estado de más de una decena de países, desde Canadá hasta Tuvalu. Encabezó la Mancomunidad de Naciones de 54 integrantes, construida alrededor de Gran Bretaña y sus antiguas colonias.
Estuvo casada durante más de 73 años con el príncipe Felipe, quien falleció en abril de 2021, a los 99 años. Isabel era la matriarca de una familia real cuyos problemas eran objeto de fascinación mundial, amplificados por versiones de ficción en series televisivas como “The Crown”. A Isabel le sobreviven cuatro hijos, ocho nietos y 12 bisnietos.
A través de innumerables eventos públicos, conoció posiblemente a más gente que ninguna otra persona en la historia. Su imagen, que adornaba sellos postales, monedas y billetes, era una de las más reproducidas en el mundo.
Pero su vida íntima y opiniones fueron siempre poco menos que un enigma. De su personalidad el público veía muy poco. Era propietaria de caballos y pocas veces parecía más feliz que durante la semana de carreras del Royal Ascot. Tampoco se cansó de la compañía de sus adorados perros corgi galés.
Isabel Alejandra María Windsor nació en Londres el 21 de abril de 1926, era la primogénita del duque y la duquesa de York. No nació para ser reina, ya que el hermano mayor de su padre, el príncipe Eduardo, estaba destinado a la corona y se suponía que la heredarían los hijos que tendría.
Pero en 1936, cuando Isabel tenía 10 años, Eduardo VIII abdicó al trono para casarse con la estadounidense dos veces divorciada Wallis Simpson, de modo que el padre de Isabel fue coronado como Jorge VI.
La princesa Margarita recordaba preguntarle a su hermana si esto significaba que algún día sería reina. “Sí, supongo que sí”, dijo Margarita recordando a su hermana. “No lo volvió a mencionar”.
Isabel comenzaba su adolescencia cuando Gran Bretaña entró en guerra con Alemania en 1939. Aunque el rey y la reina permanecieron en el Palacio de Buckingham durante el bombardeo del Blitz y visitaron los barrios atacados de Londres, Isabel y Margarita pasaron la mayor parte de la guerra en el Castillo de Windsor, al oeste de la capital. Incluso ahí cayeron unas 300 bombas en un parque adyacente, y las princesas pasaron muchas noches en un refugio subterráneo.
Hizo su primera transmisión pública en 1940, cuando tenía 14 años, para enviar un mensaje a los niños evacuados al campo o a otros países.
“Nosotros, los niños en casa, estamos llenos de alegría y valentía”, dijo con una mezcla de estoicismo y esperanza que haría eco a lo largo de su reinado. “Estamos tratando de hacer todo lo posible para ayudar a nuestros valientes soldados, marineros y oficiales de las fuerzas aéreas. Y también tratamos de soportar nuestra propia carga de peligro y tristeza de la guerra. Sabemos, cada uno de nosotros, que al final todos estaremos bien”.
En 1945, luego de rogar a sus padres durante meses que le permitieran apoyar las tareas de la guerra, la heredera del trono se convirtió en la suboficial segunda Isabel Alejandra María Windsor en el Servicio Territorial Auxiliar. Isabel aprendió con entusiasmo a conducir y dar mantenimiento a vehículos pesados.
La noche que terminó la guerra en Europa, el 8 de mayo de 1945, Isabel y Margarita lograron mezclarse, sin ser reconocidas, con la multitud que celebraba en Londres “llevadas por una ola de felicidad y alivio”, dijo a la BBC décadas después, al describir “una de las noches más memorables de mi vida”.
En noviembre de 1947 se casó en la Abadía de Westminster con el oficial de la armada real Felipe Mountbatten, príncipe de Grecia y Dinamarca, a quien había conocido en 1939 cuando ella tenía 13 años y él 18. En la posguerra, Gran Bretaña enfrentaba austeridad y racionamientos, de modo que la decoración en las calles fue limitada y no se declaró un día de asueto público. Pero a la novia se le permitieron 100 cupones extra de raciones para su ajuar.
La pareja vivió por un tiempo en Malta, donde Felipe prestaba servicio en la armada, e Isabel disfrutó una vida casi normal como esposa de un oficial. El primero de sus cuatro hijos, el príncipe Carlos, nació el 14 de noviembre de 1948. Le siguieron la princesa Ana el 15 de agosto de 1950, el príncipe Andrés el 19 de febrero de 1960 y el príncipe Eduardo el 10 de marzo de 1964.
En febrero de 1952, Jorge VI murió mientras dormía a los 56 años tras años de enfermedad. Isabel recibió en Kenia, donde se encontraba de visita oficial, la noticia de que sería la próxima monarca.
Su secretario privado, Martin Charteris, recordó después encontrar a la nueva monarca en su escritorio, “sentada erguida, sin lágrimas, con un poco de rubor, aceptando totalmente su destino”.
“De alguna manera no tenía un aprendizaje”, reflexionó Isabel durante un documental de la BBC de 1992 que abrió una rara ventana hacia sus emociones. “Mi padre murió muy joven, así que todo fue una manera muy repentina de asumir y hacer el mejor trabajo posible”.
La coronación de Isabel, que se realizó más de un año después, fue un gran espectáculo en la Abadía de Westminster visto por millones a través del medio relativamente nuevo de la televisión.
La primera reacción del primer ministro Winston Churchill a la muerte del rey fue reclamar que la nueva reina era “sólo una niña”, pero Isabel se lo ganó a los pocos días y eventualmente él se volvió uno de los fervientes admiradores de la reina.
En la monarquía constitucional de Gran Bretaña, la reina es la jefa de Estado, pero tiene poco poder directo, y en sus actos oficiales cumple lo que le ordena el gobierno. Sin embargo, no carecía de influencia. La reina, oficialmente la cabeza de la Iglesia de Inglaterra, comentó en alguna ocasión que no había algo que pudiera hacer para bloquear legalmente la designación de un obispo, “pero siempre puedo decir que me gustaría tener más información, y ese es un indicador que el primer ministro no pasará por alto”.
La magnitud de la influencia política de la monarca ocasionalmente llevaba a especulación, pero no a muchas críticas mientras estuvo viva. Los puntos de vista de Carlos, quien ha expresado opiniones fuertes sobre todo tipo de temas desde arquitectura al medioambiente, podrían ser más conflictivos.
Isabel tenía la obligación de reunirse semanalmente con el primer ministro, y generalmente éste la encontraba bien informada, curiosa y actualizada. La única posible excepción fue Margaret Thatcher, de quien se decía tenía una relación fría, si no es que congelada, con la reina, aunque ninguna de las dos hizo comentarios al respecto.
Las opiniones de la reina en esas reuniones privadas fueron objeto de grandes conjeturas y un terreno fértil para dramaturgos como Peter Morgan, autor de la obra “The Audience” y de la popular serie “The Crown”. Esas versiones semificticias eran producto de una era en que disminuía la deferencia a la familia real, cuyos miembros se convertían en figuras de la farándula y sus problemas eran del dominio público.
Y hubo bastantes problemas dentro de la familia, una institución conocida como “La firma”. En los primeros años de Isabel en el trono, la princesa Margarita provocó una controversia nacional por su romance con un hombre divorciado.
En 1992, el año que la reina calificó como “annus horribilis”, su hija, la princesa Ana, se divorció, el príncipe Carlos y la princesa Diana se separaron y también lo hizo el príncipe Andrés de su esposa Sarah. Ese mismo año, el Castillo de Windsor, una residencia que a la reina le gustaba mucho más que el Palacio de Buckingham, sufrió graves daños en un incendio.
A la separación pública de Carlos y Diana —“en nuestro matrimonio éramos tres”, dijo Diana sobre la relación de su esposo con Camilla Parker-Bowles— siguió el shock de la muerte de la “princesa del pueblo” en un accidente automovilístico en París en 1997. Esa vez la reina parecía fuera de sintonía con su pueblo.
En medio de un luto sin precedentes, muchos consideraron que la incapacidad de Isabel para dar una muestra pública de dolor era una falta de sensibilidad. Tras varios días, finalmente dio un discurso a la nación transmitido por televisión.
La mella en su popularidad fue breve. Para esas alturas era considerada una especie de abuela nacional, con una mirada penetrante y una sonrisa dulce.
A pesar de ser una de las personas más ricas del mundo, Isabel tenía fama llevar una vida frugal y seguir al sentido común. Era una monarca conocida por apagar luces en habitaciones vacías y una mujer de campo que no tenía miedo de estrangular faisanes.
Un reportero de un diario, que fue a trabajar de manera encubierta como lacayo en el palacio, confirmó la imagen de esa Isabel con los pies en la tierra, capturando fotografías de recipientes de plástico en la mesa del desayuno real y de un pato de plástico en una bañera.
La sangre fría de Isabel no se alteró cuando un joven le apuntó con una pistola y disparó seis salvas mientras ella montaba un caballo en 1981, ni cuando descubrió a un intruso perturbado sentado en su cama en el Palacio de Buckingham en 1982.
La imagen de la reina como un ejemplo de la decencia británica fue satirizada por la revista Private Eye, que la llamó Brenda. Aquellos que se oponían a la monarquía la llamaban “Señora Windsor”. Pero la causa republicana tuvo poco impulso mientras ella estuvo viva.
En su Jubileo de Oro en 2002, dijo que el país debería “volver la vista con orgullo mesurado sobre la historia de los últimos 50 años”.
“Han sido 50 años bastante memorables bajo cualquier criterio”, dijo en un discurso. “Ha habido buenos y malos momentos, pero cualquiera que pueda recordar cómo eran las cosas después de esos seis largos años de guerra, aprecia los enormes cambios que se han logrado desde entonces”.
Una presencia reconfortante en casa, era también un emblema de Gran Bretaña en el extranjero, una forma de poder suave, respetada siempre cualesquiera que fueran los caprichos de los líderes políticos del país en el escenario mundial. Cuando apareció en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 junto a otro ícono, James Bond, el gesto pareció apropiado. Gracias a la magia del cine parecía que la reina había llegado en paracaídas al Estadio Olímpico.
En 2015 superó el reinado de su tatarabuela la reina Victoria, quien estuvo en el trono durante 63 años, siete meses y dos días, para convertirse en la monarca con el reinado más largo de la historia de Gran Bretaña. Siguió trabajando hasta entrada en su 10ma década de edad, aunque el príncipe Carlos y el hijo mayor de éste, el príncipe Guillermo, se hicieron cargo de algunas de las visitas, inauguraciones e investiduras que forman parte de los deberes reales.
La pérdida de Felipe a comienzos de 2021 fue un duro golpe para la reina, quien tristemente se sentó sola en su funeral en la Capilla del Castillo de Windsor bajo las medidas sanitarias implementadas por la pandemia de coronavirus.
Y los problemas de la familia no cesaron. Su hijo el príncipe Andrés se vio involucrado en la sórdida historia del abusador sexual y empresario estadounidense Jeffrey Epstein, del que había sido amigo. Andrés negó las acusaciones sobre que tuvo sexo con una mujer que afirmaba haber sido traficada por Epstein.
El nieto de la reina, el príncipe Enrique, se alejó de Gran Bretaña y de sus deberes reales después de casarse en 2018 con la actriz estadounidense Meghan Markle. Enrique afirmó en una entrevista que alguien en la familia, aunque no la reina, había sido poco amable con su esposa.
La reina gozó de una salud envidiable hasta bien entrada en sus 90 años, aunque se le pudo ver usando un bastón tras la muerte de Felipe. Unos meses después dijo a los invitados a una recepción “como pueden ver, no me puedo mover”. El palacio, que no compartió muchos detalles, dijo que la reina estaba experimentando “problemas de movilidad”.
Siguió teniendo reuniones virtuales con diplomáticos y políticos desde el Castillo de Windsor, pero sus apariciones públicas se hicieron cada vez más raras.
Mientras tanto, tomó medidas para prepararse para la transición. En febrero de este año, la reina anunció que quería que la esposa de Carlos, Camila, fuera conocida como “reina consorte” cuando “llegue el momento” de que su hijo sea rey. Esto retiró las dudas sobre el papel de la mujer que algunos culparon por la ruptura del matrimonio de Carlos con la princesa Diana en la década de 1990.
En mayo, hubo otro momento simbólico cuando la reina pidió a Carlos que la supliera y leyera su discurso en la ceremonia de apertura del Parlamento, uno de los deberes constitucionales más importantes de la monarca.
Siete décadas después de la Segunda Guerra Mundial, Isabel estaba nuevamente en el centro del ánimo nacional en medio de la incertidumbre por la pandemia de COVID-19, una enfermedad de la que ella misma se contagió en febrero de 2022.
En abril de 2020, durante el confinamiento implementado en el país y con el primer ministro Boris Johnson hospitalizado, la reina hizo una rara aparición en video instando a la gente a mantenerse unida.
Isabel invocó el espíritu de la Segunda Guerra Mundial, ese importante momento en su vida y en el del país, al parafrasear la popular canción de la época de la guerra “We’ll Meet Again” de Vera Lynn.
“Debemos reconfortarnos en el hecho de que a pesar de que podría haber más cosas que tengamos que soportar, llegarán mejores días. Estaremos nuevamente con nuestros amigos. Estaremos nuevamente con nuestras familias. Nos encontraremos de nuevo”, dijo.
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Los fallecidos periodistas de The Associated Press Gregory Katz y Robert Barr contribuyeron a este despacho.
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