En busca de su identidad; los antepasados de los kikapú no les enseñaron la lengua a sus hijos para que no fueran discriminados
MEXICO/EFE — Hermosillo (México), 16 oct (EFEUSA).- Centenares de artesanas indígenas del norteño estado mexicano de Sonora han mejorado sus condiciones de vida en los últimos años gracias a una ONG que les ha dado formación en este campo y herramientas para empoderarse y recuperar su identidad, otrora menospreciada.
Armida Cabrera tiene 53 años y llevaba décadas dedicándose al campo y al hogar hasta que entró en contacto con la Institución de Asistencia Privada (IAP) Lutisuc, con la que aprendió a confeccionar atrapasueños, muñecas y collares propios de su pueblo, los kikapú, ubicados en el norte de México y en regiones del sur de EE.UU.
“Mi calidad de vida ha mejorado mucho. Mis ingresos no son muchos, pero gracias a Dios ahí van, y ya no tenemos que estar en el campo. Gracias a las ventas de artesanía puedo comprar medicinas, o intercambiarlas por comida”, dijo a Efe Cabrera, madre de siete hijos, todos ellos agricultores.
Los kikapú provienen de Canadá y el noroeste de Estados Unidos, pero se asentaron en tierras mexicanas hace más de cien años al ser perseguidos por colonizadores, y se calcula que en Sonora apenas son un centenar.
Prácticamente han perdido su lengua, pues -recordó Cabrera kikapú “por derecho” a través de su marido- los antepasados no enseñaron el idioma a sus hijos por miedo a que fueran discriminados.
Creada en 1997, Lutisuc los ayuda a recuperar su identidad y a la vez integrarlos en la lógica comercial con programas de artesanía y la promoción de su trabajo.
“Buscamos que sean ellos mismos los gestores de su propio desarrollo y les apoyamos a proteger e impulsar su cultura a través de la artesanía”, explicó Inmaculada Puente, directora de esta asociación cultural conformada por mujeres.
Con maestría y delicadeza, se elaboran cojines bordados con dibujos de flora autóctona, muñecas con trajes regionales, cestería, collares elaborados con conchas o escamas de pez, atuendos rituales y otros tantos objetos hechos con elementos naturales y propios de su región.
En la tienda de la Cooperativa de Artesanos Indígenas de Sonora -que colabora con Lutisuc- y ubicada en el centro de Hermosillo, capital de Sonora, puede verse una buena representación de esta artesanía autóctona.
Cuenta con objetos de siete de los ocho pueblos de la región: de la zona sierra (kikapú, pimas y guarijíos), del desierto (seri y cucapá) y del valle (mayo y yaqui).
Algunos son de los más originales, pues buscan “resignificar” la artesanía indígena: “Elaboran el objeto de acuerdo a las tendencias actuales de manera que ese producto encuentre su mercado”, apuntó Puente.
Se trata de “cerrar el círculo” para que lleguen a estas comunidades, a menudo pobres y apartadas, los recursos económicos.
En otros casos solo se les apoya para que elaboren objetos que recuperen el arte de sus ancestros y los plasmen en ropa o figuras.
La entidad ha capacitado a cerca de 300 indígenas, casi siempre mujeres, y ha instalado talleres de artesanía en varias comunidades de este fronterizo estado que vive, en gran parte, del ganado, la minería y las fábricas que producen para EE.UU.
Lutisuc busca trabajar “en horizontal”, sin imposiciones a las comunidades beneficiadas, agregó Puente, una periodista y maestra en Historia del Arte que llegó a México desde España hace cuarenta años y es la impulsora del proyecto.
“Tratamos de empoderar a la mujer para que eleven su autoestima y su identidad. Ellas son las formadoras de familia”, aseveró.
Amelia Rábago, de la etnia mayo, es un ejemplo de ello. A sus 38 años es la coordinadora de 30 artesanos de su comunidad ubicadas en Masiaca, un pueblo de 1.500 habitantes.
Elabora atuendos de danzantes, máscaras de madera y bordados tradicionales y agradece a Lutisuc haber mejorado “el control de calidad” de su prendas.
“Hemos mejorado también los precios. Y nuestros productos llegan más lejos”, celebró esta mujer que, junto a su marido y en un buen mes, ganan alrededor de 8.000 pesos (unos 423 dólares), y tiene un solo hijo, que estudia Derecho.
Se trata de un ejercicio solidario en el que todos deben ganar.
Así, a través de la “economía solidaria” y un “mercado justo” se ha logrado que estas etnias -menos del 2 % de la población de Sonora- valoren sus orígenes.
“Las mujeres pimas iban antes con la cabeza gacha, y ahora se identifican con orgullo como artesanas” de este pueblo, aseguró la representante Lutisuc, que este año ganó el Premio Nacional Monte Piedad por la excelencia de su proyecto.
Cabrera confesó que quiere migrar a Estados Unidos, donde su esposo, un campesino retirado de 64 años, tiene derecho a pedir la residencia.
Las posibilidades de éxito son claras, “él dice que no se le ha perdido nada allá, pero a mí me gustaría irme allá a vender. Hace poco nos hicieron un pedido unos gringos de California y nos fue bien. Y así recuperamos también nuestras costumbres y la lengua”, remató esta orgullosa artesana.
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