El frágil sistema sanitario de México se queda sin espacio para los pacientes con coronavirus
La pandemia de coronavirus amenaza la frágil infraestructura de salud pública de México.
Esperaron durante horas en el exterior del hospital de Las Américas para saber algo de sus seres queridos.
Luego, el pequeño grupo se quedó sin paciencia y entró al lugar, furioso. Al descubrir cuerpos en camillas, amontonados en la sala de patología, acusaron al personal de asesinato. “Abrí la bolsa de mi hijo para confirmar que era él”, afirmó más tarde María Dolores Castillo a un entrevistador de televisión, describiendo cómo le había tocado la cabeza. “¡Mi hijo todavía estaba tibio!”.
La pandemia de coronavirus ha afectado a sofisticados sistemas de salud en Europa y Estados Unidos. Pero México está en otra categoría.
La frágil infraestructura médica del país parece estar en peligro a medida que los centros sanitarios se sobrecargan. El viernes, los disturbios en el hospital de Ecatepec, un suburbio áspero de la Ciudad de México, atrajeron una gran atención y se convirtieron en un potente símbolo de cómo el público está perdiendo la paciencia.
Después de que las autoridades enviaran a docenas de tropas de la Guardia Nacional y oficiales de la policía estatal con equipo antidisturbios para calmar la agitación, los funcionarios del hospital se comprometieron a mejorar la comunicación con las familias.
La capital y las áreas adyacentes en el estado de México, un área metropolitana con más de 22 millones de habitantes, representan el 44% de los 24.905 casos de coronavirus confirmados en el país y casi un tercio de las 2.271 muertes.
Debido a que se han realizado relativamente pocas pruebas, los funcionarios reconocen que los números reales son probablemente mucho más altos. Con estimaciones basadas en modelos, las autoridades sanitarias mexicanas esperan que los casos alcancen su punto máximo en estos días.
Los profesionales médicos, que se quejaron públicamente durante semanas por la escasez de máscaras y otras necesidades, han expresado una creciente alarma.
“La situación en los hospitales de la Ciudad de México es crítica, básicamente puedo decirles que estamos en guerra”, afirmó días atrás la Dra. Magdalena Madero, jefa de atención renal del Instituto Nacional de Cardiología, a la Radio W de México. Ante la falta de respiradores, los médicos abrumados enfrentan decisiones “drásticas” sobre a quién salvar, explicó.
“A aquellos pacientes que tienen pocas posibilidades de mejorar podemos ofrecerles tratamientos paliativos, básicamente una sedación compasiva”, comentó Madero. “Hay una frustración brutal entre nuestro personal de salud”.
Tales advertencias terribles contrastan fuertemente con las garantías oficiales, especialmente las proferidas por el presidente, Andrés Manuel López Obrador. “No tenemos problemas con las camas de hospital”, afirmó el mandatario ante los periodistas la semana pasada. “Afortunadamente, hasta ahora tenemos la posibilidad de atender a los enfermos”. El presidente culpó a los opositores conservadores por difundir “noticias falsas” de algunos a quienes se les niega la atención sanitaria.
Sin embargo, en el área de la Ciudad de México, al menos 22 hospitales designados como sitios de tratamiento de coronavirus, el 40% del total, se habían quedado sin camas este lunes, según un sitio web oficial de la ciudad.
En el exterior del Centro Médico Nacional 20 de Noviembre, en el vecindario de Valle Sur, un letrero declaraba: “Por el momento hemos excedido nuestra capacidad para atender a pacientes con coronavirus COVID-19; no tenemos más camas disponibles. Apreciamos su comprensión”.
La alcaldesa de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, detalló la semana pasada que el 68% de las camas de hospital de la Ciudad de México para casos de coronavirus estaban ocupadas. El lunes, agregó que el 60% de las 1.700 camas en el área metropolitana equipadas con respiradores estaban en uso.
Las autoridades se apresuraron en transformar otras instalaciones -incluidos un edificio bancario, un hipódromo y hospitales militares- en centros de tratamiento.
El lunes, el gobierno informó que el antiguo complejo presidencial de Los Pinos se convertiría en un albergue para trabajadores médicos abrumados.
Las personas con síntomas pueden llamar al 911 o enviar un mensaje de texto a una línea directa. Aquellos a quienes se considere que necesitan hospitalización son derivados a instalaciones que todavía tienen camas disponibles. Se envían ambulancias sólo en casos de emergencia.
Para recibir atención, la mayoría de los mexicanos confía en los hospitales públicos del país, muy descuidados durante mucho tiempo, especialmente en la vasta red administrada por el Instituto Mexicano del Seguro Social, una burocracia pesada que se jacta de ser el servicio de salud pública más grande de América Latina.
Una broma común aquí es que el acrónimo de la entidad, IMSS, significa en realidad ‘su salud no vale nada’.
“Durante mucho tiempo, México se ha situado en la parte inferior en términos de desarrollo del sector de la salud”, declaró recientemente a los periodistas el Dr. Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud, que encabeza la respuesta del país al coronavirus.
Además, la población mexicana presenta tasas elevadas de diabetes, hipertensión y obesidad, factores que pueden aumentar la vulnerabilidad a COVID-19.
A medida que las camas de hospital disponibles disminuyen, algunas personas se han visto obligadas a viajar grandes distancias para buscar atención. “Escuchamos que no aceptaban más pacientes en el hospital cerca de donde vivimos, así que decidimos traer a nuestro hermano aquí”, afirmó Blanca Díaz, de 30 años.
Ella y sus dos hermanas estaban entre grupos de familiares de pacientes que esperaban recibir noticias una mañana reciente, frente al Hospital General Dr. Eduardo Liceaga -con capacidad de 1.200 camas-, en el centro de la Ciudad de México.
Las visitas familiares a pacientes con coronavirus están prohibidas por temor a la infección. Mientras los médicos y enfermeros están asediados y a menudo demasiado ocupados para dar actualizaciones a los parientes de los internados, esa tarea a menudo recae en los guardias.
Las Díaz habían llevado allí a su hermano de 43 años de edad, Julio César Díaz, un hombre diabético que tenía problemas para respirar, desde Iztapalapa, un distrito colmado en el lado este de la ciudad que se ha convertido en un punto candente de coronavirus.
Los residentes allí viven en lugares cerrados, y muchos no han tenido más remedio que seguir trabajando a pesar de las órdenes de cierre. “¡Cuidado! Está entrando en una zona de alto contagio”, rezan pancartas amarillas que los funcionarios colocaron en Iztapalapa y otros recintos de alto riesgo.
Julio Díaz murió el día después de su hospitalización. Los médicos le dijeron a la familia que el deceso se debió a complicaciones por coronavirus.
Antes de fallecer, había logrado enviar un video mensaje a su esposa: “Te amo, gordita”, le dijo, usando un término común de cariño.
A pesar de las objeciones del personal del hospital, la familia exigió que un familiar viera el cuerpo. Han circulado en las redes sociales rumores de ciertos centros médicos que confunden o identifican erróneamente los restos. “Queríamos estar seguros de que era mi hermano”, remarcó Blanca Díaz.
A un cuñado se le permitió ingresar al hospital para ver los restos, y familiares y amigos contribuyeron a pagar la tarifa de la funeraria, de más de $1.000, elevada debido a los procedimientos especiales de saneamiento. Los servicios con ataúd abierto están prohibidos. “Mi hermano fue al hospital; murió de repente y ni siquiera pudimos verlo, abrazarlo, decirle adiós…”, expresó su hermana. “Ahora tenemos una tristeza muy profunda”.
Sánchez es corresponsal especial.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
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