‘Papa, hermano, ya eres mexicano’, el grito en las calles de la Ciudad de México
Francisco llegó esta tarde y pudo sentir la necesidad del pueblo de México de que alguien lo escuche, de que alguien le diga que no todo está mal, que hay esperanza y futuro.
Los mexicanos lo recibieron primero en el hangar presidencial con luces, cantos, regalos y un presidente Enrique Pena Nieto y su esposa Angélica Rivera, orgullosos de la devoción mostrada por el público.
Cuando el Papa bajó a las 7:30 en punto, del avión de Alitalia que lo trajo del Vaticano, luego de una escala en Cuba, los asistentes dieron rienda suelta a su alegría.
No era para menos. Estaban culminando meses de preparación y un largo día de trámites. Cada una de las personas que participaron en el acto de bienvenida, estaba registradas por el Estado Mayor Presidencial y tuvieron que llegar al sitio con por lo menos siete horas de anticipación.
Pero al final todo valió la pena. En el hangar la ceremonia de 30 minutos se llevó a cabo con plena armonía, luces y admiración.
En las calles las vallas humanas cubrieron el recorrido completo de 22 kilómetros hasta la Nunciatura Católica donde el Pontífice pasaría la noche.
Por lo menos 150,000 personas se registraron como voluntarias para participar en cada uno de los recorridos del Papa. Todavía en la mañana del viernes, las estaciones de radio informaban que faltaban 8,000 voluntarios más, e instaban al publico “a ver al Santo Padre” desde primera fila.
La visita, aunque muy esperada, agravó un poco más los graves problemas de congestionamiento vial que aquejan a la capital mexicana. Por todos los sitios por donde pasaría la caravana de Francisco, se formaron grandes cuellos de botella. Numerosas estaciones del Metro dejaron de prestar servicio y los pasajeros tuvieron que arreglárselas para llegar hasta sus destinos.
En plena algarabía, los capitalinos al final se olvidaron por un momento de los graves problemas que aquejan a este país.
Se olvidaron por un momento la devaluación de la moneda que ya alcanza niveles históricos de 19 pesos por un dólar; se olvidaron de la inseguridad que afectan todo el territorio mexicano; del asesinato, unos días antes, de la periodista Anabel Flores Salazar en el estado de Veracruz, donde en menos de 6 años han sido asesinados 19 comunicadores, sin que nadie investigue; se olvidaron también de los disturbios en la cárcel de Topo Chico, que dejaron al menos 49 muertos; del desempleo, de la contaminación ambiental y por supuestos de la impunidad y corrupción que afectan los altos círculos de gobierno.
“Francisco, hermano, ya eres mexicano, Francisco, hermano, ya eres mexicano”, le decían una y otra vez, mientras Francisco, con su calidez habitual sonreía. En numerosos puntos de la ciudad, las autoridades colocaron pantallas gigantes para ver el recorrido del Papa.
Entre los cantos, mantas de bienvenida y muestras de devoción, no todo era olvido y conformidad. Muy a pesar de las autoridades ahí estaban los padres de familia de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, que con su campamento en pleno Paseo de la Reforma, intentaban llamar la atención del papa, y pedirle que no se reuniera con el presidente y otros funcionarios de gobierno, por considerar que ellos son los responsables de la desaparición de sus compañeros.
Los preparativos en la Basílica
Al norte de la ciudad, un gigantesco despliegue de trabajadores del gobierno capitalino colocaba barreras de metales en un radio de más de 20 cuadras a la redonda de la Basílica de Guadalupe, donde el Papa llegará el sábado por la tarde para una gran celebración ante la Virgen de Guadalupe.
Por la tarde del viernes nadie podía entrar ni acercarse al recinto al que todos los años llegan en peregrinación mexicanos de todos los rincones.
Los trabajadores unían las barreras y miembros vestidos de civil del Estado Mayor Presidencial observaban detenidamente a cada uno de las personas. No se les escapaba detalle alguno.
En las calles de los alrededores los habituales “teporochos” (alcohólicos indigentes), eran retirados de las calles. Los policías no se anduvieron con miramientos, Les gritaban “fuera de aquí, necesitamos que las calles se vean bonitas”.
Los teporochos se marchaban y se instalaban con sus cobijas y sus botellas unas cuadras más allá, bajo la mirada cansada de los guardias de seguridad asignados a los cinco puntos de control que habrá durante el sábado, y por el que entrarán las más de 40,000 personas que tendrán acceso a la Basílica, gracias a que obtuvieron un boleto.
Pero la Basílica es del pueblo, a pesar de que las autoridades quisieran tenerla cerrada. Tan pronto como fue cayendo el sol, pequeños grupos fueron llegando hasta las barreras. Son los peregrinos que vienen de todo el país. La mayoría no va a poder entrar, pero ahí dormirán con la esperanza de ver al Papa, por lo menos unos segundos en su trayecto a la Basílica.