El paso del Papa fue como un suspiro, pero valió la pena, dicen los feligreses
Fue como un suspiro. Con las horas de espera el calor se fue adentrando en la piel. Y las porras estaban ya de capa caída. Pero las noticias en la calzada de Guadalupe corren rápido y de boca en boca. “Ya salió, está pasando por la Latino. En cualquier momento llega”.
Entonces es como si una nueva fuerza se hubiera apoderado de la multitud, que renovó sus cantos, sus porras. Los jóvenes empezaron a alistar sus cámaras, todos querían un recuerdo.
Los vendedores vieron que la posibilidad de vender su mercancía disminuía con la llegada de Francisco, entonces empezaron a bajar los precios. Llaveros, vasos, banderines, lápices, listones, pañoletas y cualquier otro recuerdo que pueda imaginar, estuvo a la venta en ese momento.
Ya ni a la policía ni a nadie le interesaba evitar que los vendedores ambulantes sacaran su mercancía.
La vista se concentró hacia el sur. Primero paso una caravana de camionetas a toda velocidad con dirección hacia la Basílica. Un helicóptero surcó el aire y la certeza de que el Papa Francisco estaba a punto de pasar fue clara.
Minutos después se vio la caravana. Primero tres vehículos, y detrás de ellos, Francisco saludaba en una dirección y en otra. La gente soltó los globos blancos y amarillos que había comprado momentos antes. Y la gente agitó también sus manos.
Fue como un suspiro, dijo Mariela Pérez Gutiérrez, quien llegó junto a sus amigas, desde los estados de Hidalgo y San Luis Potosí. “Fue hermoso, la sonrisa y la paz que emana de él, es suficiente para hacerme sentir feliz”, dijo Pérez, quien horas antes, también había participado en el acto masivo del Zócalo.
Después de los cantos, de la solidaridad, del gusto de ver al Papa, la gente empezó a pedirle a gritos a los policías que abrieran los pasos para cruzar de un lado a otro de la calzada, la cual permanecía cerrada desde hacía seis horas.
“Poli, necesito ir a mi casa, mi hijo esta solo”, “¿Hasta cuándo van a abrir?”
Los policías no respondían y la gente empezó a perder la paciencia. “Poli, acuérdate que están en Peralvillo (Un barrio bravo de la Ciudad de México).
Y de las palabras, pasaron a los hechos. Empezaron a derribar las vallas, a pesar de la amenaza de los policías de llamar a los granaderos.
“Ustedes son los que causan el desorden, nosotros sólo queremos ir a la casa, ya vimos al Papa, ahora queremos ir a la casa, ¿qué tiene de malo eso?