La dura postura de Trump ante la inmigración podría afectar al partido republicano por varias generaciones
El apasionado regreso de Donald Trump, la semana pasada, a su dura posición acerca de la inmigración luce cada vez más como un desastre político para el candidato republicano y para su partido.
Su acalorado discurso en Arizona, en el cual prometió deportar no sólo a los delincuentes extranjeros sino a otros inmigrantes que viven en este país sin autorización legal, llevó a la renuncia de al menos tres miembros de su Consejo Asesor Hispano. También se convirtió, de inmediato, en forraje para las iniciativas demócratas que buscan movilizar a millones de votantes latinos en estados como Florida y Nevada. Y, probablemente, no convenció a los muchos votantes indecisos de que Trump sea una fuerza unificadora en un país profundamente dividido.
Ganarse el voto de los moderados indecisos puede no haber sido el objetivo central de Trump. En cambio, su exjefe de campaña, Corey Lewandowski, afirmó en CNN que su discurso se dirigió principalmente a los “hombres blancos”, para asegurarse el total apoyo de esa facción.
Para nos republicanos que no son afectos a Trump, allí reside precisamente el problema: su nominado está enfocado en los votantes que ya tiene consigo. “Predicar para los conversos está bien, cuando llevas las de ganar”, afirmó el encuestador republicano Whit Ayres. “Si eres segundo, no es lo que hay que hacer”.
Ayres, quien trabajó para el senador de Florida Marco Rubio en las primarias, nunca fue admirador de Trump pero ha pasado años estudiando datos demográficos de los electores, y está convencido de que el candidato está llevando a su partido hacia la calamidad. “Después de alienar a tantos votantes no blancos, Trump necesita ganar el 65% de los votos blancos”, estimó el especialista. “Solo un candidato ha logrado eso en los últimos 50 años, y fue Ronald Reagan, con un triunfo aplastante en 49 estados, en 1984. Eso no ocurrirá ahora”.
Las apuestas incluso superan el resultado de las elecciones de este año. La campaña de Trump podría moldear el comportamiento de los votantes latinos para una generación venidera.
Los latinos siempre han tenido tendencia demócrata. En 2004, el por entonces presidente George W. Bush ganó aproximadamente el 40% del voto latino; en 2012, Mitt Romney obtuvo cerca del 27%. Este año, según un sondeo publicado la semana pasada, Trump va en camino de ganar no más del 20%, lo cual generaría una nueva mínima moderna.
En el largo plazo, Ayres y otros estrategas republicanos se sienten preocupados y consideran que la lealtad demócrata de los latinos podría convertirse en un hábito difícil de quebrar. “Estamos en un agujero”, afirmó Ayres. “Podemos salir de él si creamos una ‘marca republicana’ que se diferencie de la ‘marca Trump’. Pero, en este momento, el candidato está haciendo ese hoyo cada vez más profundo”.
Pero en su discurso de la semana pasada, Trump aseguró que deportaría a los inmigrantes indocumentados, aunque no hayan sido acusados de ningún delito. El candidato pidió nuevas restricciones a la inmigración ilegal, que definió como ‘muy alta’, y argumentó que la calidad de los recientes inmigrantes admitidos legalmente -a menudo a consecuencia de los lazos familiares- es demasiado pobre. “Recibimos a cualquiera”, se quejó.
Aquellos partidarios de Trump que sostienen que el candidato hace una distinción clara entre los inmigrantes legales e indocumentados no han prestado suficiente atención. Los patrocinadores de esas ‘reunificaciones familiares’ -a menudo de padres o hermanos- son ciudadanos que tienen derecho a votar. No son solo latinos; son asiáticos, africanos y europeos. La queja de Trump de que los parientes de las reunificaciones no son ‘lo suficientemente elegantes o preparados’ no le hará ganar una gran cantidad de amigos.
Hay un debate legítimo, desde luego, acerca de si la inmigración legal se ha inclinado demasiado hacia la dirección de la reunificación familiar, a expensas de plazas para profesionales altamente calificados. Y también un debate legítimo acerca de cuál es la mejor forma de manejar a más de 10 millones de inmigrantes que están aquí indocumentados y han cometido delitos graves.
Algunos podrían objetar: Trump no ha demonizado a los latinos en general; ha alabado a los mexicanos y a los estadounidenses, los ha llamado “un gran pueblo”. Y tampoco ha atacado a los inmigrantes en general; se ha enfocado en los extranjeros que delinquen, quienes -según él- “tienen el permiso de vagar libremente por nuestras calles y de hacer lo que quieran”.
Pero el problema del candidato -y de los republicanos- no es la política, sino que Trump enmarca la inmigración como una crisis que ha permitido que millones de extranjeros no blancos vaguen por nuestras calles, cometan delitos espantosos y roben puestos de trabajo de los estadounidenses. El retrato es incorrecto y exacerba el racismo.
Varias veces en los últimos meses, Paul D. Ryan (R-Wis.), presidente de la Cámara de Representantes, ha expresado sus preocupaciones acerca del crecimiento de las “políticas de identidad” dentro de su propio partido; es decir, de las alianzas políticas definidas por la raza o el origen étnico. “Si tratamos de hacer nuestra propia versión de la política de identidad y nos alimentamos de nuestras emociones más oscuras, eso no será productivo”, le dijo al New York Times. “No creo que sea un éxito y no creo que sea correcto. Pero, desafortunadamente, en estos días esto es lo que ocurre en la derecha”, afirmó ante los reporteros durante la Convención Nacional Republicana.
Así Trump gane o pierda, Ryan y el resto de su partido tienen un duro trabajo por delante.
Traducción: Valeria Agis
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