Asuntos de Los Ángeles: ¿Es posible tener dos almas gemelas? Espero que sí
LOS ANGELES TIMES — Iba a ver a mi novio, Luis, que tocaba en el Whisky a Go Go, de Hollywood. Conducía por el Valle con nuestro amigo Michael -a quien conozco desde que nuestras hijas estaban en preescolar juntas- y a un amigo suyo, a quien yo acababa de conocer esa noche.
Mientras nos dirigíamos hacia el lugar y nos estacionábamos, por Sunset, Michael se volvió a su amigo y le dijo, con una amplia sonrisa: “Espera a verlos juntos. Melissa y Luis son almas gemelas”. De inmediato me llamó la atención su comentario. Luis y yo, ¿almas gemelas? Entonces, ¿qué habíamos sido con mi esposo?
Joel y yo habíamos estado juntos por 20 años. Construimos una vida juntos, avanzamos en nuestras carreras, tuvimos una hija, edificamos un hogar. Cuando cumplió 45 años, él fue diagnosticado con esclerosis múltiple y murió un lustro después. Eso fue hace tres años.
Casi como si me hubiera leído la mente, vi un destello en el rostro de Michael, quien de inmediato se corrigió: “Quiero decir, si es posible tener un alma gemela, dadas las circunstancias”.
Luis y Joel se conocían entre sí. Luis era el profesor de guitarra de nuestra hija, y Joel era quien a menudo la llevaba a sus lecciones. Joel estaba en el negocio de la música, por lo tanto ambos conversaban mucho. Cuando vi a Luis por primera vez, sentí que ya nos conocíamos desde antes. Me gustó esa energía y pensé que era atractivo; llamé a la amiga que nos lo había recomendado y le dije: “¡Nadie me explicó que el profesor de guitarra era tan guapo!”. Ella se rió y me dijo: “Oh, debes ponerte en fila. Todas estamos enamoradas de él”. Si Joel estuviera aquí, ése hubiera sido el final de la historia.
Unos meses después de la muerte de Joel, hallé unos equipos de música en el garaje; cosas que ni siquiera sabía que teníamos: guitarras, pedales, amplificadores. No tenía idea de qué hacer con todo eso. Me encontré con Luis en Studio City una noche y, como todo el mundo en ese momento, me ofreció sus condolencias. “Mira, si hay algo con lo que pueda ayudar, por favor no dudes en preguntar”, me dijo. Por lo tanto, mencioné los equipos. Luis vino a casa y, en el transcurso de unas pocas semanas, me ayudó a vender casi todo.
En esa época yo estaba en pleno duelo y debía, además, ocuparme de todas las cosas que habían quedado. Doné la ropa, vendí y regalé discos y una mesa de ping pong… No había pensado jamás en tener un romance. Hasta que, un día, Luis necesitaba que yo autorizara la venta de la última guitarra. Fui con él a Ventura Music, en el bulevar, y luego nos fuimos a comer algo por allí. A mitad de mis enchiladas de queso comencé a sentir que quizás, tal vez, de algún modo, eso no era sólo un almuerzo sino una posible ¿cita?. De haber estado segura, probablemente hubiera pedido una ensalada (o al menos me hubiera lavado el cabello, o puesto ropa limpia… Esas tareas son meramente conceptos en los primeros meses de viudez).
Había una cierta comodidad entre nosotros; él realmente me escuchaba cuando yo hablaba. Nos conectábamos, ambos, como padres solteros, pese a las muy distintas circunstancias… y él se sentía feliz de hablar acerca de Joel. Me resultó reconfortante.
En las semanas siguientes, con todos los equipos de música ya vendidos, comencé a echarlo de menos… Hasta que me dejó un mensaje de voz en el contestador. Me sentí, a la vez, nerviosa y entusiasmada. Sin pensarlo demasiado -algo que para mí es difícil- armamos una salida (hasta me lavé el cabello), y luego otra cita, y otra. Eso fue hace dos años.
Creo que ambos estamos sorprendidos de que algo que podría haber sido una simple aventura se convirtiera en una relación real. No obstante, ¿somos almas gemelas?
Cuando la gente es joven y comienza a sumergirse en las aguas de la adultez, hay mucho en juego con cada pareja romántica: ¿Es alguien con quien podría casarme? ¿Con quien podría tener hijos? ¿Quiero envejecer con esta persona?
Pero el amor se siente diferente ahora, en la ‘mediana edad’. Es más tranquilo; más fácil, menos dramático.
Esto sí es cierto: Luis y yo tenemos una gran conexión. Disfrutamos de la compañía del otro. Nos reímos y disfrutamos de viajar juntos. Nuestros hijos incluso aprueban la relación (lo cual, cuando se tiene adolescentes, es una cosa difícil). Ambos estamos de acuerdo que mencionar al otro como “mi novio” o “mi novia” resulta insignificante, considerando la profundidad de nuestros sentimientos mutuos. De todas formas, no hemos encontrado otro término mejor. Quizás esa noche Michael sí halló uno.
La autora es guionista y ha escrito para Huffington Post, BuzzFeed y Modern Loss. Su sitio web es MelissaGould.net.
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