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Norman Manea, entre el pragmatismo y lo absurdo en una charla con jóvenes

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El escritor rumano Norman Manea, premio FIL en Lenguas Romances 2016, tomó a los 18 años la decisión de ser pragmático y de convertirse en ingeniero en hidrotecnia, y no fue hasta años después cuando se volcó en la escritura por su necesidad de “salir del caos de la vida diaria”.

Así se lo contó a los estudiantes que participaron en uno de los encuentros “Mil jóvenes con...” celebrados en la mexicana Feria internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, un evento que fue enfrentado por Manea como algo “terapéutico”.

“En una o dos horas estaré más joven, y voy a invitar a algunos de ustedes a bailar. ¿Están listos? Es mucho mejor bailar y cantar que escuchar estas conversaciones de hombres viejos”, apuntó el escritor (Bucovina, Rumanía, 1936) en su primera intervención.

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Dado que al comienzo los jóvenes no se mostraban muy propensos a participar, el pie lo dio el moderador, Jerónimo Pizarro, quien dio inicio a la conversación preguntando al escritor por qué es seguidor de Franz Kafka.

Kafka, razonó Manea, “estaba buscando lo absurdo de la vida, que siempre es visible incluso para gente que no tiene tiempo para descubrirlo”.

La búsqueda que Kafka (1883-1924) hizo del absurdo hizo que él, por el contexto en que vivió -estuvo preso en un campo de concentración de niño- se convirtiera en fan de su literatura, porque, según manifestó, “soy el resultado y el producto de aquella época, que cambió mi sensibilidad, mis aspiraciones y mi manera de pensar”, narró.

Las preguntas comenzaron a llegar, y con ellas la curiosidad por saber qué llevó al escritor a la literatura y cuántas cosas de su vida real ha plasmado a sus páginas.

“Fue una necesidad para salir del caos de la vida diaria, de los peligros que representa”, y así llegar a un momento que le llevara a “pensar y descubrir qué es la vida que tenemos frente a nosotros”, afirmó el autor.

Y eso que, en su juventud, tomó el camino de la ingeniería, esquivando sus sueños de convertirse en escritor.

Tomó esa decisión porque, dado que vivía en un Estado totalitario, consideró que “tener una profesión práctica podría en un momento dado protegerme de la presión de las políticas aplicadas por el Gobierno y la policía”.

El responsable de obras como “El sobre negro” (1986) detalló a los jóvenes que, en el proceso de escritura, escoge protagonistas que son y a la vez no son él, porque la historia inicial cambia cuando se pone sobre papel.

Es la diferencia entre escribir un reportaje y escribir narrativa: en el primer caso hay que plasmar “lo que viste”, y en la narrativa “pones tu sensibilidad, imaginación, y la historia cambia, no es exactamente lo que pasó”.

Así que, cuando en el siguiente turno le interrogaron sobre la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Manea preguntó a la participante si quería que le contestara de manera “de reportaje o narrativa”.

Como la joven se decantó por el reportaje, el escritor respondió sin valoraciones personales: “Ninguno de nosotros, ni los periodistas, estaban preparados para saber qué ocurriría; estaba más allá de nuestra imaginación y de la información que teníamos”.

Los nervios entre el público se dispararon cuando el moderador avisó que únicamente quedaban cinco minutos para terminara el evento.

Algunos de los asistentes que esperaban su turno de palabra se levantaron de sus sillas para que su pregunta fuera seleccionada, y el propio Manea acabó escogiendo a una de las participantes para calmar el bullicio. La joven le preguntó al escritor cuál ha sido la etapa más feliz de su vida.

“Es algo que está en mi interior, y debo ser discreto. ¿Abro mi corazón a ochocientas personas?”, preguntó Manea, a lo que el público contestó con un unánime “¡Sí!”.

El rumano no desveló ningún pasaje conmovedor, sino que aseguró que “incluso en las situaciones más oscuras hubo momentos de felicidad, de tibieza”.

“Toda nuestra vida está hecha de lo bueno y de lo malo. No podemos estar separando lo bueno de lo malo, debemos continuar con nuestras vidas”, abundó.

La advertencia del moderador se cumplió: los cinco minutos habían pasado y era el momento de desalojar el salón para que pudiera comenzar el siguiente evento de la programación.

De nada sirvió que todavía se alzaran, insistentes, una decena de manos, liberadas de la timidez que las frenaba media hora antes.

“¿Ahora ven lo que significa el absurdo? Esto es absurdo”, lanzó como broma final el escritor.

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