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El muro es posible, excepto aquí, donde corre el río

Robert Cameron pasa por la parte sur del río en Progreso Lakes.

Robert Cameron pasa por la parte sur del río en Progreso Lakes.

(Carolyn Cole / Los Angeles Times)
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Residentes y agentes de la Patrulla Fronteriza discuten el estado de la frontera y la perspectiva ante el muro que impulsa el presidente Trump.

Robert Cameron condujo su camioneta hacia la frontera entre Texas y México, atravesando campos de algodón y de cañas de azúcar, hasta una cerca de 20 pies de altura construida con metal y concreto, y pasó a través de un hueco en la barrera, ancho como el tamaño de un tractor.

Debido a las exigencias de los tratados internacionales y las zonas de inundación, la valla está apartada del sinuoso Río Grande y, como divide algunas propiedades de los Estados Unidos, tiene brechas que los residentes de Texas emplean para atravesar sus propias tierras. Los contrabandistas, claro, también las usan.

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“Los delincuentes podrían cruzar las cañas de azúcar, ¿pero quién está aquí para detenerlos?”, se preguntó Cameron, quien votó por el presidente Trump y apoya su propuesta del muro en la frontera, aunque sabe que su construcción en esta zona será difícil. “¿Cómo construyes un muro que es impenetrable y aún así le permites a los agricultores y propietarios el acceso a sus tierras?”, consideró. “Es factible, sólo hay que superar los obstáculos”.

Si bien Trump emitió una orden ejecutiva para iniciar la construcción de la pared, en ninguna otra zona los desafíos son más obvios que aquí, el Valle del Río Grande, el punto cero para el flujo de inmigrantes y drogas hacia el norte. Las dificultades de construir cerca de un canal -y las opiniones encontradas sobre el muro- están claramente a la vista en esta zona, en el extremo sur de Texas.

Cameron, de 39 años, dirige Texas Border Tour, un negocio que atiende a amantes de actividades al aire libre en Progreso Lakes, cerca de 40 millas al oeste de Brownsville. Mientras señala las cámaras de la Patrulla Fronteriza y las torres de observación, cuenta que ha filmado a contrabandistas ingresar por las aguas poco profundas del lugar para transportar los bultos al lado estadounidense. También ha visto a inmigrantes huir de casas, pisotear cercas, asustar a sus caballos… Una vez acosaron el coche de su hermana, a quien confundieron con el vehículo de un contrabandista.

Casi la mitad de los migrantes atrapados en la frontera sur el pasado año fiscal -cerca de 187,000- fueron capturados en el Valle del Río Grande, según Aduanas y Protección Fronteriza. Un tercio de la cocaína recuperada en la frontera sur fue hallada aquí.

Cerca de una tercera parte de toda la frontera está vallada, aproximadamente 700 millas. Pero sólo el 17% (55 millas) de la zona limítrofe en el valle está cercada, tal como informó un vocero de la Patrulla Fronteriza. Una buena porción de esa valla se construyó durante la presidencia de Barack Obama como parte de la Ley de Cerca Segura, de 2006, que algunos residentes y grupos ecologistas intentaron bloquear, sin éxito.

Dicha valla debía cumplir los requisitos de un tratado de 1970, administrado por la Comisión Internacional de Límites y Aguas -una agencia mixta estadounidense-mexicana-, que requiere que las estructuras construidas a lo largo del Río Grande no puedan interrumpir su flujo. El resultado: algunas propiedades estadounidenses se ubican al sur de la cerca, pero al norte del Río Grande.

Muchos lugareños se han opuesto a la cerca no sólo por motivos políticos (la frontera es en gran parte demócrata y latina), sino porque las barreras dividen sus tierras y temen que posiblemente afecten el suministro de agua y la vida silvestre de la zona.

En el este en Brownsville, cerca de donde el valle se encuentra con el Golfo de México, el gobierno federal se apoderó de tierras en 2009 para erigir la empalizada en la emblemática vivienda de Eloísa Támez, una concesión de tierras españolas de 1767. Támez, de 81 años, una profesora de enfermería de la Universidad de Texas del Valle de Río Grande, presentó una demanda federal para detener la construcción. En última instancia, el gobierno tomó parte de su propiedad y le pagó $56,000 como indemnización. Aunque se le proporcionó un código para abrir la puerta de la cerca, Támez insistió: “Me negaron acceso a la porción sur de mi tierra”.

Si bien la mujer desea que el área sea segura, también se queja de no haber sido consultada antes de la construcción de la valla -“una monstruosidad”-, y apunta que éste no se extendió a los negocios y desarrollos ricos de la zona. Además, le preocupa ahora qué más podría demandar el gobierno federal de ella y otros propietarios de clase media, para la construcción del nuevo muro. “No hay mucha confianza por aquí”, explica.

Pamela Taylor, de 88 años, otra residente de larga data de Brownsville, vive cerca de otra brecha en el vallado. Taylor votó por Trump, pero también construyó un cartel para su calle que dice: “Somos parte de los EE.UU., necesitamos representación y protección; no un muro”.

Allí mismo, donde ubicó el letrero, la semana pasada Taylor saludó con su mano a un agente de la Patrulla Fronteriza que pasaba por el lugar. Ella y sus vecinos viven del lado sur de la valla, y si bien hay un pasaje en ésta y un camino de dos carriles, todos se sienten un poco alejados del resto de la zona. Una nueva pared podría aislarlos aún más, y no habría suficientes agentes para patrullarla, teme Taylor. “Deberían contratar más gente para la Patrulla Fronteriza, muchos más”, afirma. “Se pueden tener todas las cerraduras del mundo, pero si alguien quiere entrar, hallará la forma de hacerlo”.

Todavía no queda claro dónde se construirán nuevos tramos del muro fronterizo. Hallar espacio puede ser un reto en el Valle del Río Grande, donde el río serpentea junto a los hogares, a través de refugios de vida silvestre y parques.

El Parque Anzalduas, en la ciudad de Mission, se ha convertido en un lugar popular para los cruces ilegales en los últimos años. No hay vallado en el sitio.

La semana pasada, agentes de policía y de la Patrulla Fronteriza capturaron a más de 160 inmigrantes, en su mayoría centroamericanos, mientras subían a las orillas del parque, después de haber cruzado ilegalmente el río en balsas. Entre ellos se encontraba la salvadoreña Silvia Segovia, de 36 años de edad, quien emergió de la maleza a la orilla del río junto con su hijo José, de 12 años.

Ambos tenían la esperanza de unirse a su cuñada, en Los Ángeles, y salir de la violencia de pandillas en El Salvador, donde su hermano, de 30 años, fue secuestrado y asesinado el año pasado. Así, decidieron arriesgarse y emprender el viaje porque temían que la administración de Trump hiciera que el cruce fuera aún más difícil. “Esto es muy malo para nosotros, los inmigrantes”, afirmó respecto del muro.

Sin embargo, no está claro si la pared podría, en efecto, construirse aquí. “El río tiene vida propia. Ante las inclemencias del tiempo, la zona se inunda; ya ha ocurrido. No hay forma posible de poner una pared en el río”, aseguró el jefe de policía del condado de Hidalgo, sargento Dan Broyles.

Chris Cabrera, vicepresidente de la sede del Valle de Río Grande del Consejo Nacional de Patrulla Fronteriza, el sindicato que representa a los agentes, sostuvo que cerrar las brechas y extender la pared sólo funcionaría si se envían suficientes agentes para supervisar. Trump piensa agregar 5,000 guardias a los cerca de 20,000 ya desplegados a nivel nacional, 17,000 de ellos en la frontera sur. “Puedes construir un muro tan largo como quieras, pero si no tienes personal para monitorearlo, la gente seguirá cruzando”, remarcó Cabrera.

Cerca de 55 millas al oeste cerca del borde del valle, en Roma, no hay cerca alguna para detener a los emigrantes que a menudo cruzan por la orilla del río, a través de los patios de la zona hasta una iglesia y la tienda Dollar General. El pueblo tiene unos 10,000 habitantes y está ubicado junto al río; los residentes se preguntan dónde podrían construir un muro allí.

“No hay suficiente espacio desde aquí hasta el río”, aseguró Oziel Loera, de 27 años, de pie, vestido con el uniforme de la farmacia donde trabaja y un par de botas de vaquero, desde en el frente de su hogar, ubicado frente al río. El gobierno podría construir un muro, “¿pero, desde dónde hasta dónde?”, se preguntó Loera, mientras un grupo de agentes fronterizos cruzaban la zona a pie. Para él, quizás sea cierto que se necesita un muro, pero los residentes no deben ser desplazados de la zona para darle lugar a éste.

En la orilla del río, los agentes de la Patrulla Fronteriza descubren a un contrabandista en un bote amarillo de goma, con tres personas a bordo, una mujer y dos hombres. Al timón, un hombre sin camisa rema frenéticamente contra la corriente, acercándose al lado estadounidense, donde la balsa puede ser ocultada rápidamente entre las gruesas cañas.

En el banco de los EE.UU. el agente fronterizo Isaac Villegas silba. Eso llama la atención del remero, que rápidamente se retira al lado mexicano. Mientras Villegas observa al trío regresar a tierra, un hombre con abrigo oscuro los ataca -presuntamente otro contrabandista-, gritando con ira a los agentes, en un español apenas audible. Villegas sonríe. “Los disuadimos”, dice el agente mientras escala el banco. “Hicimos nuestro trabajo del día”.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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