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Las remotas islas Feroe, donde los hombres buscan esposas de países muy lejanos

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En las islas Feroe hay una escasez de mujeres. Así que los hombres buscan mujeres de tierras distantes, sobre todo Tailandia y Filipinas.

¿Pero qué significa para ellas que cambian el calor de los trópicos por ese archipiélago barrido por el viento?

Cuando Athaya Slaetalid se mudó de Tailandia a las islas Feroe, donde el invierno dura seis meses, se quedaba sentada frente al calentador todo el día.

“La gente me decía que saliera porque brillaba el sol, pero yo simplemente decía: ‘¡No! Déjenme sola, tengo mucho frío’”.

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Athaya reconoce que el cambio que hizo hace seis años fue duro al comienzo. Había conocido a su esposo Jan cuando trabajaba con un amigo feroés que tenía un negocio en Tailandia.

Jan supo desde un principio que trasladar a su esposa a una cultura, clima y paisaje completamente diferentes sería un desafío.

“Tuve mis reservas porque todo lo que estaba dejando atrás y todo lo que se le venía encima era opuestos”, explica. “Pero conociendo a Athaya, supe que sería capaz de superarlo”.

Actualmente hay más de 300 mujeres de Tailandia y Filipinas viviendo en las Feroe.

No parecen muchas, pero considerando que la población es de apenas 50.000 habitantes, son la mayor minoría étnica en estas 18 islas que se encuentran entre Noruega e Islandia.

Población decreciente

En años recientes, las Feroe han experimentado una reducción de población debido a los jóvenes que las abandonan, muchas veces en busca de una educación, y no regresan.

Las mujeres de la isla también tienen una tendencia a fijar su residencia en el extranjero. Como resultado, según el primer ministro Axel Johannesen, las Feroe tienen un “déficit de género” con aproximadamente 2.000 mujeres menos que hombres.

A la vez, esto ha hecho que los feroeses busquen el romance más allá de sus islas.

Muchas, aunque no todas, las mujeres conocieron a sus esposos online, algunas a través otros sitios web de citas.

Otras hicieron contacto a través de redes sociales o parejas mixtas que ya se habían casado.

Para las recién llegadas, el shock cultural puede resultar dramático.

Como parte del Reino de Dinamarca, las Feroe tienen su propio idioma (derivado del nórdico antiguo) y una cultura muy distintiva, particularmente cuando se trata de comida.

Cordero fermentado, bacalao seco y la ocasional carne y grasa de ballena son algunos de los fuertes sabores, sin ninguno de los condimentos y hierbas tradicionales de la cocina asiática.

Y, aunque nunca se vuelven tan frías como la vecina Islandia, el clima húmedo y frío es un obstáculo para muchas personas. En un buen día de verano la temperatura ronda los 16 °C.

Athaya es una mujer sonriente y segura de sí misma que trabaja en el negocio de restaurantes en Torshavn, la capital de las islas Feroe.

Ella y Jan tienen una agradable cabaña a la orilla de un fiordo rodeado de hermosas montañas. Pero habla con sinceridad sobre la dificultad inicial de cambiar de país.

“Cuando nuestro hijo Jacob era un bebé, me quedaba todo el día en casa sin nadie con quién hablar”, dice.

“Los otros aldeanos son personas mayores y la mayoría no habla inglés. La gente de nuestra edad estaba trabajando y no había niños para que Jacob jugara con ellos. Me sentía realmente sola. Cuando te quedas en casa aquí, realmente te quedas en casa. Puedo decir que me deprimí. Pero ya sabía que sería así por unos dos o tres años”.

Cuando Jacob entró a la guardería, empezó a trabajar en banquetes y conoció a otras tailandesas.

“Eso fue importante porque me dio una red de apoyo. Y me hizo sentir en mi patria otra vez”.

La barrera del idioma

Krongrak Jokladal se sintió igualmente aislada cuando llegó de Tailandia. Su esposo Trondur es marinero y el trabajo lo aleja de casa durante meses.

Ella abrió su propio salón de masajes en el centro de Torshavn. “No puedes trabajar horas regulares con un bebé y, aunque mis suegros me ayudan con el cuidado, al administrar mi propio negocio puedo escoger mis propias horas”, comenta.

Eso dista mucho del trabajo anterior que Krongrak tenía como jefe de la división de contabilidad en un gobierno local de Tailandia.

Pero es inusual que esté administrando su propio negocio. Aún para las mujeres asiáticas bien educadas en las Feroe, la barrera del idioma significa que tiene que aceptar empleos de menor categoría.

Axel Johannesen, el primer ministro, dice que superar esa barrea es un tema que el gobierno se toma muy en serio.

“Las mujeres asiáticas que han venido son muy activas en el mercado laboral, lo que es bueno”, afirma. “Una de nuestras prioridades es ayudarles a aprender feroés y hay programas gubernamentales que les ofrecen clases gratis”.

Kristjan Arnason recuerda el esfuerzo que su esposa Bunlom hizo para aprender el idioma cuando llegó a las Feroe, en 2002.

Después de un largo día de trabajo se sentaba a leer un diccionario de inglés-feroés”, cuenta. “Era extraordinariamente dedicada”.

“Tuve suerte”, añade Bunlom. “Le dije a Krisitan que si me mudaba aquí, él tendría que buscarme un empleo. Eso hizo y me puse a trabajar con feroeses en un hotel, así que tuve que aprender a hablarles”.

“Un paraíso”

En un momento en el que la inmigración se ha vuelto un tema tan sensible en muchas partes de Europa, la sociedad feroesa es notablemente abierta a los extranjeros que llegan.

“Creo que ayuda que los inmigrantes que hemos visto hasta ahora son principalmente mujeres”, señala el político local Magni Arge, que también tiene un escaño en el Parlamento danés.

“Vienen y trabajan, y no crean problema social alguno”, agrega.

“Pero hemos visto problemas cuando hay personas que llegan de otras culturas a lugares como Reino Unido, Suecia y otras partes de Europa, hasta Dinamarca. Por eso es que debemos trabajar arduamente a nivel gubernamental para asegurar que no aislemos a la gente y que tengamos algún tipo de subcultura en desarrollo”.

Pero Antonette Egholm, originalmente de Filipinas, no se ha topado con sentimientos antiinmigrantes. La conocí a ella y a su esposo cuando se estaban mudando a su nuevo apartamento en Torshavn.

“La gente aquí es amigable”, explica. “Nunca ha tenido una reacción negativa por ser extrajera. Yo viví en el área metropolitana de Manila y ahí nos preocupaban el tráfico y la contaminación y el crimen. Aquí no tenemos que preocuparnos de cerrar la casa con llave y cosas como el cuidado de salud son gratis. De donde yo soy, hay que pagar. Aquí tu puedes llegar espontáneamente a la puerta de alguien, no es formal. Para mí, se siente como Filipinas en ese aspecto”.

Igualmente, su esposo Regin opina que la creciente diversidad es algo que debe aceptarse y no temerse.

“Necesitamos sangre fresca aquí”, asegura. “Me encanta ver tantos niños que tienen ancestros mixtos. Nuestra muestra genética es muy restringida y tiene que ser una buena cosa que le demos la bienvenida a los extranjeros que puedan tener familias”.

Reconoce que uno que otro de sus amigos bromeaba preguntando si había apretado la tecla “ingresar” en su computadora para pedir su esposa.

Pero niega que él y Antonette se hayan encontrado con discriminación seria como resultado de su relación.

Athaya Slaetalid me cuenta que algunas de sus amigas tailandesas le preguntan por qué no se ha ido de su pequeña aldea para la capital, donde casi el 40% de los isleños vive ahora. Le dicen que Jacob tendría más amigos allí.

“No, no necesito hacer eso”, responde. “Estoy feliz aquí ahora, no sobreviviendo simplemente, sino construyendo una vida para nuestra familia”.

“Mira”, continúa mientras salimos al jardín donde se observa el fiordo, “Jacob juega cerca de la playa. Está rodeado de colinas llenas de ovejas y expuesto a la naturaleza. Y sus abuelos viven a un paso. No hay contaminación ni crimen. No muchos niños tiene eso en estos días. Este podría ser el último paraíso en la Tierra”.

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