El padre e hijo que han dedicado sus vidas a buscar el tesoro pirata “más grande del mundo”
REDACCION/BBC MUNDO — No es el único en una región supuestamente repleta de tesoros escondidos, pero sería el santo grial de los botines del mundo.
Y es que, según cuenta la leyenda, un tesoro pirata equivalente a US$130 millones está enterrado en una isla del océano Índico.
La historia, que parece un libreto de Hollywood, ha ido pasando de generación en generación en las islas Seychelles y La Reunión.
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Muchos han procurado localizarlo sin éxito, pero dos hombres se dedicaron de lleno a buscarlo.
Conocido localmente en la isla de Mahé en las Seychelles como “El hombre del tesoro”, Reginald Herbert Cruise-Wilkins lo intentó durante 27 años, hasta que falleció en 1977.
Su hijo, John, heredó su apodo y la inconclusa misión.
Objetivo de vida
Al encontrarme con John, inmediatamente vocifera que he llegado media hora tarde.
No esperaba una cálida bienvenida. Siempre lo persiguen escritores y habitantes locales para preguntarle si está buscando el tesoro enterrado.
Pero mientras me muestra la zona donde él cree que se encuentra, habla sobre sus pistas y lo que le falta por hacer, su personalidad huraña se derrite.
Sus ojos brillan y su sonrisa es contagiosa. Incluso después de tantos años de búsqueda, sigue siendo el niño héroe de los libros de cuentos con su morral y un mapa del tesoro, intentando armar el rompecabezas.
La suya es una historia de esperanzas y de no darse por vencido, a pesar de las probabilidades en contra.
Deslumbrante botín
John explica que el fascinante relato del tesoro se remonta a 1716, cuando el francés Olivier Levasseur, también conocido como La Buse (el Cernícalo), por su velocidad al atacar enemigos, recibió una carta de marca (patente de corso) para operar como corsario, es decir, saboteando el tráfico mercante de los enemigos.
En pocos meses, sin embargo, Levasseur decidió dedicarse a la más lucrativa carrera de la piratería.
En 1721, Levasseur y sus cómplices, unos 750 piratas con tres barcos, se encontraron con un galeón portugués de bandera británica, Nossa Senhora do Cabo, en el puerto de Reunión, entonces llamada isla de Borbón.
Tras desembarcar con 250 hombres y matar a la tripulación, Levasseur quedó boquiabierto al contemplar el botín.
Según John, un historiador lo describió como un “tesoro flotante con barras de oro y plata, piedras preciosas, diamantes en bruto, guineas y valiosos objetos de iglesia”.
Seguidos por la Armada Británica, los piratas huyeron rápidamente a su base en Madagascar y el botín fue dividido entre la tripulación.
“Cada pirata recibió 42 diamantes y 5.000 guineas de oro. Los oficiales recibieron montos adicionales”.
Y Levasseur se quedó con el resto.
Posteriormente, desapareció y escondió su tesoro en la isla de Mahé, en las Seychelles.
“¡Mi tesoro para quien pueda entenderlo!”
“Mi padre pensaba que dividió su tripulación en grupos de 20 hombres que no sabían dónde quedaría la cámara del tesoro”, me cuenta John.
“El botín fue colocado temporalmente en una caverna y cuando llegó el momento de enterrarlo apropiadamente, solo quienes cerraron la cueva supieron dónde estaba y todos fueron ejecutados”.
Cuando finalmente Levasseur fue capturado y ejecutado el 7 de julio de 1730 en Reunión, aparentemente sabía que había miembros de su cofradía de piratas en la multitud.
Entonces arrojó un pedazo de un pergamino al aire, gritando: “¡Mi tesoro para quien pueda entenderlo!”.
Era un mapa en la forma de un criptograma de 17 líneas. “Puedo imaginarme a la gente alzando las manos, la pelea que siguió para atrapar el papel en el aire”, dice John melancólicamente.
Sin embargo, en el criptograma, certificado por el Museo Británico como un verdadero pergamino del siglo XVIII, solo se ven, para el ojo inexperto, líneas de símbolos desordenados.
Levasseur era un intelectual, un estudioso del griego y el latín, versado en simbología masónica.
Criptograma imposible
Cruise-Wilkins pasó años intentando decodificar el criptograma, usando desde el griego, el hebreo, la astrología, la astronomía y la mitología hasta lo oculto, buscando descifrar el elaborado sistema de pistas.
Basándose en lo que descubrió, pensó que el botín estaba enterrado, de acuerdo a un complejo acertijo inspirado por los 12 Trabajos de Hércules.
Después de muchos años, identificó el lugar en la increíblemente hermosa zona de Bel Ombre en la costa norte de Mahé, rodeada de un mar turquesa, exuberante vegetación y bloques de granito liso, esculpidos por las olas.
Tarea de “locos”
Mahé es una isla pequeña donde todo el mundo se conoce.
Y cada quien tiene una opinión sobre la historia, desde el taxista que me lleva a Bel Ombre hasta la señora que regenta la pensión donde me hospedo.
Cuando les digo lo que estoy haciendo, se ríen y recuerdan la leyenda que conocen desde niños.
“No me importa lo que piensan, pero muchos creen que estoy loco”, dice John. “Pensaron que mi padre estaba loco. Siempre me preguntan: ‘¿Por qué cazas un tesoro? Ya la gente no hace eso’”.
Sin embargo, al igual que pasó con su padre, para John la búsqueda se ha convertido en su vida; un proyecto intelectual y físico al que le ha dedicado toda su energía y ahorros.
Cuando Cruise-Wilkins murió en 1977, John apenas tenía 18 años.
Creció con la caza del tesoro, quiere demostrar que su padre estaba en lo cierto y, al igual que él, entender que motivaba al pirata.
“Encontré el tesoro mental. Solo el físico me falta”, dice.
John ha revisado más de 40 acres en los alrededores de Bel Ombre, explorando grietas y cavernas y descubriendo lo que, cree, son marcas dejadas por piratas en las rocas.
También ha encontrado huesos, pistolas, balas de mosquete y estatuillas.
“He usado toda clase de equipos: bombas de agua, taladros para rocas, taladradoras, incluso excavadoras y explosivos, además de los últimos equipos detectores de tesoros de Alemania”.
Aunque, comprensiblemente, John se cuida de revelar demasiados detalles, cree que encontró el sitio del tesoro, una cueva muy cerca de la playa, apenas a unos pasos de su casa, obstruida por bloques de piedra y solo accesible por un túnel submarino.
John también advierte que, según su investigación, habrá una última trampa cazabobos sobre el tesoro.
Prohibición gubernamental
Sin embargo, es ilegal desenterrar objetos en tierras que pertenecen al Estado sin un permiso y, aunque su búsqueda comenzó en 1998, a John el gobierno le prohibió en 2009 seguir excavando, a menos de que cancele 250.000 rupias.
El cazador del tesoro cree que fue una medida tomada para asegurarse una parte del botín. “El gobierno es el dueño de la tierra, así que tiene derecho al 50%, según la ley”, señala.
Aun así, el 50% de US$120 millones es mucho dinero y John asegura que no se detendrá.
Desde 2009, ha estado haciendo un trabajo preparatorio en el lugar, reparando paredes de rocas y construyendo senderos para llevar los equipos.
“Después de superar tantos obstáculos en nuestro camino, la orden del gobierno fue la puntilla. Casi me rindo, pero no les podía dar ese gusto”, señala John.
“Mi plan es recuperar el tesoro. Conseguir un permiso y eliminar esa prohibición o conseguir el financiamiento adecuado para terminar la obra”.
Hasta que eso suceda, la historia de John y los piratas no tendrá un final feliz.
Y yo espero que sea él quien ría de último.