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En Silicon Valley, hasta las casas móviles se vuelven demasiado caras para los residentes de la tercera edad

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Durante la última semana de marzo, Apple alcanzó un valor de mercado récord de $754 mil millones, Google ajustó una política para proteger su negocio publicitario de $22,000 millones por trimestre y Yahoo avanzó hacia la concreción de una venta por $4,830 millones. Mientras tanto, Judy Pavlick recorre las calles del parque de casas móviles donde reside, en Sunnyvale, California, recolectando botellas de plástico y latas de bebida vacías para salvar su futuro.

A un precio promedio de reciclado de entre 5 y 10 centavos por botella, la mujer, de 70 años de edad, busca recaudar $10,000 para impulsar una medida de control de alquileres; un intento que será largo. Sin embargo, vive en el corazón del Silicon Valley, una zona donde las rentas siguen aumentando, los intereses externos invaden y las protecciones para los inquilinos son escasas. ¿Qué otra cosa puede hacer?

“La gente está buscando alguien que los salve, y no actúan por sí mismos”, afirmó Pavlick, una jubilada que vive desde 1989 en el parque de casas rodantes, erigido en más de 65 acres de uno de los terrenos de bienes raíces más costosos de California. Sus 800 pequeñas casas están a menos de dos millas de los campus de Apple, Google, Yahoo y LinkedIn. Una de las firmas capital privado más grandes del mundo, el Carlyle Group, compró la tierra hace dos años, por un valor de $151.1 millones. En su primer año como dueño del parque, la compañía aumentó las rentas del espacio (la suma que cada propietario paga para arrendar la tierra) por 7.5%; el incremento más alto en los 47 años de historia de Plaza del Rey.

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Pavlick sabe cómo esto funciona, y no esperará que la dejen fuera del mercado. Por eso, está organizando a sus vecinos: ‘Plásticos, latas; sepárenlos ahora’.

Vivir en el Área de la Bahía es hacer frente a rentas por las nubes, amenazas de mudanzas y desalojos. Es también oír que llega más gente de la tecnología, y que hasta ellos quedan fuera de mercado. Es observar cómo se levantan brillantes campus y se amplía la grieta entre quienes trabajan en el sector y aquellos que sólo viven allí de casualidad.

“Cuando la gente habla de Silicon Valley, piensa en un ‘mina de oro’”, afirmó Dorothy Niblock, de 90 años, una residente de Plaza del Rey, quien vive sola en una casa móvil de dos habitaciones que diseñó con su fallecido esposo hace 44 años. “Eso no se aplica a nosotros”.

El parque de casas móviles Plaza Del Rey, en el corazón de Silicon Valley, fue adquirido por una firma de capital privado hace dos años. Los residentes ahora temen que los alquileres suban a niveles que los obliguen a abandonar el sitio (David Butow / para The Times).

La mayor parte de la docena de parques de casas rodantes de Sunnyvale comenzaron como comunidades de retiro, y casi la mitad de ellos permanece como tal. Plaza del Rey es ahora un sitio familiar, pero sus raíces de jubilados persisten: las personas mayores constituyen en gran medida su población.

Su boletín mensual incluye un calendario de actividades como los martes de mahjong, miércoles de club de bridge, y grupos de ejercicios durante cuatro días a la semana. Para San Valentín se organizó una cena con espaguetis en el salón central; en San Patricio, el menú fue de repollo y carne curada. “Por favor, traiga sus propios platos y utensilios”, decía el volante. “Vamos a servir agua, ¡pero no dude en traer su propia botella de alcohol!”.

Muchos veteranos residentes jamás se consideraron parte de la historia de Silicon Valley. Sin embargo, algunas veces no hay opción.

El boom tecnológico más reciente creó un asombroso crecimiento del empleo en la zona, y los agentes de bienes raíces estiman que empresas como Google y Apple ahora ocupan cerca de nueve veces más espacio físico del que tenían en 2005. La expansión de Facebook, LinkedIn y Microsoft -junto con las decenas de miles de empleados que atraen- también ha aumentado significativamente la demanda de bienes raíces en el lugar.

Las viviendas de un dormitorio en el área de Sunnyvale han pasado de un precio de venta promedio de $205,000, en 2012, a más de $445,000 en 2017. En los últimos cuatro años, los alquileres de departamentos han aumentado en dos dígitos. Los maestros han quedado fuera de los distritos escolares donde enseñan; hasta los abogados han dejado la región, indignados. Y los inversionistas que todavía ponen su dinero en Silicon Valley buscan maneras de exprimir valor de lo que ya está allí; ninguna propiedad tiene pase gratis, ni siquiera los parques de casas rodantes.

En su primer día de conducción alrededor del parque, Pavlick recolectó 10 bolsas de botellas y latas. Valor total: $40 dólares. “¿Qué tal unas donaciones de $20 para el próximo jueves?”, escribió en el foro comunitario de Plaza del Rey.

Cuesta sólo $200 presentar la documentación inicial para incorporar una medida a la boleta electoral en Sunnyvale. Sin embargo, lograr que ésta se apruebe es más caro y difícil, aseguró Juliet Brodie, abogada que representó a la Coalición de Inquilinos de Mountain View en su exitosa maniobra para lograr el control de la renta el año pasado.

Los proponentes deben publicar un aviso de intención en los periódicos locales, escribir la medida electoral, juntar firmas de al menos el 10% de los votantes elegibles de la ciudad y ganar la mayoría de los votos. Sólo los costos de impresión pueden ascender a los miles de dólares. “No se puede simplemente tomar un bloc de notas y juntar firmas”, advirtió la letrada.

Cuando Pavlick compró su hogar, en 1989, pagó $65,000 más $356 en concepto de renta mensual por el espacio, lo cual también incluía el agua, el manejo de los residuos, el alcantarillado y la TV por cable. La mujer era analista de sistemas empresariales para compañías como Memorex y Genentech. El parque estaba cerca de su trabajo y su asequibilidad significaba que podía tener un hogar de dos dormitorios y cuidar así de su madre, ahora fallecida, quien padecía la enfermedad de Alzheimer.

Los propietarios originales mantuvieron Plaza del Rey en la familia por más de cuatro décadas, hasta que su bisnieta, Shereen Caswell, lo vendió a Carlyle en 2015 (Caswell no pudo ser localizada para comentar en este artículo).

En la actualidad, Pavlick paga $1,004 por el espacio de renta, resultado de aumentos constantes del alquiler durante casi 30 años. Los residentes ahora deben pagar por su cuenta todas las utilidades, además de los impuestos sobre la propiedad personal y el costo de mantenimiento de sus casas, patios y jardines. Además de duplicar el aumento de la renta en 2016 en comparación con años anteriores (los residentes pagaron por muchos años incrementos del 3% al 4%, semejante a los montos de parques cercanos), Carlyle subió los valores para los nuevos residentes a $1,600, casi un 40% más que el promedio del parque.

A comienzos de 2017, la firma ofreció a los residentes un contrato de arrendamiento por cinco años que limitaría los aumentos al 4% anual, pero sólo si también acordaban firmar un contrato que le daría a Carlyle el derecho de hacer la primera oferta cuando un propietario decidiera vender. La compañía se negó a hacer declaraciones acerca de los incrementos de los alquileres o sus planes para el parque cuando el período de cinco años haya finalizado. Hasta mayo, cerca del 70% de los residentes han firmado el trato. Aquellos que no lo han hecho podrían sufrir aumentos de la renta al valor del mercado -Carlyle no confirmó cuánto sería ese monto-.

Los dueños de casas móviles se enfrentan a un ‘revés por partida doble’, según los abogados expertos en temas de vivienda, porque a diferencia de los propietarios tradicionales, no poseen la tierra donde se asientan sus hogares. Ello significa que no pueden esperar grandes sumas cuando venden. Las casas móviles más nuevas y grandes pueden costar hasta $400,000, según agentes de bienes raíces locales, pero las más antiguas del parque pueden venderse por tan poco como $120,000. Los aumentos de los espacios han perjudicado a los propietarios que intentan vender ya que, según los agentes, por cada aumento de $100 en el alquiler del espacio, una casa pierde $10,000 en valor.

Por otra parte, y diferencia de los inquilinos, quienes pueden fácilmente empacar y salir de allí, los dueños de casas móviles están estancados con una propiedad que es, a pesar de su nombre, muy difícil de trasladar. Algunas de ellas superan los 1,800 pies cuadrados, tienen múltiples dormitorios y baños. Muchas llegaron al parque en piezas y fueron construidas allí. Desmontar y transportar una propiedad móvil puede costar decenas de miles de dólares; volver a montarla puede requerir aún más. Y, cuando una casa ha sido desarraigada, sus dueños deben hallar un nuevo espacio para ella.

“Sólo múdate, múdate”, dice Pavlick, imitando a quienes creen que la solución de su problema es irse de allí. “¿Mudarme a dónde?”.

Los parques de casas móviles han sido tradicionalmente pequeños negocios familiares. Pero, a medida que el valor de la tierra en Silicon Valley se eleva, un creciente número de inversionistas institucionales han puesto sus ojos en lotes infravalorados.

Eso incluye a empresas de capital privado. Los inversionistas suelen arrebatar negocios en dificultades o con bajos valores y encontrar formas de aumentar sus precios -ya sea invirtiendo recursos para fortalecer el negocio o recortando costos para mejorar su rentabilidad final-, para luego revenderlos con ganancias.

Randall Whitestone, vocero de Carlyle, señaló a Los Angeles Times que la empresa de Washington, D.C., que administra activos por $162,000 millones de dólares en industrias como la salud, el sector aeroespacial, los bienes raíces y servicios financieros, ha comprado parques de casas móviles porque son “menos volátiles que muchas otras clases de activos”. “Nos gusta comprar en sitios donde hay buenos fundamentos de oferta y demanda, y fortaleza económica”, resaltó.

Debido a las reglas de zonificación, hay pocas posibilidades de que Plaza del Rey se convierta en un campus tecnológico. Sin embargo, hay otras maneras de aumentar el valor del lugar. Los inversores pueden mejorar un sitio antes de venderlo. Aunque Carlyle se negó a comentar sus planes a largo plazo para el parque, Whitestone afirmó que “ha hecho importantes inversiones de capital para mejorar la propiedad para los residentes”. Otra forma de hacerlo es incrementando la renta.

Plaza del Rey es, para consternación de muchos residentes antiguos, una inversión ideal para Carlyle. En un sitio como Silicon Valley, donde los salarios tecnológicos están entre los más altos del país y el mercado de la vivienda es uno de los más competitivos, no será difícil hallar a alguien dispuesto a pagar $1,600 dólares o más por el alquiler de espacios. Además, según expertos en temas de capitales de inversión, a Carlyle no me importa quién sea esa persona. “No les importará si son jóvenes o mayores”, señaló Erik Gordon, profesor de la Ross School of Business, de la Universidad de Michigan. “Su desafío es convertir aquello que compraron por $100 millones en algo que vale $300 millones. Ése es el juego final para un fondo de capital privado”.

Esto le da motivos a Carlyle para temer el control de la renta. Cualquier límite para aumentar el alquiler no sólo frenaría la rentabilidad a corto plazo del parque, sino también podría reducir su valor futuro de reventa, que es de donde las empresas de su estilo obtienen la mayor parte de sus ganancias.

Por ese motivo, Carlyle envió a su director gerente de bienes raíces para los EE.UU., Dave Kingery, a una reunión del ayuntamiento de Sunnyvale, en enero pasado, para oponerse al control de la renta. “No creemos que promueva los objetivos de la ciudad, de los residentes o los propietarios en el largo plazo”, afirmó Kingery en el encuentro.

Los reportes anuales de ingresos de la firma lo detallaron con mayor claridad: bajo el encabezado de “riesgos”, que establece todas las cuestiones que podrían perjudicar los negocios de Carlyle, el décimo punto señala “cambios en las regulaciones gubernamentales (como control de alquileres)”.

Conforme con quien uno hable, el control del alquiler siempre funciona, o no funciona nunca: es la respuesta a la crisis de la asequibilidad de la vivienda; es el motivo por el cual las casas son tan caras; disuadirá a los desarrolladores de construir más viviendas; mantendrá a la gente en sus hogares; nunca ha resuelto los problemas de ninguna ciudad; es la respuesta a las plegarias de los residentes.

Aunque las comunidades de Silicon Valley se han resistido o han sido lentas en desarrollar nuevas viviendas para albergar la afluencia de trabajadores atraídos por la región con el paso de los años, Sunnyvale posee uno de los récords más fuertes en California cuando se trata de construir viviendas asequibles. Alrededor del 10% de las unidades en su línea de desarrollos son viviendas asequibles.

Pero también es una de las pocas ciudades en Silicon Valley que no tiene control de alquileres, ya sea en toda la ciudad o específicamente para parques de casas móviles, y su ayuntamiento ha mostrado renuencia a tratar el espinoso tema. “El problema que tengo es que hay muchas lagunas en cuando al control de la renta, y tendremos muchas demandas apenas se apruebe”, señaló el concejal Michael Goldman en una entrevista con The Times.

La vecina ciudad de Mountain View, que aprobó una medida considerada por los votantes en noviembre pasado, fue abofeteada por una demanda de la Asociación de Apartamentos de California que buscó bloquear la aplicación de la norma inmediatamente después de la elección. En abril pasado, un juez del condado de Santa Clara denegó el pedido y liberó el camino para que la ciudad continúe con su implementación del control de la renta.

“Este es un país libre, y cualquiera con un gasto administrativo puede presentar una demanda”, señaló Brodie, la abogada que ayudó a Mountain View a aprobar la norma. “Si permitimos que eso nos impida crear buenas políticas, no es razonable”.

Para los defensores de la vivienda, el control de la renta es una buena política. Para sus oponentes, es una solución temporal. Los alquileres son altos, argumentan, no sólo porque los propietarios pueden cobrar lo que quieran, sino porque Silicon Valley se convirtió en una meca tecnológica mundial más rápido de lo que sus ciudades pudieron manejar. ¿Cómo se resuelve eso?

“No hay malvados en todo esto”, afirmó Goldman acerca de Carlyle y Plaza del Rey. “Cuando escucho a gente decir ‘es muy caro para mí’, pienso: ‘Si no trabajas en tecnología, lo cual requeriría tu presencia en la zona, ¿por qué estás aquí?’. Si estás aquí es porque estás decidiendo, a cada minuto, que el costo de ello vale la pena”.

Hay trabajadores de la industria tecnológica que viven en Plaza del Rey; empleados de Apple, Google, Oracle y start-ups locales. Ellos también se sienten cada vez más apretados.

Pese a ganar un salario de seis cifras trabajando en tecnología de la información, una casa tradicional quedaba fuera de alcance para Ron Van Sherpe, de 45 años, nativo del Área de la Bahía. Con una joven familia a su cargo, Van Sherpe no deseaba alquilar más. Por ello, él y su esposa hicieron lo que consideraron mejor: compraron una casa de tres dormitorios en plaza del Rey.

Cuando se mudaron allí, hace 12 años, la combinación entre su hipoteca y el alquiler del espacio era de sólo $2,150. Hoy la suma ascendió a $2,600, una cifra que sigue siendo más asequible que el alquiler de un departamento de un dormitorio en Sunnyvale. Pero si la renta del espacio sigue aumentando, en algún punto no encontrarán diferencia con los inquilinos.

“La industria de la tecnología está desplazando a la clase media”, remarcó Van Sherpe, quien se ha inscrito para ayudar a Pavlick en su iniciativa por el control de la renta. “Le daremos dos años a este tema con el control de la renta, y si no luce prometedor, tendremos que trasladarnos al final de cinco años”.

Con su esposa consideran Austin, Texas, como un posible lugar. A Van Sherpe le preocupa que la mudanza sea difícil para sus hijos, cuyos abuelos viven aquí.

En un reciente jueves por la mañana, Pavlick condujo por Plaza del Rey con sus vecinos Patrick y Karen García, para recoger botellas vacías de Perrier y latas de Coca-Cola. “Alguien debe haber dado una fiesta”, observó Karen.

En la planta de reciclaje, intercambiaron las mercancías por $46.55 dólares. Pavlick frunció el ceño: “Pensé que conseguiríamos más dinero por estas botellas pesadas”, dijo. “Pero es más de lo que obtuvimos la semana pasada”.

“¡Suficiente para pagar un tercio de hora con un abogado”, bromeó García.

Pavlick hizo cuentas en su cabeza. Si Plaza del Rey promedia $40 en reciclaje por semana, y la docena de parques de casas móviles de Sunnyvale también se involucraran y recaudaran otros $40 por semana, colectivamente podrían reunir todo lo necesario en menos de seis meses.

En la actualidad, la mujer cuenta con el apoyo de casi 115 personas de Plaza del Rey y parques cercanos, que trabajan con ella. En las próximas semanas, espera que más voluntarios se sumen a su campaña de reciclaje, toquen puertas y eventualmente trabajen para lograr el control de la renta.

Es una posibilidad remota: unas pocas decenas de residentes del parque tratan de impedir que una firma de capitales de inversión ponga de cabeza sus vidas. Sin embargo, a Pavlick le gusta decir en voz alta: “Carlyle tiene el dinero, pero nosotros tenemos a la gente”.

Ahora, sólo necesita que esas personas salgan a tocar puertas, presionen por lograr el control del alquiler y peleen por su futuro; una botella de plástico a la vez.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta historia en inglés haga clic aquí

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