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¿Por qué a los multimillonarios les importan tanto las escuelas charter?

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Al parecer, siempre tendremos con nosotros a los multimillonarios, incluso al decidir cómo dirigir las escuelas financiadas por el estado, donde ellos rara vez envían a sus propios hijos.

En las elecciones de la Junta Escolar de Los Ángeles celebradas a principios de este mes, un buen número de multimillonarios, entre ellos Eli Broad, el fundador de Netflix, Reed Hastings, y dos hermanos de la familia Walton, invirtieron millones de dólares en las campañas de dos defensores de las escuelas charter. Estos candidatos derrotaron a dos oponentes que tenían una postura más cautelosa sobre la expansión de las charter, para no diezmar el presupuesto del distrito escolar. En total, los grupos pro-charter superaron en gastos a los sindicatos de maestros por $9.7 millones contra $5.2 millones (en las campañas legislativas del estado de 2016, los defensores de las charter superaron en gastos a los sindicatos por un margen mucho más grande, $20.5 millones contra $1.2 millones).

Aunque una buena cantidad de los multimillonarios involucrados en la causa de las charter son conservadores y republicanos, las batallas electorales reales a las que se unieron casi siempre enfrentan a demócrata contra demócrata, en parte porque casi todas las grandes ciudades son actualmente abrumadoramente demócratas. En California, donde el número de republicanos se ha reducido considerablemente, la mayor parte de las contribuciones de la campaña legislativa de los multimillonarios fue destinada a los demócratas más centristas, que no sólo son votos fiables en cuestiones vinculadas con las charter sino que a menudo también se oponen a las medidas ambientales y de otro tipo, desarrolladas por sus colegas más progresistas.

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De todas las cuestiones que podían elegir los multimillonarios, ¿por qué optan por las escuelas charter? ¿Y por qué ahora? Una de las razones aducidas comúnmente es que han notado algo inquietante: los egresados de las escuelas públicas carecen de las habilidades necesarias para el empleo. Sin embargo, muchas de esas condiciones son las que adquieren los estudiantes en los programas educativos vocacionales, no en las charter.

Que existen enormes problemas en la educación de los estudiantes de bajos recursos es algo indiscutible, pero esto difícilmente se trate de un acontecimiento reciente. El verdadero hecho reciente es el aumento de tales alumnos, mientras que la clase media ha disminuido.

Si los Walton, por ejemplo, decidieran redirigir una mayor parte de su fortuna a elevar los salarios de los empleados de Wal-Mart, eso a su vez podría permitir que cientos de miles de familias tuvieran vidas estables y económicamente más seguras, lo cual podría tener un mayor efecto en el desempeño de los estudiantes que las propias escuelas charter.

Por supuesto, no es justo considerar a todos los multimillonarios a favor de las charter en este tipo de caracterización. Pero el hecho es que han surgido como una fuerza en un momento en que nuestros asombrosos niveles de desigualdad económica se han convertido en un problema ampliamente reconocido; y esto no es sólo una coincidencia.

De hecho, debemos volver a la polarización económica de los Estados Unidos previa al Nuevo Tratado (o New Deal) para encontrar un momento en el cual la gente rica se sentía obligada a mejorar la suerte de los pobre. Andrew Carnegie, quien se enriqueció enormemente mediante la construcción de la industria estadounidense del acero, creó bibliotecas en miles de ciudades y localidades. Sin embargo, a diferencia de los actuales partidarios de las charter, con ello no drenaba fondos que podían destinarse a las bibliotecas públicas.

Lo que Carnegie y la gente rica pro-charter de hoy en día tienen en común es la creencia en el mejoramiento individual. No sólo eso; también comparten una oposición feroz al mejoramiento colectivo, que se manifiesta en sus batallas respectivas contra los sindicatos y, en muchos casos, contra los servicios y las normas establecidas por el gobierno.

En épocas distintas, cuando la clase media era -y es- asediada y la brecha entre los ricos y los pobres era -y es- inmensa, los multimillonarios en gran parte han rechazado las luchas que realmente podían reducirla: incrementar el salario mínimo, establecer la gratuidad de colegios y universidades, financiar suficiente inversión pública para crear verdadero empleo pleno, revivir las negociaciones colectivas y aumentar los impuestos progresivamente para pagar todo eso.

Tal como lo ven los multimillonarios, es la falta de habilidades -y no la disfunción del mayor sistema económico que ellos (o sus padres) dominaron- la causa de nuestros problemas nacionales. Aunque algunos puedan ser sinceros, los multimillonarios a favor de las escuelas charter se han casado con un diagnóstico y una cura, que se centra en las deficiencias de las víctimas del sistema, y no en el sistema mismo. Qué reconfortante debe ser para ellos.

Harold Meyerson es editor ejecutivo del American Prospect y escritor colaborador de Opinion.

Traducción: Diana Cervantes

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí

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