Romeyno, el primer rarámuri de “manos ligeras”
El Paso (TX) — Los Rarámuris, que en español significa “los de los pies ligeros”, cuentan ahora con el primer miembro de “manos ligeras”. Romeyno Gutiérrez Luna es el primer pianista en la historia de esa comunidad indígena del norte de México cuyos orígenes datan de hace casi 15.000 años.
“Ahora corro con las manos”, dice con una sonrisa a Efe el joven pianista en el Consulado de México en El Paso, durante un recorrido por Estados Unidos, donde preparara un par conciertos.
Romeyno Gutiérrez cumple en unos días 31 años y 10 como pianista profesional.
A los cuatro años tuvo su primer encuentro con el piano, cuando se pasaba horas espiando los ensayos de su padrino, el pianista de California Romayne Wheeler, quien decidió quedarse a residir en la Sierra Madre Occidental, también conocida como Sierra Tarahumara, que es otro nombre que reciben los rarámuri.
El músico e investigador, egresado de la Universidad de Música de Viena (Austria), había conocido a los rarámuris antes de que Romeyno naciera y se había encantado con la música y danzas de los nativos.
Romeyno, quien recibió ese nombre en honor a su padrino y maestro Romayne, nació en Retosachi, cerca del municipio de Batopilas (Chihuahua), región fundada por el explorador español José de la Cruz luego de descubrir una rica mina de plata en 1708, y justo cuando el piano apenas había sido inventado en Europa.
Así, Romeyno tuvo la oportunidad de recibir clases de piano desde los seis años y con el tiempo convertirse en el primer nativo en dominar el instrumento y viajar por el mundo con su música.
Ha ofrecido conciertos en varios países europeos como Alemania, Austria, España, Holanda, Italia, Suiza y Reino Unido, así como en diversas ciudades de Estados Unidos.
El piano ha sido para él un vehículo para expresar la música de dos mundos: el de los grandes compositores de Occidente, tales como Chopin, Mozart, Brahms o Liszt, y el que lleva en su corazón y su alma, el de la cultura Rarámuri.
Por eso divide sus conciertos en dos partes.
“A Mozart lo sentimos como conocido porque es muy alegre, se parece a la música nuestra”, menciona el artista, ataviado con napacha (camisa), isibula (taparrabo), pula (faja) y sandalias hechas por él.
Para Romeyno, como para todos los rarámuris, la música es para alabar al creador, al Oronúame (padre y madre), y ciertos instrumentos se tocan en determinadas épocas del año por motivos espirituales.
Hasta que llegó el piano de Wheeler, los rarámuris sólo conocían el tambor, la flauta, la guitarra y los violines.
“El piano gusta mucho porque es un sonido muy limpio, como de agua. Me dicen que lo toque para que llueva”, dice.
Durante la década que lleva alejado de su comunidad viajando por el mundo como músico profesional ha tenido experiencias muy satisfactorias pero también de profunda reflexión sobre los valores universales.
“En la ciudad, la gente vive más para ellos mismos, y no para la comunidad”, dice.
En el terreno de la música, sucede algo parecido, asegura.
“Hay muchos músicos que piensan que siempre tienen que vivir compitiendo, para decir que es el mejor. Algunos compiten para hacer sentir a otros que son menos”, asegura.
Para el joven pianista, “la música es para alegrar la vida, para compartir y sensibilizar”, y la humanidad atraviesa una época en que necesita mucha música, afirma.
“Mi mayor satisfacción es el amor del público, y llevar paz y alegría a través de la música. Y por otro lado, poder buscar oportunidades para los jóvenes de mi comunidad”, menciona.
El pianista y compositor reside con su familia en la ciudad de Chihuahua aunque considera que su casa sigue estando en la Sierra Tarahumara.
“Sé que jamás dejaré mi comunidad”, afirma con convicción.
Junto con su padrino, Romeyno sostiene el Fondo de Ayuda Tarahumara, que brinda servicio médico a 450 familias rarámuris.
Los rarámuris o tarahumaras son conocidos por su extraordinaria resistencia para correr grandes distancias. Los corredores son capaces de correr 270 kilómetros sin detenerse y recorrer en pocos días cerca de 700 kilómetros, equivalentes a 16 maratones seguidos.