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“Los centroamericanos ya no migran, huyen”: Óscar Martínez y la violencia que implica vivir -y morir

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Pocas personas conocen tan bien los rincones más oscuros de la realidad centroamericana como Óscar Martínez, el coordinador del proyecto “Sala Negra” del periódico digital salvadoreño El Faro.

Y su extraordinaria capacidad para contar y explicar la violencia que ha convertido a esta pequeña región en la más homicida del mundo se hace notar con especial claridad en su más reciente libro: “Una historia de violencia: vivir y morir en Centroamérica”.

Lo más notable, sin embargo, tal vez sea que esta compilación de crónicas de “Sala Negra” -el proyecto permanente de cobertura periodística de la violencia y el crimen organizado de El Faro- no es el primer libro fundamental escrito por Martínez a sus 34 años.

Ganador del prestigioso Maria Moors Cabot y del Premio Internacional a la Libertad de Prensa del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), Martínez también es el autor de “Los migrantes que no importan” una obra clave para entender la realidad de los migrantes centroamericanos que atraviesan México en ruta hacia Estados Unidos.

Y en ocasión del recién concluido Hay Festival de Querétaro, BBC Mundo aprovechó para conversar con él sobre Centroamérica; sobre su violencia, sus migrantes y sus esperanzas.

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Tu último libro, que se ha vuelto realmente obligatorio para todo aquel que aspire a comprender Centroamérica, se titula “Una historia de violencia”. ¿Es la violencia lo que mejor define a la región centroamericana?

Yo creo que sin la violencia no podés explicar Centroamérica, porque los procesos violentos -y eso lo digo sin ninguna duda- son los que han construido a Centroamérica.

Las guerras civiles de Guatemala y El Salvador, por ejemplo, son procesos que empezaron mucho antes de los 80: antes de 1980 ya había una pre-guerra, ya había guerrillas, ya había represión, ya había torturas. Y Honduras quedó en el medio y tuvo que lidiar con eso, Honduras también estuvo involucrada en las guerras centroamericanas porque quedó enclavada en medio. Y ya después, tanto en Guatemala como en El Salvador, empezaron los procesos de crimen organizado, las pandillas; lo que algunos nuevos académicos llamarían las nuevas guerras…

Yo creo que hay dos cosas sin las que no podés explicar Centroamérica: la violencia y la impunidad.

Y esa violencia sigue moldeando a la región, incluso a nivel demográfico…

En los últimos años países como Estados Unidos, Costa Rica, Belice, México registran que se les están triplicando las peticiones de refugio. No triplicando, ¡es que es mucho más! Las peticiones de refugio están llegando a niveles que empiezan a recordar a la guerra. No han llegado a ese nivel, pero empiezan a recordar a la guerra.

Incluso, las agencias de Naciones Unidas han puesto el ojo sobre eso, porque ya ven que se necesita toda una infraestructura. Y los albergues del sur de México ya empiezan a definirse como centros de refugiados. Así lo hace “La 72”, en Tenosique, el albergue de Fray Tomás González.

¿Por qué?

Porque hay unas implicaciones bien diferentes para la gente que presta ayuda humanitaria si la gente a la que atienden va de paso o si alguien se queda por seis meses mientras pide su status de refugiado…

Ahora, yo creo que esto también tiene que ver -porque El Salvador ya fue el país más homicida del mundo en 2009, Honduras también lo fue- con tres cosas, principalmente: uno, que cada vez es más difícil y más caro entrar a Estados Unidos; dos, que la posibilidad laboral en EE.UU. cada vez es menor; y tres, que la violencia sostenida ha hecho que mucha gente pierda cualquier esperanza de que la situación cambie.

Atrapados en medio de eso, la palabra refugiado ha resurgido en el camino del inmigrante, de nuevo los albergues empiezan a decirle a la gente que es refugiada y entonces mucha gente ha empezado a tomar esa opción. Hay un resurgimiento del refugio fuertísimo.

Pero además de un nuevo sustantivo, vos también identificás un cambio de verbo, ¿no? Yo te he oído decir que los centroamericanos ya no migran…

Yo creo que cada vez más huyen. Esa es mi impresión, habiendo ido recientemente a hacer siete materiales a EE.UU. y muchos en Centroamérica. Y es que hay una diferencia entre migrar y huir: uno migra con la esperanza de lo que hay adelante y huye cuando quiere dejar algo atrás.

Y la esperanza económica que representaba EE.UU. es cada vez menor, EE.UU. como país seductor es cada vez menos seductor, mientras que la cantidad de gente que se va porque tiene miedo es cada vez mayor.

Ahora, yo creo que eso también está vinculado a la desesperanza en EE.UU. Fíjate que la crisis de los niños migrantes de 2014, cuando cerca de 64.000 llegaron a EE.UU., no presentaba ninguna condición particular. Es decir, El Salvador ya había sido el país más violento, Honduras lo había sido totalmente.

De hecho, El Salvador estaba en plena tregua y había menos violencia en término de homicidios. Pero ocurrió que con la imposibilidad de Obama de colocar la reforma migratoria muchos perdieron la esperanza de llevar por la buena a sus hijos.

Y como aquellos países seguían siendo muy violentos, yo creo que ese montón de niños yéndose fue la respuesta de una gente que perdió la esperanza de que sus hijos vivieran en un lugar más o menos tranquilo y los mandó a traer.

¿Y qué nuevos efectos anticipás con las políticas antiinmigrantes de Donald Trump?

El único efecto práctico que Trump ya logró es que los coyotes cobren más, principalmente los de la frontera norte.

Recordemos que desde hace al menos unos siete años la figura de lo que en Centroamérica llamamos el coyote viajero despareció: ya no existen esos tipos con los que salías de tu casa y te llevaban hasta Houston.

Cada vez más los grupos del crimen organizado mexicanos establecieron cadenas de coyotes, para tener un control sobre el paso de la gente y quienes no han pagado, lo que significa que hoy se involucran hasta cuatro coyotes en un traslado.

Y los del norte han subido de US$3.500 a US$5.000 su cuota por pasarte, porque han entendido que pueden aprovechar toda la propaganda que ha hecho el hombre y algunas de las cosas que realmente ha hecho, como reforzar la patrulla fronteriza, etc. Ese es el primer efecto práctico.

Ahora, con todo el uso que ha estado haciendo Donald Trump de la Mara Salvatrucha seguramente va a haber muchas deportaciones de gente con a antecedentes criminales -antecedentes criminales como pelearse en la calle, no necesariamente matar a alguien.

Pero sí creo que va a generar la llegada de una nueva generación de pandilleros a El Salvador, y creo que eso va a repercutir en más violencia. Porque quiero ver cómo las pandillas de El Salvador van a asimilar la llegada de estos. Y creo que también esa ida y vuelta de migrantes va a terminar por consolidar algo que la Mara Salvatrucha tiene años queriendo consolidar que es el viejo Programa 503, al que ahora le llaman Programa Costa Este.

La pandilla se organiza por clicas y los programas son un conglomerado de clicas. Y la pandilla tiene mucho rato queriendo tomar control de las clicas de la costa este de EE.UU., tienen rato queriendo consolidar su control. Y creo que esta ola de deportaciones y viajes va a terminar por lograr que lo consoliden, que haya un programa fuerte, con un liderazgo claro, y que empiecen a consolidarse delitos como la extorsión binacional. Hay registros, pero todavía no es un delito particularmente común. Pero va a consolidarse.

¿Extorsión binacional? ¿Cómo funciona eso?

Vos sos padre de familia, tus hijos viven en El Salvador, tenés un negocio en EE.UU. Yo soy un pandillero (en EE.UU.) y te digo: “Pagame, o mato a tus hijos en El Salvador”. La amenaza está en El Salvador y el dinero se paga en EE.UU.

La violencia de las pandillas ciertamente es la más visible. Pero, ¿es la que mejor define a El Salvador?

Ahorita hay una que le compite: la vinculada a la policía. Lo que pasa es que esa es más aplaudida. Pero es evidente: te vas a cualquier zona o comunidad marginal y la gente está desesperada, porque la policía se ha convertido en un órgano represor como no habíamos visto desde que se firmó el fin de la guerra.

La policía salvadoreña no tenía una tan mala fama. Sí en términos técnicos: son malos investigando, no son expertos en reconstruir una escena del crimen... Pero no en términos de represión. La policía hondureña sí tenía esa fama, pero la policía salvadoreña, con toda la corrupción que ha existido dentro de ella, no era eso. Y ahora sí se ha convertido en eso y en muy poco tiempo, desde que los políticos empezaron a soltar el discurso de que esto era una guerra.

Y lo curioso es que la Policía Nacional Civil se ha convertido en una policía que nos recuerda a la policía represora de la guerra durante un gobierno de la guerrilla, del FMLN. Y fue el FMLN el que en dos períodos dio el giro de timón más radical que hemos visto en las políticas de seguridad, de una tregua, que se hizo cuando (el actual presidente) Sánchez Cerén era vicepresidente, a la estrategia represiva más poderosa, que ha superado con distancia a los planes Mano Dura, que eran más bien cascarones vacíos, publicitarios, que sí generaron represión, pero no a este nivel.

¿Y qué tan diferente son las cosas en Guatemala y Honduras?

La principal diferencia es que en Guatemala y Honduras hay animales más grandes en el ecosistema criminal, animales más grandes que las pandillas. Y ese es un factor que para mí es trascendental.

Vos lo ves en Guatemala. En zonas como los alrededores del río La Pasión, en un departamento tan importante para el crimen organizado vinculado al narco y el contrabando como el Petén, vos no tenés clicas de las pandillas. Solo en un municipio: el municipio donde duermen los que prestan servicios en las zonas hoteleras.

La existencia de animales más grandes impidió un mayor crecimiento (de las pandillas). Crecieron: en Guatemala controlan barrios urbanos empobrecidos. Pero en El Salvador la expansión fue total, porque su expansión en El Salvador nada la detuvo, porque El Salvador no es un país interesante para el crimen organizado.

Tenemos al cartel de Texis, que no se puede comparar con ninguno de los extraditados guatemaltecos. Y es que El Salvador tiene una costa pequeña, imposibilidad de construir pistas (de aterrizaje), un acceso muy limitado a Guatemala. Mientras que ahí tenés Honduras, que tiene una costa Caribe, que tiene un acceso a Guatemala mucho más grande, que tiene una infraestructura y una geografía mucho más propicia para los delitos vinculados a las drogas…

En El Salvador la pandilla monopolizó el crimen, esa expresión de la violencia tuvo su explosión principalmente en El Salvador.

Luego están las “excepciones”: Nicaragua y Costa Rica. ¿Por cuánto tiempo crees que van a poder seguir siendo la excepción a los niveles de violencia de la región?

Yo creo que por mucho más. La verdad es que de Costa Rica yo no tengo ni idea, pero a Nicaragua sí me he acercado y tengo una teoría -que es simplemente eso, una teoría-. Yo creo que en Nicaragua hay dos cosas que influyeron en que no tengan pandillas.

Una, que la migración nicaragüense hacia EE.UU. durante los 1980 no se comparaba con la migración desde El Salvador y Honduras. Es decir, hubo menos deportados, hubo menos jóvenes conviviendo con el ecosistema pandillero del sur de California.

Y dos, que aunque ahora los sandinistas se hayan convertido en una caterva de corruptos, alguien ganó la guerra y construyó base social, formas de interacción social; alguien tuvo el control durante todo ese tiempo. Entonces en Nicaragua es muy difícil que te pase algo como en El Salvador: que un grupo de 20 muchachos que no pasan de los 25 años controlen a más de 2.000 personas en una colonia sin que esta gente se hable, se organice, diga algo.

Yo sé que hay otras diferencias internas, pero creo que el triunfo de un lado hizo una gran diferencia. Mientras que, en El Salvador, el conflicto nunca se dirimió. El Salvador es un país sumamente polarizado y la guerra nunca terminó en términos ideológicos, nunca hubo puntos de acuerdo, una propuesta intermedia.

Están los polos opuestos: el voto duro de ARENA y el voto duro del FMLN, que ronda los 800.000 desde siempre, para cada partido. Entonces nunca se generó ese punto de encuentro y si bien la guerra terminó en términos de balazos, psicológicamente continuó. Aunque creo que la gran contención, como hecho histórico, fue que nunca hubo tantas deportaciones

¿O sea que no hay lecciones o estrategias que se puedan extrapolar del caso nicaragüense a El Salvador? ¿Es demasiado tarde?

Hay un personaje en El Salvador ahorita mismo, que es absolutamente detestado por todo el mundo, incluso ahorita está preso…

¿Raúl Mijango (el arquitecto de la tregua pandillera)?

Raúl Mijango. Él decía algo, en una entrevista con El Faro, que yo creo. Decía que el fin de la tregua y la postura de este gobierno de reprimir a él le recordó el intento de acuerdo de paz de 1982, cuando la guerra apenas empezaba. Y entonces Mijango también dijo algo que para mí es muy sabio: que hoy por hoy en El Salvador la idea de una paz dialogada, negociada con las estructuras criminales, está muerta. Y que vamos a tener que esperar una década para que la idea vuelva a surgir.

Ahorita en El Salvador es el tiempo para que los que están ansiosos de sangre sacien su sed. Y lamentablemente eso es lo que viene.

¿En medio de todo esto, vos has encontrado en la región algo de lo que agarrarte, algo que te dé esperanzas de que las cosas puedan cambiar?

Yo no soy naturalmente positivo, pero fíjate, aspiro que algo de lo que está pasando en Guatemala se nos contagie. Te lo digo de esta forma: me encantaría ser periodista en una sociedad como la guatemalteca, me encantaría encontrar de que cuando vos denunciás a una autoridad corrupta hay algún apoyo y no solo puteadas y amenazas, como nos ocurre en El Faro, que parece que el que estemos denunciando ejecuciones extrajudiciales nos convierte en unos parias, casi mareros, casi pandilleros.

La revista guatemalteca Nómada hace poco lo hacía ver muy bien, de una muy buena forma. Decía, ¿qué es lo que redujo el número de homicidios en Guatemala? Porque ahora es un poco injusto hablar del Triángulo del Norte en término de homicidios. Guatemala está muy por debajo de nosotros.

El Salvador y Honduras van a terminar este año por encima de los 50 homicidios por cada 100.000 habitantes y Guatemala anda en 32. Y eso es más bajo que el mejor promedio salvadoreño de todo el siglo. Pues bien, decía Nómada, Guatemala lo consiguió combatiendo la corrupción, con un Ministerio Público fuerte, con una CICIG que lo apoyaba.

Porque no es solo en la calle y a balazos que se soluciona la violencia. Esta gente la está solucionando en despachos, con investigaciones profundas, con acusaciones a políticos, desenmascarando a jueces corruptos, alcaldes corruptos; desmantelando a ese sistema que permitía la violencia y se sentía cómodo en el caos.

A mí me da esperanzas Guatemala.

Y si entiendo bien, es porque todavía tenés esperanza que hacés el periodismo que hacés, ¿no?

A mí la idea de un periodista como alguien que nada más refleja lo que ocurre, como un escribiente de sus tiempos, como un historiador en tiempo presente, no me gusta. Para mí el periodismo es una actividad política. No una partidista, política. Y la posición de El Faro está muy clara: defendemos los derechos humanos, defendemos la democracia. Esa es una postura política.

Entonces sí, yo aspiro a que algo cambie. Aspiro que gente poco a poco se deje horadar, así como el mar horada la roca: lentamente. Y con el tema de las ejecuciones extrajudiciales ya ha ocurrido.

Yo soy un tipo de pocas esperanzas, pero ¿qué ha pasado últimamente? Que destapamos la caja de Pandora. Nosotros publicamos lo de la masacre de San Blas, publicamos la masacre de Zaragoza y La Prensa Gráfica publicó Pajales, otra (masacre).

El Faro publica también el asesinato de familiares de un policía en el marco de un operativo de represión policial y Factum publica su material (que hizo que se redoblaran las amenazas de muerte al periodista de las dos redacciones, incluyendo en contra del propio Martínez). Y todo esto llegó al informe de derechos humanos del Departamento de Estado gringo, llegó a una audiencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se generó ruido sobre cómo no podemos volver a un tiempo anterior.

Yo sí creo que se están logrando cosas. Aunque falta mucho, mucho tiempo para que podamos cambiar a una sociedad a la que han dado tanto palo durante tanto tiempo. Porque la nuestra es una sociedad que solo entiende de violencia porque solo eso conoce.

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