Ataques sónicos a diplomáticos en Cuba refrescan memoria de ex preso político
Miami — Un mal recuerdo, reavivado por los ataques sónicos a diplomáticos de la embajada estadounidense en Cuba, es la única secuela que le queda al antiguo preso político cubano Luis Zúñiga de las prolongadas torturas auditivas sufridas en la cárcel.
A sus 70 años, 19 de ellos en cárceles de Cuba y 29 como exiliado en Estados Unidos, Zúñiga se apesadumbra cuando habla del tormento conocido como “los ruidos electrónicos”, del que fue víctima “días y días” en dos momentos de su vida como preso político.
Aunque no le permitieron graduarse como ingeniero, porque no quiso sumarse a la Revolución, este habanero tiene una mente “analítica” y conocimientos e interés por la tecnología, según dice en una entrevista con Efe en Miami.
“A nosotros nos aplicaban ultrasonidos de alta amplitud de onda. Lo de ahora parecen ondas de baja frecuencia pero alta intensidad”, señala.
Se refiere a las 21 personas, funcionarios de la embajada estadounidense en La Habana y familiares de estos, que fueron blanco en 2016 de aparentes “ataques sónicos” que en algunos casos han llegado a causarles sordera y otros problemas de salud.
También diplomáticos canadienses, al menos cinco de acuerdo con medios de Canadá, han padecido los mismos problemas.
Zúñiga no tiene ni un atisbo de duda al responder a la pregunta de si el Gobierno cubano está detrás de lo sucedido. “Absolutamente”, dice.
Descarta totalmente que sea obra de personas que hayan actuado por su cuenta, algo a su juicio imposible en un “estado policial” y cree que, como mucho, podría ser un “error humano”: que alguien se pudiera haber excedido con la intensidad de las ondas.
Para este “plantado”, como se conoce a los presos políticos más rebeldes, que se fugó dos veces y fue castigado por ello en los pabellones especiales de los penales de Combinado del Este (La Habana) y Boniato (Santiago de Cuba), el propósito de los “ataques sónicos” es el que tiene siempre la inteligencia cubana respecto a los diplomáticos extranjeros.
“Amedrentarlos, crearles un estado de desasosiego, ponerles a la defensiva, para inhibirles de hacer algo que vaya contra los intereses del régimen y de paso mandar un mensaje al Gobierno (en este caso EE.UU.): ¡cuidado con lo que hacen aquí!”, señala.
Zúñiga ha contado su propia experiencia y denunciado violaciones de los derechos humanos en Cuba ante el Consejo General de Naciones Unidas que se encarga de esos temas y tiene sede en Ginebra.
Lo pudo hacer como parte de la delegación de Nicaragua, durante las presidencias de Violeta Chamorro y Arnoldo Alemán, y luego como parte de la de Estados Unidos con George W. Bush en la Casa Blanca.
Hace solo unos meses testificó en la primera audiencia publica de la Comisión Internacional de Crímenes de Lesa Humanidad del Castrismo que se celebró en Miami.
Allí denunció las torturas de las que fue víctima por parte de carceleros al mando del capitán Alvis Matos y recordó a su compañero de prisión Rafael del Pino Siero, quien, según su testimonio, se suicidó en medio de una de esas jornadas de “ruidos electrónicos” que hacían enloquecer a los presos.
Cuando se le pregunta si hay alguna prueba de que la causa directa del suicidio de Del Pino fueran los tormentos con “ruidos”, afirma: “Llevaba años de preso, ¿qué razón había para que se suicidara precisamente entonces?”.
Desde que llegó a Estados Unidos Zúñiga ha buscado a los agentes de la inteligencia cubana que desertan para que le pongan al día de las “técnicas” que emplean, pero no fue por ellos por los que conoció los antecedentes de las torturas con sonidos, que “no son una innovación cubana”.
El régimen comunista de Vietnam del Norte las usó contra los prisioneros durante la Guerra del Vietnam, dice.
Zúñiga no está de acuerdo con cerrar la embajada de Cuba en La Habana por los ataques sónicos, como proponen algunos senadores estadounidenses y, en general, no cree en la efectividad de las sanciones que perjudican al pueblo, sino en las que apuntan a la cúpula y su dinero.
En cualquier caso, para él hay una realidad ineludible: “los gobiernos de Estados Unidos, republicanos y demócratas, han optado por considerar al régimen castrista como inevitable”.