Lauda, el último héroe
Madrid — La muerte de Niki Lauda no es una pérdida sólo para el automovilismo; lo es para todo el deporte, que pierde a una de sus grandes figuras. Su fallecimiento se produce 25 años después del de Ayrton Senna, otro tricampeón mundial de Fórmula Uno, que este pasado cuarto de siglo dio cobijo a dos mitos: el brasileño, que era el mito muerto; y el austriaco, el mito viviente.
El paulista Senna murió en accidente el 1 de mayo de 1994, a los 34 años y a bordo de un Williams, en el Gran Premio de San Marino, en Imola (Italia). Lauda, que expiró este martes a los 70, en su Viena natal, sufrió otro accidente espectacular, en el Nürburgring alemán, en 1976. Donde de forma milagrosa salvó la vida, cuando entre varios pilotos lograron sacarlo, casi un minuto después, de entre las llamas que envolvían el Ferrari con el que un año antes había ganado su primer título. Desde entonces, su imagen estuvo ineludiblemente ligada a la de la gorra bajo la que escondía las graves heridas del percance.
El ídolo se convirtió en héroe cuando, poco más de un mes después de haber recibido la extrema unción -y desoyendo todo consejo médico- se subía al coche en Monza (Italia), el templo ‘ferrarista’; donde, anticipando salvajemente su regreso, tras saltarse sólo dos Grandes Premios, reanudó su lucha por revalidar el título.
Ese Mundial se decidió -por un solo punto- en la última carrera, bajo un fuerte aguacero, en Fuji (Japón), a favor del inglés James Hunt, con el que mantuvo una fuerte rivalidad deportiva que quedó plasmada de forma fehaciente en la película ‘Rush’ (2013).
Lauda era tan extremadamente inteligente que supo entender que, tras haber bailado un largo vals con la muerte, era preferible no volver a danzar con esa extraña dama. Y, a pesar de haber acelerado su retorno, tras dar un par de vueltas bajo el diluvio, supo bajarse del coche en la pista que albergó el primer Gran Premio de Japón.
Niki, que sumó 25 victorias en la categoría reina, logró un año después su segunda corona para Ferrari, la escudería más laureada de la historia de la F1. De la que fue, hasta la irrupción del alemán Michael Schumacher -que ganó cinco de sus siete títulos para la ‘Scuderia’-, su principal figura; y en la que ejerció de asesor.
Lauda se retiró dos veces. La primera, en 1979. La segunda y definitiva (regresó en 1982), en el 85: tras capturar, un año antes y con McLaren, su tercer título. En la categoría reina subió 54 veces al podio, firmó 24 ‘poles’ y otras tantas vueltas rápidas.
Gran enamorado de Ibiza, fue, asimismo, un gran empresario y un gran emprendedor. Fundó su propia línea aérea, Lauda Air, con la que sufrió el que describió como “el mayor golpe” de su existencia; otro accidente, que acabó, en 1991, con la vida de 223 personas, al estrellarse uno de sus aviones, en Tailandia. Una tragedia de la que el próximo domingo se cumplirán 28 años.
A principios de este siglo, ejerció de director de equipo de Jaguar, donde fue jefe del español Pedro de la Rosa, uno de los muchos que este martes expresó sus públicas condolencias por su deceso. Al igual que su compatriota el doble campeón mundial Fernando Alonso, sobre el que Lauda había explicado a Efe en Sao Paulo (Brasil), después de que el asturiano capturase su primer título, que lo merecía, por haber “sido el mejor piloto” ese año.
También destacó en sus labores de comentarista, que ejerció con maestría en la RTL, expresando sus opiniones de forma tajante, por duras que pudieran sonar. Lauda siempre estuvo por encima del bien y del mal. Y no titubeó en censurar -en el citado canal de televisión alemán-, nada más producirse, la acción de Schumacher al estampar su coche en la ‘Rascasse’, durante la calificación de Mónaco de 2006; para obstruir el posterior giro de Alonso, el año de su segundo título. Acto que al ‘Kaiser’ le costaría la anulación de su ‘pole’.
En España crearon controversia unas declaraciones en las que se refería a Alonso como un “perro salvaje” (“Alonso ist ein wilder Hund”). La traducción literal de su frase no sólo se prestó a equívoco, sino que se interpretó justo al revés: en alemán, ‘perro’ no tiene sentido peyorativo, sino neutro. Niki se refería al estilo de pilotaje del genio astur, que consideraba valiente y agresivo.
Si su papel, sobre todo como piloto, fue importante en Ferrari; como dirigente no lo fue menos en el desarrollo de la escudería Mercedes -esta vez junto a su compatriota Toto Wolff-, el equipo de Fórmula Uno que ha ejercido una tiranía aplastante durante estos últimos años, en los que festejó cinco títulos de piloto (cuatro con el inglés Lewis Hamilton) y otros tantos de constructores. Un campeonato en el que este año domina de nuevo ambas clasificaciones.
No pocos lo señalan como uno de los principales artífices del fichaje de Hamilton por las ‘flechas de plata’, estructura en la que su experiencia y sus sabias opiniones siempre se tuvieron en cuenta.
En su país, Lauda no era una estrella: era un dios. Durante los años 70 compartió trono nacional con Franz Klammer, oro olímpico ante su afición en los Juegos de Innsbruck’76 y el mejor descensista de todos los tiempos.
Pero el esquí alpino, en el que Austria no para de fabricar campeones, no tiene idéntica proyección mundial que la Fórmula Uno. Motivo por el se puede afirmar sin rubor, que, por méritos propios, Lauda haya sido, junto al músico Wolfgang Amadeus Mozart, el austriaco más reconocido internacionalmente a lo largo de toda su historia.
Adrian R. Huber