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La pareja que cruzó el Atlántico a vela con pasajeros que hacían “barcostop”

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EFE

La intrepidez de una pareja que acaba de cruzar el Océano Atlántico a pura vela y sin haber estudiado navegación, llevando además a unos pasajeros que hacían “dedo” por el camino, no es cosa de locos sino un método para “cultivar la espiritualidad”, asegura el “capitán”, el cubano David Berenguer.

Lara Gandía, natural de Valencia (España), y Berenguer, que afirma haber recorrido juntos unas 1.700 millas náuticas para desafiar ciertas convenciones y reglamentos, como que un “indocumentado” puede viajar libremente con un barco que sí “tiene papeles”, llegaron a Miami en estos días después de dos meses de travesía con el viento a favor.

Pero el velero Lourdes-Emyca, de 30 pies de eslora y cuyas reservas de combustible solo alcanzan para 300 millas, llegó maltrecho y necesita ser reparado.

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Con el ancla echada en la Bahía Vizcaína de Miami, la nave, fabricada en Alemania en 1974, descansa a unos pocos metros de un embarcadero medianamente lujoso.

“Dimos ‘barco stop’ a unos pasajeros que querían llegar a América, entre ellos a un monje budista húngaro”, narra Berenguer al recibir a Efe a bordo y mientras hace un café negro al que añade poco azúcar.

Los otros pasajeros, además de la perra Lila que viaja con la pareja a todas partes, eran un ciudadano griego que necesitaba millas para sacarse el carné de capitán, y un madrileño que quería llegar a México para emprender un proyecto de arte callejero.

“Fue un reto (queda en silencio Berenguer mientras ordena sus palabras). En tan poco espacio con tantas personas a bordo y con diferentes culturas... Pero fue bonito, nos entendimos. La travesía duró dos meses hasta Martinica navegando juntos”, explica el cubano de 33 años.

Estos pasajeros subieron en las islas Canarias (España), pero la pareja había zarpado del puerto de Badalona, en Barcelona, y se deslizó por el Mediterráneo hasta la isla canaria La Graciosa.

Lara, de 28 años recién cumplidos, recita de memoria el nombre de los puertos que tocaron, una veintena.

Ella no encuentra palabras para explicar por qué lo hizo, hasta que lo mira a él y entonces es que se sabe que fue por amor.

Se conocieron en septiembre pasado en Menorca (Islas Baleares), donde Berenguer hacía trabajos temporales con la ilusión de comprarse un barco para visitar amigos y familiares dispersos por el mundo.

La travesía, aunque atractiva, entrañó riesgos, sobre todo por las condiciones de hacinamiento que aceptaron, y además con una parte del mástil partido en medio del océano, de noche y con olas de unos tres metros de altura.

Pero Lara dice que no pasó miedo y tampoco quiere pensar en la vuelta o en el próximo puerto, porque a ciencia cierta todavía no saben a dónde van.

“En el Mediterráneo paramos mucho”, recuerda Lara.

Badalona, Vilanova i la Geltrú, Castellón, Gandía, Villajoyosa, Cartagena, donde se quedaron sin motor, que es necesario para entrar a los puertos, “la primera aventura fuerte”, cuenta Lara. Todos, sitios mediterráneos que iban dejando atrás.

“Luego Águila, Garrucha, Cabo de Gata, San José, Almerimar, Línea de la Concepción, Algeciras, Gibraltrar, Marruecos y ya cambiamos, dejamos el Mediterráneo y entramos en el Atlántico”, enumera la valenciana.

El 31 de diciembre pasado llegaron a La Graciosa a las doce de la noche, pero como las islas Canarias tienen una hora menos que la península, pudieron pasar la Nochevieja. En Cabo Verde tuvieron que decidir si por fin cruzaban o no el Atlántico.

“De Cabo Verde a Martinica. De ahí a Puerto Rico, pero antes nos encontramos con una isla venezolana por el camino, Isla de las Aves, te encuentras ahí un búnker con militares adentro. Al principio nos asustamos un poco”, hila la narración Berenguer.

Su duda era que, al viajar con pasaporte cubano, tuviera algún problema. Llegó con una crisis de asma a esa isla que apenas aparece en el mapa.

“Pero ellos me atendieron bien, me dieron medicamentos cubanos, me pusieron aerosol y nos dieron comida. Es una isla pequeña que no tiene ni un árbol. Sólo arena y un búnker”, detalla.

De ahí a Puerto Rico y luego a Cuba, uno de los destinos preferidos del “capitán”, que tuvo la amarga experiencia de que a su padre, al que hacía cinco años no veía, las autoridades cubanas no lo dejaron subir a bordo, ni tan siquiera para visitar el Lourdes-Emyca.

Berenguer lo narra con dolor. Se le hace un nudo en la garganta. Su padre, antiguo constructor de barcos, había sido en parte su inspiración.

La otra fue el desafío de tocar tierra en La Habana y Miami (Florida) con pasaporte cubano, porque el español lo dejó en la península con toda intención.

Berenguer y su novia se marcharon de Cuba desilusionados, frustrados. Al llegar a las costas de Florida, las autoridades le extendieron un visado por seis meses y le dieron la bienvenida.

Ahora la pareja hace una colecta en la página GoFundMe “David Lara Lila, los sobrevivientes del Atlántico”, para continuar viaje sin destino marcado, con un velero que Berenguer compró a un italiano en Menorca sin saber que tenía varias vías de agua y que casi se hundía.

La reparación, dice, le costó un sinfín de problemas.

Para el cubano, que estudió artes plásticas y además de navegar se dedica a fotografiar gentes y paisajes con una cámara de cajón, reclutar a un marinero es bien difícil, de ahí que haya tenido mucha suerte en este viaje (lo dice por Lara).

Finalmente, ella puede explicar por qué hizo el viaje: “Así se presenta la vida, y porque antes que nada lo conocí a él. Entre un enganche y otro... Nos conocimos justo antes de zarpar”, dice la joven española de ojos azules.

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