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Opinión: Cómo ayudar a los inmigrantes detenidos por Trump en Otay Mesa, una carta a la vez

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Las historias de solicitantes de asilo se agolpan en mis pensamientos.

Está Thomas, de la República Democrática del Congo, quien está bajo custodia en el Centro de Detención de Otay Mesa, en San Diego, hace dos años y ocho meses, luego de escapar de un régimen opresivo que detuvo a cientos de activistas prodemocráticos y de derechos humanos. También está Andrés, que huyó de las pandillas en El Salvador, aferrándose a su fe evangélica para aliviar el dolor de la separación de su familia y su incapacidad para informarles cómo o dónde está. De Eritrea está Fxum, que huyó porque su país “está en malas condiciones y el gobierno es dictatorial… Huí a Estados Unidos para salvar mi vida”.

Pero ninguno de ellos está realmente a salvo.

Investigadores de la Universidad de California en San Diego analizaron miles de expedientes de solicitantes de asilo que estuvieron bajo custodia federal entre octubre de 2018 y junio. Sus datos muestran que los migrantes informaron que se les daba comida en mal estado, agua sucia y no tenían suficiente espacio para dormir.

Conozco algo de sus historias porque durante los últimos cuatro meses he sido voluntaria de redacción de cartas para Detainee Allies, un grupo de acción que, entre otras cosas, une a personas como yo con hombres y mujeres detenidos por Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en Otay Mesa. Ellos ven mis cartas por correo electrónico; yo leo las suyas cuando son publicadas semanalmente (con sus nombres completos editados) en una unidad privada de Google, donde se comparten las respuestas a todas las cartas de los voluntarios. No puedo liberar a los detenidos ni discutir sus casos de asilo, pero escribir para apoyarlos es algo que sí puedo hacer.

Conozco así las pesadillas de las que huyen, la textura de sus vidas. Ellos aprenden que hay una comunidad que no les permitirá permanecer sin voz, sin nombre, desaparecidos detrás de las prisiones de ICE, como la de Otay Mesa, dirigida por CoreCivic, una corporación que se describe en su sitio web como proveedora de “soluciones inmobiliarias gubernamentales”.

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Podrían detener a familias con niños más allá del límite

Un detenido, Horacio, explica en una carta que su grupo de música favorito son los Bee Gees y que ama a Clint Eastwood; un “muy buen actor de películas occidentales”. Conoce los films estadounidenses porque sus padres lo trajeron a Estados Unidos cuando tenía 16 años de edad. Tomó clases de inglés y cosechó brócolis, fresas, coliflores y alcachofas en el valle de Salinas. Ahora está aterrorizado de ser enviado a México, “donde hay asesinatos de masas”, y alivia las preocupaciones de su amigo por correspondencia, quien teme que su relato de los viajes de verano sólo lo haga sentir peor:

“Puedo imaginar en mi mente lo que haces todos los días en tu casa y, créeme, sé dónde está Maine. Sé los nombres de todos los estados de EE.UU... Solía ir a esas ciudades que están junto al mar, como Monterey, Santa Cruz, sólo para caminar y hablar con los estadounidenses que honestamente fueron y son muy amables y amigables… Recuerdo que me encantaba conversar con esas personas sólo para mejorar mi inglés... La gente de esa zona es tan dulce y siempre está dispuesta a ayudar. Sé que la mayoría de los estadounidenses son así, puedo decirlo porque de los años que viví aquí tengo muy buenos recuerdos con la gente de este país”.

Nakamoto, una pequeña compañía de Maryland que monitorea los centros de detención, ofrece evaluaciones insípidas, pero otras agencias de vigilancia señalan que la atención médica es laxa y con un frecuente uso del confinamiento solitario.

Un joven llamado Mohammed escribe que fue torturado en su país natal, Yemen. Su carta incluye lo que quisiera transmitir a un magistrado de asilo, si alguna vez tiene la oportunidad de comparecer ante uno:

Honorable juez:

Espero que me den el derecho de protección y me dejen vivir en este país como cualquier ciudadano. Les prometo que serviré a este país y trabajaré para construirlo día y noche, y lo cuidaré tal como cuido de la pupila de mis ojos. Seré un vigilante confiable y un miembro contribuyente de la sociedad, no una persona destructiva.

En agosto, representantes de Detainee Allies se unieron a una delegación del Caucus Judío Legislativo de California, al que se le otorgó un acceso poco común a Otay Mesa. Leí su informe. Lo que los detenidos les dijeron fue desgarrador, y ahora bien conocido: Aduana y Protección Fronteriza los mantiene en celdas demasiado frías (apodadas hieleras), a veces con las luces encendidas las 24 horas del día, los siete días de la semana, y con sólo una capa de papel de aluminio y una colchoneta delgada que los amortigua del suelo frío.

En Otay Mesa, los refugiados y los solicitantes de asilo tienen un acceso extremadamente limitado a la ayuda legal, la familia y el mundo exterior en general; [ellos] denuncian guardias racistas, negligencia médica y confinamiento solitario como castigo. CoreCivic, el mayor propietario de centros de detención de asociaciones del país, lo niega todo.

De los 1.412 reclusos que había en detención federal en Otay Mesa hasta agosto, 978 eran detenidos de ICE, provenientes de 73 países diferentes, según Detainee Allies. Se les pagaba alrededor de $1 por día para unirse a un programa laboral “voluntario”, trabajando en limpieza, jardinería y en la lavandería, lo cual debe representar un ahorro de costos para CoreCivic. Para el primer trimestre de 2019, la corporación reportó un aumento anual de 31% en el ingreso neto.

Cada semana pienso cómo fortalecer el espíritu de alguien que ha sufrido las condiciones de detención de CBP e ICE, en una nación fundada en la idea de ofrecer refugio a quienes huyen de la persecución y la violencia. Esa necesidad de refugio es parte de mi propia historia familiar: mi padre y mis abuelos huyeron de Rusia durante una guerra civil en 1921, y comenzaron una nueva vida en Estados Unidos.

¿Qué puedo decirle a Esperanza, una joven guatemalteca, detenida en Otay Mesa durante dos meses y 22 días, que escribe: “Vine porque en mi país la violencia hoy es demasiada; sólo Dios conoce nuestro sufrimiento. Espero salir”.

Le describo a Esperanza la manifestación de Lights for Liberty en el centro de Los Ángeles, realizada en julio pasado; cómo la multitud iluminó con linternas esas rendijas de las ventanas del Centro de Detención Metropolitano, donde ICE alberga a algunos inmigrantes. Las luces dentro de la torre se encendían y apagaban, en respuesta. Yo estuve allí, mientras una multitud de mil angelinos les gritaba: “¡No están solos!”.

Louise Steinman fundó la serie de conferencias Aloud, en la Biblioteca Pública de Los Ángeles, y fue su curadora durante 25 años. Es la autora de “The Souvenir: A Daughter Discovers Her Father’s War” (El recuerdo: una hija descubre la lucha de su padre). La Universidad Estatal de San Diego mantiene un archivo de cartas de Detainee Allies, cuya publicación en línea está autorizada.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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