Opinión: ¿Cuándo se es demasiado mayor para ser presidente?
En toda la historia de Estados Unidos, sólo hemos tenido dos presidentes que terminaron su mandato después de los 70 años: Dwight Eisenhower, que tenía esa edad cuando terminó su segundo ciclo, y Ronald Reagan, que tenía 77 años. Hasta Trump, nunca habíamos tenido un mandatario que asumiera el cargo después de cumplir 70 años.
Sin embargo, en la elección de 2020 podría ocurrir que los dos candidatos de los partidos mayoritarios sean septuagenarios. Al momento de la próxima toma de mando Trump tendrá 74 años de edad. Los tres principales candidatos demócratas de hoy, Joe Biden, Bernie Sanders y Elizabeth Warren, tendrán 78, 79 y 71, respectivamente.
¿Es un problema? Quizá sí, o quizá no.
Ciertamente, es importante que el presidente de Estados Unidos funcione a un alto nivel. Pero las personas envejecen ahora de manera muy diferente, por lo cual, si bien alguien aún puede estar bastante en forma intelectualmente a los 75, o incluso a los 95, otra podría mostrar signos significativos de deterioro mental relacionado con la edad mucho antes.
El hecho de que tantos candidatos de setenta y tantos años estén en carrera política es, en cierta forma, una señal de progreso. Durante décadas, a partir de 1935, cuando el presidente Franklin D. Roosevelt estableció los 65 años como la edad en que se podían reclamar los beneficios del Seguro Social, la cifra se consideró como la “edad jubilatoria”. Pero mucho ha cambiado desde entonces.
Incluso, en 1935, sólo alrededor del 57% de la población del país llegaba hasta los 65 años, y la esperanza de vida promedio era de 61.7 años. Hoy en día, la esperanza de vida en EE.UU es superior a los 78, y aproximadamente el 78% de los estadounidenses viven hasta los 65 años. Este cambio demográfico hacia personas mayores y más sanas, denominado “tsunami plateado”, nos está obligando a reconsiderar la vida laboral útil, y por ende la edad óptima de jubilación.
Pero eso también trae complicaciones, especialmente para trabajos tan exigentes como la presidencia. Si bien los impedimentos físicos que requieren jubilación son generalmente aparentes, las condiciones neurológicas pueden ser menos obvias, porque los cambios en el pensamiento a menudo son sutiles y tardan más en reconocerse. El funcionamiento cognitivo implica una variedad de factores, que incluyen atención, memoria, resolución de problemas, toma de decisiones y velocidad de procesamiento. Los estudios han demostrado que estas funciones disminuyen a diferentes velocidades con el envejecimiento, y algunas, las que dependen del conocimiento y la experiencia, en realidad pueden mejorar con la edad.
Pero el dilema es que no podemos saber cómo envejecerá un individuo en particular. Hemos tenido varios presidentes que -ahora sabemos- tuvieron problemas cognitivos mientras estaban al frente. Woodrow Wilson sufrió múltiples accidentes cerebrovasculares, incluido uno que lo dejó incapacitado en gran medida durante el otoño de 1919, justo antes de que el Tratado de Versalles fuera presentado ante el Senado de EE.UU para su ratificación. Como resultado del derrame cerebral, Wilson no pudo presionar eficazmente por el acuerdo que había negociado personalmente, y el Senado lo rechazó. Se sabe ampliamente que Franklin Roosevelt sufría de deterioro cognitivo cuando se reunió con Churchill y Stalin, en Yalta, para negociar cómo sería el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Dos meses después del encuentro, Roosevelt murió de un derrame cerebral.
El Congreso propuso la 25º Enmienda, que fue ratificada en 1967, como protección contra un mandatario con salud deteriorada. Entre otras cosas, esta señala que si el vicepresidente y la mayoría de los secretarios del gabinete envían una carta a los presidentes de la Cámara de Representantes y del comité del Senado, declarando que “el primer mandatario es ‘incapaz de cumplir con los poderes y deberes de su cargo’, entonces el vicepresidente asumirá el poder”. Pero invocar la enmienda sería una decisión muy difícil.
Debido a la falta de conciencia o negación, la demencia es difícil de detectar en las primeras etapas; los primeros signos a menudo son sutiles y son descubiertos por familiares o compañeros de trabajo, pero no por todos. Se estima que la incidencia de demencia, la forma grave de deterioro cognitivo, está presente en el 10% de las personas mayores de 65 años, y aumenta con la edad hasta alcanzar al 40% en los mayores de 80 años.
Es importante destacar que los cambios cognitivos observados con el envejecimiento normal son muy variables. Algunas personas mayores conservan la capacidad de resolver problemas complejos y aprender nuevos idiomas, así como los de 30 años. En contraste, otros tienen problemas para encontrar la palabra correcta o tomar los medicamentos correctos. El envejecimiento normal se asocia más comúnmente con una leve distracción, un procesamiento menos eficiente de la información y una leve dificultad para hacer dos cosas a la vez, aprender cosas nuevas y resolver problemas. En algunos casos, la sabiduría acumulada de toda una vida puede más que compensar las dificultades cognitivas leves. Pero es muy difícil saberlo.
Con la tendencia actual de las personas mayores a postularse para la presidencia, necesitamos nuevas reglas. La edad en sí misma no debe descalificar a alguien para el cargo. Pero debería haber alguna forma de evaluar la aptitud mental.
Una idea sería exigir que el presidente se someta a una evaluación anual realizada por un panel independiente de médicos, que incluya un extenso examen cognitivo realizado por un neuropsicólogo. El aspecto más importante de la evaluación sería observar los cambios en el funcionamiento cognitivo de toda la vida y determinar si estos son lo suficientemente significativos como para merecer un diagnóstico de demencia. Tener un registro inicial de rendimiento en las pruebas neuropsicológicas permitiría al panel detectar una disminución de la cognición en una etapa temprana.
Sería ideal, por supuesto, conocer las dificultades cognitivas de un candidato antes de una elección. Pero es un tema complicado, y es mejor dejarlo para después de que el país se sienta cómodo con las evaluaciones regulares al presidente.
La capacidad de razonar y utilizar una gran base de conocimientos para hacer juicios sabios no necesariamente disminuye con la edad. Pero es crucial que cualquier deterioro en esas áreas sea detectado en un presidente en ejercicio antes de que derive en decisiones peligrosas.
Gary Rosenberg es médico, profesor y director del Centro de Memoria y Envejecimiento de la Universidad de Nuevo México. Kathleen Y. Haaland es neuropsicóloga y profesora de psiquiatría y ciencias del comportamiento en la Universidad de Nuevo México.
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