Tal vez sea Trump, y no sus asesores, quien necesite ‘regresar a la escuela’
Donald Trump es famoso por lanzar rabietas por Twitter, en las que critica a sus propios funcionarios designados. ¿Recuerda sus ataques adolescentes contra el antiguo procurador general Jeff Sessions? Este 30 de enero, Trump lo hizo de nuevo cuando acusó a sus principales oficiales de inteligencia de ser ingenuos respecto a Irán, y les sugirió que “regresen a la escuela”.
Pero esta última burla fue peor que simplemente otra muestra de deslealtad o violación de decoro. Fue una prueba —una más—, de que a este presidente no le interesa la información que podría poner en tela de juicio sus preconcepciones, a menudo falaces, sobre el mundo. Se trata de un augurio ominoso para la futura conducta de la política exterior estadounidense, ya confundida por varias acciones poco meditadas del mandatario, como la más reciente, su impulsivo anuncio del retiro de 2,000 soldados de Siria.
El director de Inteligencia Nacional, Dan Coats; la directora de la CIA, Gina Haspel, y el director del FBI, Christopher A. Wray, todos ellos designados por Trump, se encontraban entre los funcionarios que declararon ante el Comité de Inteligencia del Senado acerca de su reciente “Evaluación de amenazas mundiales”. Sobre varias cuestiones, las evaluaciones de los oficiales de inteligencia partieron de los puntos de discusión de Trump.
Por ejemplo, Coats declaró que Irán “no está realizando actualmente las actividades clave de desarrollo de armas nucleares que consideramos necesarias para producir un dispositivo nuclear”, y que continúa implementando el acuerdo internacional de 2015, del cual Trump retiró a Estados Unidos en mayo de 2018 (el mandatario había afirmado que se trataba del “peor trato jamás negociado”).
Coats sí culpó a Irán por participar en actividades de espionaje cibernético, violar sus obligaciones en el marco de la Convención de Armas Químicas y construir misiles balísticos que “continúan siendo una amenaza para los países de Medio Oriente”.
Sin embargo, esa crítica no apaciguó a Trump, quien despotricó por Twitter contra la comunidad de inteligencia, por ser “extremadamente pasiva e ingenua cuando se trata de los peligros de Irán. ¡Están equivocados!”
Irán no fue el único tema en el que los jefes de inteligencia estuvieron en desacuerdo con la visión del mundo del primer mandatario. El presidente alardeó sobre el éxito de su diplomacia nuclear con Kim Jong Un, de Corea del Norte, con quien tiene previsto reunirse por segunda vez el próximo mes. Pero Coats afirmó que la comunidad de inteligencia sigue creyendo que “es poco probable que Corea del Norte renuncie a todas sus armas nucleares y sus capacidades de producción, incluso cuando trata de negociar pasos de desnuclearización parciales para obtener concesiones estadounidenses e internacionales clave”.
Finalmente, el informe de Coats predijo que “los intentos en medios sociales de Rusia continuarán centrándose en agravar las tensiones sociales y raciales, minar la confianza en las autoridades y criticar a los políticos que se perciben como contrarios a Rusia”, y que buscarán a la vez formas nuevas y más específicas de influir en la política y las elecciones de EE.UU.
A Trump, por supuesto, le ha costado aceptar el hallazgo por parte de la comunidad de inteligencia de que Rusia trató de influir en las elecciones presidenciales de 2016, en su nombre.
En una cumbre con el presidente ruso Vladimir Putin, realizada en Helsinki en julio pasado, Trump pronunció la famosa frase: “Mi gente vino a mí, Dan Coats vino a mí y a otros, y nos dijo que creen que fue Rusia. Yo estoy con el presidente Putin; él acaba de decir que no es Rusia. Solo diré esto: No veo ninguna razón por la cual podría serlo” (más tarde, en respuesta a las críticas, aclaró que había querido decir: “No veo ninguna razón por la cual no podría serlo”).
Aunque otros funcionarios de la administración, incluido el vicepresidente Mike Pence, fueron duros y críticos con Rusia, el presidente ha sido extrañamente reacio a enjuiciar a Putin. Una explicación plausible es que Trump cree que criticar a Rusia, especialmente en relación con la interferencia electoral, sería socavar la validez de su propia victoria.
Por lo tanto, el verdadero problema no es que Trump menoscaba a sus propios funcionarios de inteligencia, aunque tal comportamiento es mezquino e indigno de un presidente. El problema más grave es que el mandatario, por razones arraigadas en el egoísmo, parece no estar dispuesto a escuchar información que podría exigirle reconocer un error o reconsiderar una opinión previa. En algún momento, la negativa a enfrentarse a la realidad podría traducirse en una acción —o una inacción— peligrosa.
Las agencias de inteligencia no siempre hacen todo bien. Su falibilidad quedó trágicamente expuesta cuando se supo que Estados Unidos fue a la guerra en Irak basándose en parte en información errónea sobre la posesión de armas de destrucción masiva por parte de Saddam Hussein (un ejemplo citado por el propio Trump).
Pero así como un presidente no debe aceptar sin sentido crítico las conclusiones de la comunidad de inteligencia, tampoco debe rechazarlas solo porque reconocer la verdad podría herir su ego o forzarlo a replantearse sus ideas preconcebidas. Tal vez sea el presidente, y no sus asesores, quien necesita volver a la escuela.
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