Citas a ciegas con perdedores: esto es lo que aprendí al respecto
Cuando mi matrimonio finalizó, estaba demasiado en carne viva para considerar las citas en línea. Al principio decía que no cuando mis amigos querían presentarme a alguien, pero cuando me sentí perdida en mis noches libres de niños, comencé a decir que sí.
Al aceptar una cita a ciegas subcontrataba la cacería, pero esencialmente admitía que no podía salir a cazar por mi cuenta. Odiaba sentirme tan vulnerable, pero con un divorcio en mi haber no estaba segura de ser la mejor jueza de nada. ¿Por qué no darle la tarea a otra persona?
Una nueva cliente insistió en que tenía el hombre “perfecto” para mí. Ya no creía en “perfectos”, ni en cuentos de hadas y príncipes azules, pero esconderme tampoco era la respuesta. Ella era vaga respecto de qué lo hacía ideal, pero acepté darle una oportunidad. “¿Le dijiste que tengo un niño?”, le pregunté, ya que ese hecho puede separar de inmediato a los hombres de los inmaduros. “Mmm, no; creo que deberías decírselo una vez que te encuentres con él”, respondió. Nos puso en contacto y nos reunimos para tomar un brunch en Robertson.
Tenía cabello oscuro y una gran risa. Hablamos sobre su carrera y la compañía de entretenimiento que dirigía. Me dijo que su mamá había sido madre soltera y que había luchado por criar a sus dos hijos. Le dije que también era madre soltera. Parecía fascinado por el hecho de que yo estuviera divorciada. Era como si hubiera visitado otro planeta y hubiera vivido para contarlo.
Cuando nuestras ensaladas llegaron, debió confesarse.
“Esto es realmente incómodo, pero necesito decirte que acabo de volver con mi novia y estamos comprometidos”.
¿Cómo?
Notó la expresión de mi cara y comenzó a hablar más rápido.
“Casi te llamo para cancelar, pero no pensé ni por un minuto que realmente me sentiría atraído por ti. Y ahora aquí estamos y te encuentro atractiva, y eres madre soltera, y siento que debo confesar dónde estoy parado. No quiero hacerte perder el tiempo, pero súbitamente estoy un poco confundido”.
¿Falté a mi entrenamiento para esto?
Durante la siguiente hora, habló con el corazón acerca de los problemas en su relación y lo que había provocado su ruptura en primer lugar. Huelga decir que no coincidimos.
También estaba el actor de carácter, presentado por un amigo en común, que estaba en medio de un divorcio muy conflictivo. Nos conectamos con las historias de las peleas en una cena en el Valle, y aunque no hubo una chispa romántica, estaba agradecido por la compañía. Era un hombre hogareño y me llamaría e invitaría a su casa a ver una película. Reconocí la soledad en su voz. A veces, ver una película en casa era lo más cercano a sentirse casado para una persona divorciada. Una vez, me sentí mal y tuve que cancelar los planes; él se puso furioso. “¿Qué se supone que debo hacer con mi noche de domingo ahora?”, me ladró. No me molestó. Entendí por qué estaba enojado; los domingos son los más difíciles para los recién divorciados. Era demasiado pronto para sentirme responsable por las necesidades de otra persona, por lo cual la amistad terminó allí.
Luego estuvo la cita con un dentista, cortesía de un compañero de trabajo. Él detuvo el coche en mi apartamento y se estacionó contra la acera, en la dirección equivocada. Saltó de su auto y se acercó para saludarme. Me rodeó con sus brazos, en el abrazo de oso más grande que jamás haya me haya dado un extraño, y me hizo girar como una pequeña muñeca de trapo.
Alto, con el pelo rizado y cano, tenía una elegancia casual que contrastaba con su goma de mascar. Me guiñó el ojo traviesamente cuando cerró mi puerta del auto. Me pregunté en qué me había metido.
Grandes sacudidas y paradas repentinas del motor salpicaron el camino hacia Little Door, que afortunadamente estaba a sólo unas pocas cuadras de distancia.
Inmediatamente nos acompañaron a una mesa aislada. Me preguntaba qué ocurriría con el chicle, que aún disfrutaba de una gran rotación en su boca mientras él sorbía Chardonnay. Momentos después, un ayudante de camarero trajo una canasta de pan. “No aprendas de mí”, se rió, mientras depositaba el chicle en medio de un trozo de pan de oliva, lo doblaba como un sándwich y lo dejaba sobre la mesa.
Los puntos que había acumulado al comienzo de la cita que justificaban el abrazo del oso se perdieron rápidamente durante la cena. Estaba decepcionado por lo poco que bebía y se burlaba de mí por eso. Me entretuvo con historias de su salvaje juventud, pero sus hazañas con modelos y actrices me aburrían. “Para mí, siempre se trata de la silueta de una mujer”, afirmó.
Estaba claro que tenía un gran aprecio por el género femenino, pero por un cierto tipo de mujer: una mucho más joven.
Así, le presenté una amiga cuyos gustos (y silueta) se alineaban perfectamente, y ambos salieron por un tiempo.
Después de eso, me tomé un largo descanso y me centré en las partes de ser soltera que no incluían buscar pareja.
Pero las mujeres no somos camellos, como dice un refrán, y después de una larga sequía acordé otra cita arreglada, esta vez por una mujer que quería presentarme al mejor amigo de su marido, un hombre divorciado con hijos. “Deberías salir con alguien con niños, que entienda tu vida”, me dijo. “Él es lo máximo. No hay un tipo más agradable”.
Recorrí visualmente el bistró en busca de indicios de mi cita. Él había estado mirando su teléfono cuando levantó la mirada. Nuestros ojos se encontraron, y sonrió. Fue fácil hablar con él. No hubo una sola mención de una prometida ni una tendencia a salir con modelos o actrices. Al final de la noche, me preguntó cuándo podría volver a verme. Este año celebramos nuestro quinto aniversario de bodas.
Esas citas a ciegas habían sido un valioso campo de entrenamiento, una especie de universidad para salir, y estaba agradecida por ellas. Aprendí qué pistas escuchar: ¿Él quería hablar de su ex toda la noche? ¡Bandera roja! ¿Nunca tuvo una relación larga? Otra bandera roja.
También requería ser más valiente de lo que había sido antes en mi (más joven) vida amorosa. Hacer preguntas que antes evitaba, como: ¿Estás buscando novia o sólo quieres diversión? No cruzar los dedos y callar por temor a parecer necesitada. Prestar atención a las respuestas. Cuando consideré las citas como una oportunidad para aprender algo, ello enriqueció mucho la experiencia, incluso cuando quedaba claro que no éramos compatibles.
Pero, sobre todo, esos ensayos me ayudaron a reconocer un gran partido, cuando finalmente lo vi.
Traducción: Valeria Agis
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí
Suscríbase al Kiosco Digital
Encuentre noticias sobre su comunidad, entretenimiento, eventos locales y todo lo que desea saber del mundo del deporte y de sus equipos preferidos.
Ocasionalmente, puede recibir contenido promocional del Los Angeles Times en Español.