Inició tarde en la natación, pero esta campeona de 97 años supera a todos
Esta campeona en natación recién aprendió a sumergir su cara en el agua cuando llegó a la edad de jubilación. Es récord mundial, pero sólo tiene una vaga idea de sus marcas más rápidas. Es campeona nacional del estilo espalda y puede hablar sobre la mecánica de la brazada, pero prefiere entusiasmarse sobre la visión celestial que uno tiene, nadando de espaldas al mundo, con el cielo soleado arriba.
Algunas personas nacen con grandeza, mientras que otras imponen la grandeza sobre ellas; al menos, eso dicen. Maurine Kornfeld llegó a la grandeza a su debido tiempo, dejando que la inundara, mientras prestaba atención a cosas más importantes.
Ahora, esta trabajadora social jubilada, que no nadó su primera vuelta formal hasta poco antes de cumplir 60 años, tiene 16 récords mundiales en grupos etarios, 26 mejores en Estados Unidos y docenas de títulos en campeonatos nacionales. A fines del mes pasado, en el Masters de Natación de Estados Unidos, este retoño tardío de Hollywood Hills se embolsó seis títulos más.
Con 97 años, Mo Kornfeld es la socia de más antiguedad de los 64.000 miembros activos del programa U.S. Masters Swimming.
La colección de ex nadadores de preparatoria y universitarios, participantes olímpicos de antaño y recién llegados, nadan para mantenerse en forma y -si lo desean- para competir en eventos regionales, nacionales e internacionales.
En el primer día del encuentro por el campeonato en el suburbio de Phoenix, una mujer quemada por el sol miró hacia los cuerpos húmedos, vestidos con trajes de spandex, y divisó a Kornfeld: “Ahí está la reina”, afirmó.
Dirigiéndose a casi 2.000 nadadores y espectadores que se asaban bajo los 102 grados de calor, el altavoz anunció las hazañas acuáticas de Kornfeld como “titánicas”. El árbitro principal, Teri White, consideró a Kornfeld simplemente como “la estrella del encuentro”.
Sus compañeros en el equipo de natación del Rose Bowl Masters, de Pasadena, cuentan muchas historias acerca de “Mighty Mo” (la poderosa Mo): su capacidad de recorrer dos autopistas para entrenar, su conquista de la mayoría de los récords mundiales en el grupo de edad de 95 a 99 años, y todos los detalles de aquella vez que humilló a una francesa que se había atrevido a afirmar que ella sería la nonagenaria dominante en el Campeonato Mundial de 2017.
“Todo eso está muy bien”, afirmó Kornfeld sobre los elogios efusivos. “Pero, quiero decir, que es sólo natación. No va a cambiar el curso de las cuestiones mundiales”.
De hecho, así como sus compañeros de natación hablan sobre sus récords, lo hacen aún más apasionadamente sobre la Kornfeld que conocen desde el vestuario, la clase de aerobic acuático y, especialmente, desde el salón virtual que preside mientras disfruta de uno de los jacuzzis gigantes del Rose Bowl Aquatic Center.
“Me saluda con tanto entusiasmo cada vez que la veo, que me siento como una de sus personas favoritas”, afirmó Nancy Niebrugge, una compañera de equipo en el centro acuático, ubicado al sur del histórico estadio, que es un año más joven que Kornfeld. “Luego, cuando pasé más tiempo cerca de ella, comprendí que es así con todos. Te sientes especial alrededor de Mo”.
En su infancia en Great Falls, Montana, durante la Gran Depresión, la hija de Maurice y Mae Kornfeld difícilmente podría haber sabido que tendría una vida cosmopolita. “Las chicas lindas no hacían deportes”, recordó. Las mujeres jóvenes parecían predestinadas a convertirse en maestras, secretarias o enfermeras.
Kornfeld trabajaba en la tienda de ropa masculina de su padre, donde aprendió a relacionarse con extraños. Y pasó largas horas en la biblioteca de la ciudad, donde la bibliotecaria infantil alentaba el amor por el arte y las lecturas de aventuras.
En la preparatoria, escuchaba “The University of Chicago Roundtable”, una transmisión de radio de académicos que conversaban sobre los grandes temas del mundo occidental. El brillante y joven rector, Robert Hutchins, capturaba su imaginación particularmente, “Mi idea de la educación”, dijo una vez, “es desestabilizar las mentes de los jóvenes y enardecer sus intelectos”.
La graduada de preparatoria Mo, convenientemente enardecida, les informó a sus padres que quería asistir a la Universidad de Chicago. “Les aterrorizaba la idea”, recordó ella. “Estaban seguros de que me encontraría en la estación de tren con Al Capone”.
Su paso por la gran universidad consolidó su amor por el aprendizaje, los libros, el teatro y la ópera. “Era codearse con algunas de las mejores y más brillantes mentes”, recordó. “Quiero decir, ¿cómo no resultaría emocionante?”.
Obtuvo una licenciatura y luego una maestría en trabajo social, y se mudó a Los Ángeles, donde un hermano, Herb, era pintor e ilustrador comercial.
Kornfeld trabajó para el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles, y luego para un programa del Consejo Nacional de Mujeres Judías que proporcionaba cuidado infantil para mujeres trabajadoras. Más tarde se desempeñó en el Centro Médico Cedars-Sinai, en la creación de un programa de abuelos adoptivos.
La ética del trabajo social y de atender a los necesitados hizo eco del valor en la familia Kornfeld. “Te enfocas en los demás, no en ti mismo”, afirmó un día en su bungalow estilo Craftsman, donde la luz de Renoir inundaba la acogedora sala de estar. “Las selfies no se habían inventado todavía”.
En la década de 1970, Kornfeld logró esquivar la moda de la década y las numerosas transformaciones que siguieron. A ella le gustaba caminar y escalar las colinas de Los Ángeles. Pero cuando fue a nadar al YMCA de Glendale, un sábado de 1982, se sorprendió al saber que los “expertos” tenían la piscina reservada.
El entrenador le dijo que, si volvía, podría probar. En su primera práctica, el profesor Dom Neefe le pidió que hiciera un largo por la piscina, de ida y vuelta. Ella lo hizo, sosteniendo su cara por encima del agua durante los 50 metros, tal como había aprendido en el antiguo Morony Natatorium, en Great Falls. “¡Pon tu cara en el agua!”, le imploró Neefe. “¡Sumerge tu cara!”. Kornfeld consideraba eso como “un poco vulgar”. Pero, finalmente, obedeció.
“Y ese sábado llevó a otro sábado, y a otro sábado, y a otro”, recordó. No mucho después, Neefe le dijo a su novata de 60 años que llegara temprano con $7 para su entrada, y la llevaría a una competencia. Su traje de baño entero y con falda difícilmente estaba hecho para la velocidad, pero ella nadó de espalda las 50 yardas, y otras 50 en estilo libre. Cuando terminó el evento, alguien le entregó dos cintas azules: Mejor Principiante. Kornfeld recuerda: “Estaba asombrada”.
En el agua, sus brazos se balancean con cierta rigidez, ella no patea tan consistentemente como sus entrenadores le dicen, y su alcance es limitado, como es de esperar para alguien que lleva casi un siglo en tierra y agua.
Pero la nadadora -equipada en sus prácticas con un traje entero color violáceo, con las uñas de los pies pintadas a juego, compensa las formas imperfectas con un funcionamiento implacable. Sus brazos se agitan furiosamente, completando más del doble de brazadas por largo que sus compañeros más jóvenes. Y es conocida por sus finales fuertes, sus últimas vueltas en días de carrera a menudo son más rápidas que las primeras.
“A ella le encanta la sensación del agua”, afirmó Jim Montrella, ex entrenador de los Juegos Olímpicos, quien junto con su esposa, Bev, se convirtió en mentor y querido amigo de Kornfeld. “Además, le gana a casi todos cuando se trata de actitud”.
En Mesa, entre series, Kornfeld se acurrucaba con compañeros viejos y nuevos, como un nadador de Kentucky a quien había conocido una noche antes y ya la llamaba “querida amiga”. Las compañeras del equipo del Rose Bowl la rodeaban y cuidaban de ella, como rémoras que se pegan a una madre tiburón. Cheryl Simmons le desenredaba las correas del traje, Heidi Khalil le pasó algo de agua y el entrenador Chad Durieux colocaba su zapatilla de deporte tamaño 12 en la plataforma de cemento, para darle a su estrella un punto de partida (Kornfeld evitó los bloques de inicio y se zambulló desde la cubierta de la piscina).
La única otra mujer que se inscribió en el grupo de edad 95-99 abandonó. Eso significaba que Kornfeld comenzaría sus carreras junto a los octogenarios. Derrotó a algunos de los nadadores más jóvenes y ganó en su grupo etario en los seis eventos individuales, 50, 100 y 200 yardas tanto para estilo libre como para espalda. También compitió en dos carreras de relevos.
Otro nadador observaba y charlaba junto a la piscina: Matt Grevers, seis veces medallista olímpico y ganador de la medalla de oro de 2012 en las 100 de espalda. Grevers, de 34 años, marcó un récord de categoría en la carrera de espalda de 50 yardas, y los funcionarios del Masters de Estados Unidos no pudieron resistirse a reunirlos para una sesión fotográfica.
“Te admiro”, le dijo Grevers, de seis pies y ocho pulgadas de altura, sonriendo y envolviendo uno de sus brazos carnosos alrededor de Kornfeld, de cinco pies y cinco pulgadas.
“No, yo te admiro a ti”, respondió ella.
Mientras que los nadadores de élite más jóvenes, como Grevers, luchan para derribar por centésimas de segundo los récords mundiales, los límites de rendimiento en los grupos de edad superiores sólo están comenzando a ser probados. Con su ingreso al grupo de 95-99 hace un par de años, Kornfeld marcó un tiempo de 23:57.82 para el estilo libre de 1.000 yardas; más del doble de rápido que el récord nacional anterior, de 50:44.12.
El año pasado, el Salón de la Fama Internacional de Natación introdujo a Kornfeld en sus filas. Ella aceptó el honor en Jacksonville, Florida, pero habitualmente se encoge de hombros ante tales hitos.
“Envejecer es algo beneficioso, incluso deseable”, dijo, y agregó con una sonrisa: “¡Hasta cierto punto!”.
El entrenador Durieux no ve ninguna razón por la que Kornfeld no pueda reescribir los récords de la categoría etaria 100-104, lo cual sugiere que podría “reducir algunos de esos registros a la mitad. Aunque lo que realmente importa es que ella aún nada y se divierte”.
Tal dominio de los últimos años de vida es inusual, pero no único. En atletismo, Kozo Haraguchi, de Japón, comenzó a correr a los 65 años y a practicar a alta velocidad (sprinting) a los 76. Luego estableció el récord mundial de 95 a 99 años para los 100 metros, dos veces en dos meses, bajando la marca a 21.69 segundos.
Olga Kotelko, nacida en Ucrania, se había concentrado principalmente en el softbol cuando, a los 77 años, alguien le sugirió que podría tener una habilidad especial para el atletismo. Buen consejo, pues rápidamente, Kotelko tenía 23 récords en categorías etarias de todos los tiempos, en eventos como el lanzamiento de jabalina y lanzamiento de martillo.
Nadie ha ofrecido una explicación clara para estos prodigios atléticos de edad avanzada. Una teoría es que los deportistas de toda la vida han desgastado demasiado las articulaciones y los músculos para cuando llegan a los 90 años, mientras que los de florecimiento tardío todavía tienen sistemas musculoesqueléticos sanos, consideró Hirofumi Tanaka, director del Laboratorio de Investigación de Envejecimiento Cardiovascular de la Universidad de Texas en Austin. “Estos atletas mayores se están volviendo más rápidos y más fuertes”, expresó.
Los novatos mayores tienen otra ventaja: se deleitan en su poder emergente tardío. Al parecer, perfeccionan el arte de disfrutar el momento.
“De espaldas, puedo mirar hacia arriba y ver el cielo, los árboles y las colinas”, dijo Kornfeld. “De vez en cuando, incluso puedes ver algunos gansos canadienses volando”.
Y si uno escucha atentamente, lo espera otra sorpresa: el canto de Kornfeld. Los villancicos suenan a menudo cuando nada estilo espalda, aunque últimamente ha canturreado el “Himno de batalla de la república”, ¡Gloria, gloria, aleluya!
Kornfeld está por delante del grupo de nuevo, esta vez frente a 18 personas en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, liderando una visita a “Rauschenberg: The 1/4 Mile”. La exhibición es como la docente veterana: brillante y multidimensional.
Aunque sostiene un puñado de notas, no las consulta durante la hora de caminata. Rocía la historia de Rauschenberg con toque culturales: señala que las yemas de los dedos evocan a Adán en la Capilla Sixtina, habla de una tela de color naranja brillante que imita la túnica de un monje budista.
Kornfeld también dirige visitas para el metro de Los Ángeles en Union Station, en el centro de la ciudad. Pinta imágenes verbales de cómo debe haber sido la dinámica en la estación, de 80 años de antigüedad, en el pasado. Aquí es donde los jóvenes soldados se detenían para lustrar sus zapatos. Allí es donde funcionaba un banco de operadores de telefonía, y una chica que se acaba de bajar del tren desde Iowa podría detenerse para llamar y decirle a su tía que había llegado al Estado Dorado.
“Fue como si ella personalmente exudara la importancia y el valor histórico de ese lugar”, consideró Ray Reisler, un ejecutivo retirado, que realizó la visita junto con su esposa, Verónica. “Ella no sólo contaba hechos; narraba historias, fue asombroso”.
Kornfeld trata la tarea docente como un trabajo, investiga cuidadosamente sus temas y luego escribe un boceto que actualiza constantemente, a medida que aprende más. ¿Su artista favorito en más de 20 años de visitas por el LACMA? “Oh”, respondió sin dudar, “es cualquiera en el que esté trabajando en ese momento”.
Mo ha vivido sola la mayor parte de su vida, pero está constantemente en busca de nuevas conexiones. En el jacuzzi, devuelve implacablemente la conversación a los demás: sus trabajos, sus familias, sus viajes. “Las personas egocéntricas pierden mucho en la vida”, expuso. “¿No crees?”.
‘La poderosa Mo’ redujo el consumo de carne roja en los últimos años. Ha dejado el vino y consume principalmente avena para el desayuno. Pero no ofrece pronunciamientos o fórmulas para la longevidad; atribuye su buena vida principalmente a la “pura suerte”.
Además, es demasiado modesta para sugerir que dejará un legado. Sin embargo, mientras hurga en su casa, insiste en mostrar una antorcha que recibió en su infancia, cuando las Camp Fire Girls la ascendieron al rango más alto, “Portadora de Antorcha”.
La Portadora de Antorcha cree que vale la pena recordar el consejo que le dieron hace ocho décadas: “Esa luz que me ha sido dada”, dice, “deseo que sea dada intacta a los demás”.
Rainey es corresponsal especial.
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