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Para las farmacéuticas, hacer felices a sus accionistas es más importante que tratar a los enfermos

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Hipotéticamente hablando, si una compañía farmacéutica tiene una gran cantidad de dinero en efectivo, ¿puede justificar el aumento constante del precio de un medicamento bien establecido, utilizado por millones de personas?

En realidad, no es una pregunta hipotética en absoluto.

El gigante farmacéutico Eli Lilly anunció el 7 de enero, que invertirá $8 mil millones —en efectivo— para adquirir Loxo Oncology, fabricante de un prometedor medicamento contra el cáncer que cuesta casi $33,000 al mes. Esa suma de $8 mil millones representa una prima de aproximadamente 68% sobre el precio de cierre de las acciones de Loxo, el viernes 4.

Mientras tanto, Lilly viene subiendo constantemente los precios de su insulina, Humalog, utilizada por millones de personas con diabetes. Solo esta y otras dos compañías, Novo Nordisk y Sanofi, controlan casi todo el mercado global de la insulina, valuado en $27 mil millones.

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Humalog existe desde 1996. Cuando debutó, le costaba a los pacientes $21 por frasco, que es aproximadamente el suministro de un mes. Desde entonces, Lilly aumentó el precio más de 30 veces. El costo de un frasco ahora de casi $300.

Ello representa un incremento de precio de más del 1,000%.

En honor a la verdad, tengo diabetes tipo 1 y confío en Humalog para mantenerme vivo, por lo cual no soy un espectador en esta conversación.

Tampoco soy imparcial cuando veo que Lilly desembolsa $8 mil millones en efectivo por un medicamento que les cuesta a los pacientes oncológicos una pequeña fortuna. Me pregunto qué mensaje está enviando la compañía a las personas como yo.

¿Los precios elevados de la insulina son solo una forma práctica de subsidiar la adquisición de otro medicamento que le cuesta aún más a las personas enfermas?

Dicho de otra manera, ¿las compañías farmacéuticas tienen una responsabilidad por el bienestar de sus pacientes, o únicamente por sus accionistas?

Craig Garthwaite, un economista de la salud en la Escuela de Administración Kellogg, de la Universidad Northwestern, tuvo una respuesta inmediata a esa última pregunta.

“Están en el negocio para sus accionistas, y punto”, me dijo.

Cuando una corporación como Lilly ve una oportunidad de aumentar los ingresos, prosiguió Garthwaite, ahí es donde asigna sus recursos financieros.

“Nos guste o no, eso es lo que hacen las empresas que cotizan en la bolsa”, afirmó.

Pero también le tomo la palabra a Lilly cuando declara, como lo hace en su sitio web, que la empresa “une el cuidado con el descubrimiento para crear medicamentos que mejoren la vida de las personas en todo el mundo”.

Lilly también afirma que sus valores fundamentales incluyen “respeto mutuo, franqueza e integridad individual”, y que “el respeto por las personas incluye nuestra preocupación por todos los individuos vinculados con nuestra empresa: clientes, empleados, accionistas, socios, proveedores y comunidades”.

Tengamos en cuenta el orden en la frase: los clientes son lo primero; los accionistas vienen terceros en línea.

Le pedí a un portavoz de Lilly que comente sobre las dudas que algunos pacientes con diabetes podrían tener sobre el trato con Loxo. Pregunté si a la compañía le importaba explicar su compra en efectivo de $8 mil millones en el contexto de los aumentos continuos del costo de la insulina.

Si alguien se hubiera puesto en contacto conmigo, estoy seguro de que habrían hecho constar, correctamente, que muy pocos usuarios de insulina pagan el precio de lista total, gracias a las aseguradoras y programas de descuentos. Sin embargo, al mismo tiempo, un número creciente de personas con diabetes afirman que se han visto obligadas a reducir sus gastos en virtud de los costos triplicados de la insulina en los últimos años.

A principios de enero, una madre de Minnesota le dijo a CBS News que su hijo, de 26 años, murió porque no pudo pagar sus dosis diarias de insulina, que habían aumentado a $1,300 por mes.

Para arreglárselas, el joven había comenzado primero a racionarla. Después cayó en un coma diabético mientras estaba solo en su apartamento, y posteriormente falleció.

“Mi hijo murió porque no podía pagar su insulina”, aseguró Nicole Smith-Holt. “No tuvo a nadie que estuviera allí con él, que tomara su mano o que pidiera ayuda”.

Sé que es ingenuo esperar que una empresa que cotiza en la bolsa priorice el bienestar público sobre las ganancias.

Sé que Lilly no está sola entre las empresas que aumentan los precios, y al mismo tiempo tiene un montón de dinero en efectivo (¡hola, Apple!). Y no puedo pensar en una sola compañía farmacéutica que haya bajado el valor de un medicamento de marca importante.

“Mientras tengamos compañías farmacéuticas con fines de lucro, estas empresas necesitarán el capital libre para avanzar en nuevas direcciones”, afirmó Joel Hay, un economista farmacéutico de la USC.

William Comanor, profesor de política y gestión de la salud en UCLA, observó que los grandes laboratorios confían en las empresas más pequeñas para hacer el trabajo pesado en investigación y desarrollo. Cuando a los pequeños se les ocurre algo, los compran. “No hay respuestas simplistas aquí”, aseveró.

Pero un fabricante de drogas que salvan vidas no es igual a un fabricante de calzado deportivo, por ejemplo. Si Kanye West puede salirse con la suya y cobrar cientos de dólares por un par de sus zapatillas Yeezy, no podría importarme menos. Nadie necesita comprarlas.

Pero las personas con enfermedades crónicas no tienen esa opción. Deben comprar sus medicamentos o enfrentarse a serios problemas de salud, posiblemente la muerte.

Otros países desarrollados utilizan el poder económico de los planes de seguro de pagador único para mantener los precios de los medicamentos bajos, o limitan la suma que un laboratorio puede cobrar, más allá de una ganancia razonable.

La usanza estadounidense es dejar que las farmacéuticas cobren lo que quieran y pretender que “el mercado” protegerá a los pacientes, aunque nunca lo ha hecho y nunca lo hará.

“Lo que esperamos es que Eli Lilly pueda complacer a los accionistas mientras complace a los pacientes, haciéndolos saludables”, afirmó Sean Nicholson, director del Programa Sloan en Administración de Salud, de la Universidad de Cornell. “En un mundo perfecto, así sería la cuestión”.

Pero ya sabemos lo que dijo a continuación: “La salud no es un mundo perfecto”.

No envidio a una compañía como Lilly, que está sentada sobre una pila de dinero mientras aumenta los precios de los medicamentos, o gasta parte de sus reservas en nuevas adquisiciones potencialmente lucrativas (como un medicamento que puede exhibir a pacientes oncológicos por $33,000 al mes).

Pero que no nos mire a los ojos y nos diga que se define a sí misma por su actitud de “cuidado”, o que trabaja para que “las personas de todo el mundo tengan una vida mejor”.

Que nos diga que está ganando mucho dinero con mi desgracia y la triste situación de otros millones de personas enfermas.

Que nos diga la verdad.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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