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Salvadoreña dejó su jubilación y regresó a la costura para ‘salvar vidas’ amenazadas por el coronavirus

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Anita Chávez vio la necesidad de su hijo, el médico Edgar Chávez, de suplir la carencia de mascarillas en los empleados de la clínica que él dirige, así que confeccionó unas muestras y, sin imaginarlo, esa tarea la empujó a dejar la jubilación y volvió a la actividad productiva a través de una labor humanitaria.

“Antes me levantaba a las 8 am, ahora a los 4 am”, manifestó Anita, originaria de El Salvador, en una pausa de sus labores de costura.

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Esta mujer, de 69 años, retomó el oficio de toda su vida junto a su esposo, Joel Jiménez, oriundo de México, quien por un tiempo laboró también en talleres de ropa, cortando y pegando piezas en máquinas de coser, las cuales desempolvaron en su casa para ayudar a quienes les falta una mascarilla.

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“Llevamos tres semanas de trabajo fuerte”, dijo Anita, oriunda de Sensuntepeque, en el departamento de Cabañas, detallando que en promedio están elaborando unos 60 tapabocas al día.

El uso obligatorio de estas piezas de tela para cubrirse la boca es relativamente nuevo, apenas el pasado 10 de abril se implementó en Los Ángeles.

Sin embargo, desde un mes antes esta pareja había tomado la iniciativa de confeccionar unos diseños al saber que su hijo, Edgar Chávez, director médico de la clínica Universal Community Health Center, se estaba quedando con una reducida cantidad de mascarillas para sus empleados.

“Salió de ellos hacerlas, porque ellos han trabajado en la costura”, indicó el médico.

En ese sentido, el galeno les dio las instrucciones de lo que necesitaba y la pareja de jubilados, con el apoyo de Jorge, otro de sus hijos, vieron unos videos en YouTube, aprendieron la técnica y elaboraron algunas muestras.

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Las primeras piezas fueron entregadas a los empleados de la clínica, pero después de que Jorge las publicara en su cuenta de Instagram, otros integrantes de la familia les solicitaron también unos ejemplares.

“Tenemos familiares en Miami y Chicago a quienes se las hemos enviado”, aseguró.

En la medida que se fue corriendo la voz, comenzaron a recibir donaciones con lo que compraron una máquina de coser más, ahora tienen tres.

De esa manera, la idea tomó otro rumbo. Ahora las mascarillas son entregadas a los pacientes de la clínica de forma gratuita. Al mismo tiempo, se donan a personas de escasos recursos que no pueden pagar los precios de la calle, en donde se encuentran entre los $5 y los $20.

“Yo cargo mascarillas conmigo, si veo a alguien que no tiene, me le acerco y se la doy”, dijo el médico Chávez.

A juicio de Anita, el oficio de la costura siempre ha sido su “machete”. En su natal El Salvador tomó un curso de corte y confección. Esa formación le sirvió después en el sur de California para sacar adelante a tres hijos.

Edgar, el médico, se le graduó de Stanford; Jorge obtuvo un título en Economía en la Universidad del Sur de California (USC); asimismo, Gloria, se graduó de Ciencias Políticas en USC.

“Con eso subsistimos para pagar la renta y comprarle algunos cuadernos”, manifestó.

Desde que se jubiló, hace siete años, su tiempo libre lo ocupaba para sembrar plantas y cuidar los aguacates, mangos y chiles que tiene en su vivienda.

En las últimas tres semanas, si bien no ha salido para evitar el contagio del coronavirus, pero ella se mantiene más activa que nunca.

“La música me aviva el pensamiento y la máquina de coser también”, señaló.

Las mascarillas, dijo, las está elaborando de tela de sábanas o camisas de algodón. También llevan una pequeña pieza de alambre para la nariz y elástico para que quede sujeta a las orejas.

Pero lo más importante, agregó, es que se pueden lavar y reusar.

“Se lavan a mano con agua caliente y jabón; no hay que frotarlas tanto y luego se ponen al sol”, describió.

A la fecha, se han elaborado alrededor de 300 mascarillas.

En este momento, los interesados solo las pueden obtener de forma gratuita en la clínica localizada en el 2801 S. San Pedro St, en Los Ángeles.

“Cuando tose o estornuda la mascarilla protege a otras personas; y si se acerca a alguien que ha tosido, la máscara absorve las partículas que están en el aire”, explicó el médico.

En la actualidad, Anita y su esposo dedican unas ocho horas al día a esta tarea, algo que para ella no es trabajo sino una labor humanitaria.

“Lo estoy haciendo con mucho amor”, reconoció

“Estoy feliz porque puedo salvar vidas”, concluyó Anita.

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