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De la aceptación silenciosa hasta el ‘miedo paralizante’, los trabajadores de la salud enfrentan su propia mortalidad

One woman brushes another woman's hair
Kim Ballon, una proveedora de servicios de apoyo doméstico, atiende a Marjorie Williams, de 84 años, en su hogar de Thousand Oaks. “Quiero que la gente sepa que nuestro trabajo está al frente en esta crisis”, señaló Ballon, quien gana alrededor de $13 por hora.
(Al Seib / Los Angeles Times)

Con los californianos ansiosos por flexibilizar las restricciones, los trabajadores médicos se sienten atrapados en un estado de peligro perpetuo, sin final a la vista. Algunos están preparando sus testamentos.

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Cuando el coronavirus comenzó a avanzar velozmente por California, en marzo pasado, el Dr. Amit Gohil le compró a su familia un nuevo juego de mesa: Pandemic (pandemia).

Gohil, médico de cuidados intensivos pulmonares del Centro Médico del Valle de Santa Clara, tiene asma y diabetes, factores de riesgo para el COVID-19, y ha estado tratando a pacientes infectados durante semanas. A los 43 años, es muy consciente de que esto podría truncar su vida.

El médico esperaba que el juego, con sus héroes de científicos e investigadores, ayudara a sus hijos a tener una sensación de control sobre el virus, una historia que todos saben podría terminar mal. “Los chicos me dicen: ‘Papá, ¿vas a morir?’ Les respondo: ‘No se preocupen por eso’”, comentó Gohil.

Pero él tiene temor todo el tiempo. Llega a casa de un turno en el hospital y piensa: “Si muriera la próxima semana, ¿qué quisiera enseñarle a los niños? ¿Qué no les he enseñado todavía?”.

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Numerosos californianos esperan que se libere el distanciamiento social, pero muchos médicos, enfermeras y otros trabajadores sanitarios de primera línea se sienten atrapados en un estado de peligro y ansiedad perpetuos, sin final a la vista. Algunos toman medidas extremas no sólo para sobrevivir, sino para proteger a sus seres queridos. Hacen testamentos, duermen en autos para ponerse en cuarentena, compran un seguro de vida y recurren a la oración.

Una curva aplanada conlleva poco alivio para quienes están dentro de hospitales o en lugares como clínicas y hogares de ancianos. Para ellos, reemplazar un tope por una meseta presagia una larga y ominosa fila de pacientes con coronavirus que se extenderá por meses o más, en medio de la realidad de que sus colegas están dando positivo e incluso algunos mueren.

Hasta ahora, más de 3.100 trabajadores médicos resultaron positivos en California por COVID-19, casi 500 de esas infecciones son confirmadas en el lugar de trabajo. En hogares de ancianos, cerca de 1.300 empleados dieron positivo, y hasta la semana pasada, 10 trabajadores de la salud en California murieron por la enfermedad.

Si bien algunos enfermeros se negaron a realizar sus tareas sin el equipo de protección adecuado, otros trabajadores sanitarios se sienten razonablemente protegidos y siguen comprometidos con salvar vidas, a pesar del peligro. Su miedo a menudo se mezcla con una sensación de empoderamiento, ya que muchos ven el nuevo coronavirus como el momento decisivo de sus carreras médicas, una oportunidad para poner en práctica toda su capacitación.

“El mundo dice que somos proveedores de atención médica y que somos héroes, pero no sé qué hacer con eso”, reconoció la Dra. Adjoa Boateng, médico del Santa Clara Valley Medical Center en Silicon Valley, una de los zonas más afectadas en el estado. “Yo hago un trabajo que amo y que prometí realizar”.

Sin embargo, su orgullo se mezcla con la ira. Algunos colocan las máscaras en hornos para descontaminarlas, envían a los niños a casa de parientes y ceden control de su vida privada, ya que cuentan con tan poco en el trabajo.

“Es como ir a un campo de batalla sin saber si estás pisando una mina”, ejemplificó un técnico médico en el oeste de Los Ángeles, que prefirió permanecer en el anonimato porque teme represalias de su empleador. Al igual que muchos de sus colegas, está frustrado por la falta constante de insumos: interactúa con pacientes sospechosos de coronavirus apenas con una máscara facial de papel.

Los osos, gatos monteses y otras criaturas vagan libremente por el parque nacional más popular de California, cerrado a los visitantes desde el 20 de marzo.

Hace unas semanas, el hombre, de 34 años, contrajo COVID-19, al igual que otro colega. El malestar lo atacó con fuerza en medio de un turno, con fiebre y dolores en el cuerpo. Sabía que no podía ir a casa con su esposa y sus dos hijos gemelos, de dos años de edad, así que llamó y pidió a su cónyuge, también una trabajadora de la salud, que empacara una maleta para él y la dejara en el exterior de la casa.

Luego se registró en un hotel durante tres días, lo cual le costó alrededor de $450, antes de mudarse solo al hogar de su hermano. Su familia le dejaba comida del otro lado de la puerta. “Me puse a llorar”, reconoció, cuando le contó a sus seres queridos que había dado positivo. “Pero me dije a mí mismo: ‘Voy a sobrevivir a esto’”.

La enfermedad se agravó tanto, comentó, que comenzó a tener dudas al respecto. “Los primeros cuatro días, fue una de las peores cosas de mi vida: me despertaba en medio de la noche, todos los días vomitando y tosiendo”, relató. “Sentía como si lava me quemara la garganta”.

Sin embargo, la parte más difícil fue saber que sus hijos pequeños no entendían por qué se había ido. Su hija lo llamaba cada vez que podía tocar el teléfono celular de su abuela. “Para mí eso fue muy conmovedor pero muy triste”, confesó. “Quería estar allí y abrazarlos, pero no podía”.

Los trabajadores médicos más jóvenes también son conscientes de lo que revelan los datos: los doctores detectan un número inesperadamente alto de personas entre los 30 y 40 años admitidas con síntomas graves de COVID, más de lo que se informó en China e Italia.

“La idea de que esta es una enfermedad de los ancianos está totalmente desacreditada en este momento”, remarcó el Dr. Andrew Lim, médico de cuidados críticos y emergencias, que trabaja en los hospitales del condado de Santa Clara.

El profesional, de 33 años, no comprendía esto hasta que lo vio con sus propios ojos. Durante un turno de noche, un paciente joven y sano que había seguido las órdenes de quedarse en casa apareció en la sala de emergencias. En cuestión de horas, el hombre empeoró repentinamente y necesitó de oxígeno e intubación en rápida sucesión.

El frenesí por el equipo para combatir el coronavirus ha llevado a un mercado caótico en el que los estados, ciudades y hospitales han tenido que depender de intermediarios.

Ese fue un punto de inflexión para Lim. “Pensé, ‘Oh, yo también soy vulnerable a esto’”, reconoció. “Sentí mi propia mortalidad muy fuertemente”.

Al principio, eso significó planear para lo peor. Él recuerda haber pensado: “¿Necesito revisar las finanzas con mi esposa? Sólo para asegurarme de que ella tenga toda la información si me enfermo y fallezco”.

Pero ahora entró en una nueva fase de aceptación. “Todos los trabajadores de la salud sabemos que va a ser así probablemente durante el otoño”, estimó. “A medida que las cosas comienzan a sincerarse, comprendemos que tendremos un escenario diferente [en comparación con el del público en general] durante seis meses a un año”.

Para Kim Ballon, asistente de atención médica domiciliaria en el condado de Ventura, la falta de respeto por la dificultad del trabajo es uno de sus mayores desafíos: a ella le pagan poco más de $13 por hora para atender a clientes mayores en sus casas. “Quiero que la gente sepa que nuestra tarea está a la delantera de esta crisis”, aseguró. “Cambiamos pañales en estos hogares. Bañamos a las personas… Drenamos catéteres o bolsas de colostomía. El virus está en todas partes; está en los fluidos corporales. Nosotros hacemos las mismas cosas que suceden en un hogar de ancianos, un centro de rehabilitación o un hospital, pero nadie se acuerda de nosotros”, remarcó.

Ella recibe una máscara por semana y la rocía con Lysol todas las noches. Le gustaría que el público valorara más su tarea y la de otros trabajadores de cuidados de salud en el hogar. “Somos iguales, punto”, enfatizó Ballon. “Pero estamos en el nivel inferior del servicio de salud. No somos importantes”.

Las pequeñas empresas pueden haber obtenido el alivio del coronavirus del Programa de Protección de Cheques basado en el banco que eligieron, no en la fecha en que lo solicitaron.

Andrea Tuma, una terapeuta respiratoria en Mercy Medical Center Redding, lucha por hacer lo correcto por sus seres queridos a la vez que sigue adelante con su trabajo. Pero muchas preguntas pasan por su cabeza y las de sus colegas, reconoció. “¿Cómo cuido de todos los demás y aún me protejo a mí y a mi familia? ¿Cómo me aseguro de proteger a mi gente mientras cuido al familiar de otras personas? ¿Cómo se hace eso? Todos estamos estresados”.

Dado que no puede trabajar desde casa, busca otras formas de minimizar la exposición al virus, tanto para ella como para sus seres queridos. Compra suficiente comida durante cada viaje a la tienda -a la cual acude sólo una vez cada dos semanas-, comentó. También se desnuda en su garaje y arroja sus prendas de inmediato a la lavadora, para que nadie más en su familia la toque.

Para la Dra. Christine Chen, doctora de la sala de emergencias del Santa Clara Valley Medical Center, y su esposo, médico de terapia intensiva, el hijo pequeño de ambos es la mayor preocupación. La pareja temía infectar al niño de 15 meses, o a su niñera. “Tenemos una niñera maravillosa”, comentó Chen. “Pero en su familia hay personas mayores, y nos íbamos a sentir muy mal si se enfermaban”.

Así, la pareja tomó la difícil decisión de enviar al bebé con sus abuelos a Sacramento, a casi dos horas de distancia de su hogar, y se turnan para visitarlo cada pocos días. Una vez que el niño se fue, trataron de hacer que el hogar fuera impermeable al coronavirus, y agregaron medidas a prueba de niños muy diferentes a los recaudos que tomaban hasta el momento. “Él tiene esa edad en que se lleva todo a la boca”, explicó Chen. Entonces instalaron ganchos y estantes para garantizar que el pequeño no pueda acceder a los artículos potencialmente sucios, e hicieron una “zona de descontaminación” para zapatos y ropa sucia. La niñera finalmente decidió que era un gran riesgo para su propia familia seguir cuidando a su hijo. Pero Chen y su esposo encontraron una pequeña guardería que permanece abierta para los hijos de trabajadores esenciales. Después de tres semanas separados, pudieron traer al bebé a casa.

Las separaciones familiares se están volviendo más comunes, especialmente entre hijos adultos y padres mayores. Un enfermero en un hospital del lado oeste dejó de visitar a sus padres porque le preocupaba infectarlos. Por lo general los visitaba a menudo ya que viven cerca, comentó. Pero ambos tienen más de 60 años y quiere que estén a salvo, aseguró. “Por supuesto, ellos están más preocupados por mí y yo estoy más preocupado por ellos”, expuso.
Una doctora de un gran hospital de Los Ángeles contó que ella y su pareja, también profesional de la salud, comenzaron a dormir en diferentes habitaciones para no infectarse entre sí si alguno lleva a casa el coronavirus.

Al igual que el enfermero del lado oeste, ella dejó de visitar a sus padres, que residen a una hora de distancia, porque ambos tienen más de 60 años. Sabe que podrían pasar meses antes de volver a verlos. También comentó que con su pareja actualizaron recientemente sus instrucciones por anticipado, en caso de que terminen en respiradores, y pusieron sus finanzas en orden. “Desearía poder quedarme en casa y ponerme en cuarentena durante los próximos meses”, comentó. “Quisiera tener el lujo de aburrirme, en lugar de sentir un miedo paralizante porque debo ir al hospital todos los días”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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