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Mexicana enfrenta el coronavirus en la primera línea: ‘Siempre hay temor, pero uno se encomienda a Dios’

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Antes bastaba con ponerse unos guantes, ahora es obligatorio que Sandra Castillo se cubra su boca con una mascarilla y, cuando le toca atender a pacientes con covid-19, debe usar una bata y un casco hermético que le brinda protección al ingresar al pabellón en donde se mantienen aislados.

“Da miedo entrar, sobre todo porque uno mira la condición del paciente”, reconoció la oriunda de Jalisco, México sobre la tarea de atender el pabellón en donde se encuentran los pacientes con coronavirus, aislados en una sección de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).

Castillo es una flebotomista. En los últimos seis años se ha dedicado a perforar las venas y extraer muestras de sangre de los pacientes del hospital Holy Cross, en Mission Hills. A pesar del miedo que dice tener, asegura que hace su trabajo con pasión y no le tiembla la mano cuando tiene que pinchar otro brazo.

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“Siempre quise ser enfermera”, admitió sobre su sueño desde que estaba en su natal Guadalajara.

Esta inmigrante, de 51 años, es madre de dos hijos (uno de 25 años y otro de 21) y una hija (30). Cuenta que llegó a California en 1986. Antes de obtener su empleo actual, laboró en una compañía de telemercadeo, en un supermercado y en una clínica.

En la recesión del 2008, se quedó sin trabajo y tuvo que acogerse al seguro de desempleo. En ese proceso, le dijeron que podía estudiar, sin darse cuenta esa crisis la preparó para esta pandemia.

“No sabía que me iba a gustar tanto”, dice sobre la certificación que obtuvo como asistente médico del ICDC College, en Van Nuys. “Tardé siete años aplicando al hospital para poder entrar”, indicó sobre la plaza que le dieron en agosto de 2014.

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Casi desde que llegó al hospital le ha tocado ver pacientes en la UCI y en la área de emergencia. Su turno empieza a las 9:30 de la noche y se extiende hasta las 6 de la mañana.

“El día laboral ha bajado mucho, porque los pacientes que tienen sospecha (de coronavirvus) los meten a un cuarto de aislamiento”, manifestó.

En un turno regular, atiende de 50 a 60 pacientes. En los últimos dos meses, a veces solo atiende a un promedio de 40 personas durante la jornada.

“Yo me los aviento de volada”, adujo.

Cuando comenzó la emergencia por el coronavirus, narra que le refirieron tres pacientes que eran portadores de la enfermedad, pero nadie sabía. Eran los primeros días de marzo.

“No usé máscara, solo guantes”, reconoció.

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Pocos días después, la llamaron de la oficina de salud laboral. Ahí se dio cuenta que había estado expuesta, sin mayor protección, no solo a tres, sino a cuatro pacientes de covid-19. En el cuarto caso, aseguró, sí había utilizado mascarilla y guantes.

“Me enfermé, estuve casi tres semanas en casa”, aseguró.

El resultado de su test salió negativo; sin embargo, asegura que “tenía todos los síntomas de coronavirus”.

En la medida que los contagios de coronavirus se elevaron en todo el condado, se implementaron cambios en el hospital.

En la UCI, hay tres pabellones. Dos de ellos están con personas que padecen de covid-19 y uno con pacientes de otras afecciones. Al mismo tiempo, para atender a los pacientes de achaques propios de la UCI, se hizo una extensión a la área de cirugía.

En cada turno, asegura Castillo, entra en contacto con personas que padecen de coronavirus.

“Sí, da miedo de que me vaya a infectar y vaya a infectar a mi familia, más ahorita que estoy cuidando a mi nieta de un año”, admitió.

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A las 4 am, cuando le toca hacer el laboratorio de la mañana, tiene que entrar en el pabellón de las personas con covid-19. Eso implica que antes debe ponerse la bata, cubrirse los zapatos y colocarse el casco hermético.

“Uno no puede meter nada, solo entro con mis tubos”, aseguró.

¿Y cómo es ese casco? Se le preguntó.

“No pesa nada, está liviano”, contestó. “Es hermético, tiene una batería que le da oxígeno y aire fresco para no asfixiarme”, agregó.

El temor que le merodea en su cabeza, asegura Castillo, es por su familia. En su trabajo, ella se mueve como pez en el agua. Mientras a otras de sus colegas les cuesta encontrar las venas, ella siente que se le hace sencillo. Y no solo eso, los pacientes incluso le dicen que no les duele el piquete.

“Es Dios quien mueve mi mano”, comentó.

Si bien no pudo convertirse en enfermera, en su actual trabajo se coloca en la primera línea para atender a las personas con coronavirus en cada turno. Y aunque no habla con aspaviento de su labor, lo que realiza es clave en todo el proceso para proveer atención oportuna a esos pacientes.

“A mí me gusta mi trabajo, no importa que esté el coronavirus, yo lo sigo haciendo”, afirmó.

En ese día a día, Castillo ha llegado a darse cuenta que “la sangre de los pacientes con covid-19 tiene como agua, un líquido diferente; la sangre se hace como que es elástico”.

“Lo más triste es que mueren solitos”, lamentó.

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Por el momento, esta flebotomista solo descansa los viernes. En la casa, sin embargo, no deja de trabajar. Dice que pasa muy ocupada con la nieta de 12 meses que cuida en su hogar. También tiene otro nieto, de cuatro años, a quien no ha podido ver debido a la pandemia.

En su día libre, si va a comprar al supermercado, siempre utiliza guantes. Al regresar a su casa, se quita los zapatos y los desinfecta. Luego pone la ropa en una bolsa y se da un baño con agua caliente.

Para enfrentar la jornada laboral siguiente, tiene su propio secreto.

“Siempre hay temor, pero uno se encomienda a Dios”, concluyó Castillo.

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