Dalia Hurtado es una chica dura con un corazón tierno que participa en cinco deportes. Ella se mantiene activa para no pensar en las luchas diarias de la vida
Como muchas chicas de su edad, Dalia Hurtado enfrenta una crisis de identidad.
A diferencia de la mayoría de las chicas de su edad, por no decir nada de los chicos, Dalia se enfrenta esa crisis practicando cinco deportes: Está en los equipos de futbol americano, voleibol y futbol en la Escuela Secundaria Garfield en el Este de Los Ángeles y participa en futbol, softbol y boxeo a través de programas de vecindarios y clubes.
Es un ejemplo de la diversidad de una chica: una ciudadana estadounidense de padres mexicanos, una adolescente fuerte con un corazón tierno, una atleta endurecida que se maquilla con mucho cuidado, una adolescente que quiere salir con sus amigos, pero que pasa mucho de su tiempo libre los fines de semana ayudando a su abuela.
“Me hace olvidar muchas cosas y me mantiene ocupada”, dice la joven de 16 años. “Por eso me encanta hacerlo”.
“Estoy cansada. Pero no tanto. Todo esto se ha vuelto una rutina”.
Se ha convertido en una forma de hacer frente a este mundo, impulsada por una tenacidad que ha definido su vida desde una temprana edad.
Dalia nació en Los Ángeles, aunque sus padres regresaron a México; no pueden venir a echarle porras en los partidos y tampoco podrán llevarla al baile de graduación o verla terminar la preparatoria la próxima primavera. Su vida, como la de su familia, ha sido dividida por una frontera que, por el momento, no se puede cruzar desde ningún lado.
En los últimos meses, esa vida se ha complicado aún más por un virus mortal que le ha quitado las dos cosas -la escuela y el deporte- que la mantenían ocupada.
“Al principio pensé, ‘bueno, volveremos en unas dos semanas, ¿verdad?’. Pero esas semanas se han convertido en meses”, dijo. “Ni siquiera pude decir adiós”.
Tampoco tuvo la oportunidad de despedirse de un amigo cercano de la familia en Nevada que conocía como Tío Agustín; murió a finales del mes pasado de Covid-19.
“Mi abuela ha estado muy triste”, dijo. Para Dalia, sin embargo, estos son sólo más baches en un camino que nunca ha estado bien pavimentado.
Dalia cruzó la frontera por primera vez cuando tenía 6 años, siguiendo a su madre a Colima, México.
Pero incluso entonces ya soñaba en grande y rápidamente llegó a la conclusión de que esos sueños no se realizarían en Colima, donde su vecindario estaba devastado por la violencia.
“Le dije a mi madre que me iba a mudar [de regreso] a Estados Unidos porque no me gustaba allí”, comentó. De quedarse en Colima, le decía a su mamá, “No tendré tantas oportunidades como si me mudo a Estados Unidos”.
En ese entonces Dalia tenía sólo 10 años.
Su madre, Mireya Zamora, no tenía los documentos adecuados para regresar a EE. UU., y los cinco hermanos de Dalia no querían salir de México, por lo cual la chica se subió sola al avión, y voló aquí para reunirse con su abuela, Elizabeth Meza, en una pequeña casa trasera ubicada sobre una calle concurrida, dos cuadras al norte de Whittier Boulevard, en el este de Los Ángeles. Su abuelo, Roberto Meza, vive en la vivienda del frente.
En México, Dalia había jugado al futbol con chicos y se negó a limitarse por los estereotipos de género. Cuando se presentó a las pruebas para el equipo de futbol en Garfield como estudiante de segundo año, su abuela se opuso, diciéndole que era demasiado rudo para ella. La madre de Dalia había sido una porrista. ¿Por qué no intentarlo?
Pero era precisamente porque le parecía duro que ella quería hacerlo.
No fue fácil al principio. Con un casco y hombreras más cortas que la mayoría de sus compañeros de equipo, Dalia entró en el equipo y para colmo falló su primera patada.
“Fue vergonzoso delante de todos los chicos”, dijo. “Pero eso no me detuvo. Practiqué y practiqué muy duro”.
Pero la práctica dio sus frutos en octubre pasado cuando Dalia, una junior que llevaba el número 47 en su camiseta roja de Garfield y pateaba con la izquierda, hizo el último punto extra en una derrota por 61-0 a Huntington Park.
“Les mostré que todo es posible”, manifestó.
En parte por el ejemplo de Dalia, el entrenador de Garfield, Lorenzo Hernández, dice que ahora hay ocho chicas en su equipo de futbol americano. Ninguna de ellas recibe un tratamiento especial.
“Pueden salir a jugar, pero esta es la regla: hacen exactamente lo que realizan todos los demás”, dijo Hernández a cada chica. “No hay excepciones. Si digo que tienes que levantar pesas todos los días, tienes que hacerlo. La expectativa es la misma para todos”.
El otoño pasado, Dalia salía corriendo de la práctica de voleibol todas las tardes para cambiarse y estar lista para su equipo de futbol americano; escondía su largo cabello oscuro en un casco de gran tamaño y salía al campo para practicar sus patadas. En la primavera, antes del aislamiento, a menudo viajaba en un autobús durante más de una hora en cada trayecto hacia sus prácticas y juegos de futbol, boxeo y softbol, y realizaba la tarea en el camino.
“Lo que es realmente asombroso, es que está inspirando a muchas otras mujeres atletas a salir y probar varios deportes”, dijo Hernández. “Ella hace un tremendo trabajo con eso. Y no creo que se dé cuenta de ello”.
Los fines de semana, cuando no había partidos ni prácticas, Dalia ayudaba a su abuela a vender tacos y totopos caseros, enviando gran parte de lo que ganaba a su familia en México. Con la llegada de la pandemia eso se detuvo por el momento.
“No hay fiestas. No se pueden reunir más de 10 personas. Ha sido difícil. No tenemos dinero”, dijo Dalia, quien finalmente volvió a trabajar con su abuela el sábado pasado.
Hasta entonces, tenía aún menos cosas por hacer que la mantuvieran ocupada.
Cuando no hay nada que hacer -como ahora, con las clases, los deportes y las ventas de tacos suspendidas por el brote de coronavirus- la mente de Dalia la lleva a lugares oscuros y tristes. “Me quedo sola en mi habitación y pienso en mis hermanos, hermanas y en mi madre”, dijo. Las palabras salieron rápidamente, sin emoción ni puntuación, en un tono tan bajo que costaba seguirla. “Me acuerdo de todo eso cuando estoy sola”.
“Me río con mis compañeros de equipo y todo eso, pero cuando llego a casa… ¡maldición!: la realidad. Intento lo mejor que puedo no pensar en ello”.
Su deporte más fuerte es el futbol, que el entrenador de Garfield, José Rodríguez, cree que le puede dar una beca universitaria. Él ve que ella disfruta mucho jugando.
“Cuando está en la práctica, sólo sonríe, nada más quiere patear la pelota, correr y jugar, olvidándose de todos los demás problemas”, dijo. “Estoy seguro de que utiliza los deportes como un método para hacer frente a la ausencia de su madre”.
Hay otros adultos en la vida de Dalia, que entienden que ella vive principalmente en la brecha que separa sus identidades. “Creo que lo suyo ahora es tratar de encontrarse a sí misma”, consideró Sandra Williams, cuya hija Samantha fue una de las primeras chicas que Dalia conoció cuando regresó de México.
Samantha y Dalia se unieron porque ambas se sentían marginadas. Dalia acababa de llegar de otro país y Samantha era molestada por otros niños.
Eso fue hace seis años, y Dalia ha sido una constante presencia este verano en el hogar de los Williams.
“Le digo que haga lo que sea mejor para ella. No dejes que otras personas influyan en lo que te dice tu corazón”, dijo Sandra Williams, quien ahora vive en Corona. “Es una chica muy buena por todo lo que ha pasado. Es muy inteligente”.
Dalia tiene una obsesión con los deportes. “La disciplina que eso le ha dado hará que no se pierda (en la vida)”, agregó Williams. “Si naces y te crías en L.A., es difícil. Puedes ir por el buen o por el mal camino. Los deportes la han mantenido en el camino correcto”.
Sin poder ir a la escuela y con sus deportes suspendidos, Dalia, cuyo rostro anguloso se ve enmarcado por unas cejas largas y oscuras que se levantan en los extremos, dándole una expresión perenne de curiosidad, ha tenido que trabajar más duro para mantener su cuerpo y su mente ocupados. Ha pasado tiempo en Corona y con un primo en Fresno. Anhela visitar a su madre en México, un viaje que tenía planeado desde hace tiempo pero que se vio obligada a cancelar por la amenaza del Covid-19.
“No quiero que se infecten”, dice Dalia. “¿Qué pasa si me contagio en el avión o algo así?”. Así que corre por la mañana y juega al futbol en el patio ella sola.
“No es lo mismo”, dice, “porque no veo a mis amigos y compañeros de equipo”.
Su abuelo ha prometido construirle un pequeño gimnasio en el patio trasero, con todo y pesas. Pero ese proyecto no ha avanzado mucho más allá de las etapas de planificación. Durante gran parte de la primavera también estudió en línea.
“Tengo buenas notas”, dice Dalia. “Hice que mi abuela se sintiera orgullosa esta vez”.
Su mayor preocupación es perder a su abuela, una pérdida que podría enviarla de vuelta a México.
“Ella se preocupa mucho”, dijo Williams. Elizabeth Meza “es su principal apoyo”.
Dalia también se angustia bastante por la familia que dejó en México.
“Sí, es difícil estar sin mi mamá, pero con mi abuela, siento como si estuviera con mi madre porque está muy cerca de mí”, dijo.
La dualidad de Dalia se evidencia cada vez que habla, con conversaciones que se deslizan sin problemas del inglés al español y viceversa, el lenguaje cambia cada vez que ella usa una palabra que no conoce. Eso no es raro en Garfield, donde el cuerpo estudiantil es abrumadoramente méxicoamericano y donde muchos comparten antecedentes transfronterizos similares a los de Dalia.
“He tenido muchas conversaciones con ella”, dijo Hernández. “Creo que está tratando de encontrar una identidad, y lo bueno de ella es que está explorando todas las opciones”.
Una de esas opciones es la medicina, reconoce Dalia, una carrera profesional inspirada en la crisis actual del virus. Habrá muchos pasos en el camino para convertirse en una doctora del Army, como ella espera. Pero ella tiene antecedentes de vencer todas las dificultades: es jugadora de futbol americano y una estrella del futbol de preparatoria; además de regresar sola a Los Ángeles a los 10 años.
Si termina la escuela de medicina, es una graduación que no permitirá que su madre se pierda. Cuando cumpla 21 años, Dalia puede pedir que su madre se reúna con ella en Los Ángeles, un evento que ya está planeando.
En cuanto a por qué quiere ser médico, su entrenador de futbol dijo que la respuesta es obvia - e indicativa del carácter de Dalia.
“Ella quiere ayudar a la gente”.
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